Es un jueves cualquiera de enero del 2015, y Guadalupe Aguilar y otra mujer a la que apenas conoció hace tres meses observan fotografías de cadáveres.
Revisan, una por una, hasta 20 fotografías. Dos decenas de imágenes de cuerpos golpeados, mutilados, a las que hay que buscarle un rasgo: un tatuaje, un lunar, una marca, algo que les pueda decir a las mujeres que a lo mejor, ese cuerpo ya limpiado por el personal del Servicio Médico Forense, es uno de sus hijos.
Mauricio Ferrer