#Yosoy132… y tengo un sueño

Yo tengo un sueño. Ayer lo vi más nítido que nunca.

Vi decenas de rostros que se volvieron cientos y luego miles. Que no conformaban un ente homogéneo. Excepto, quizá, por una sola cosa: la certeza de su pluralidad.

Eran estudiantes de universidades y preparatorias, públicas y privadas. Había del Poli y de la Ibero; de la UNAM y la Salle; del Tec y del Simón Bolívar; de la Del Valle y el CIDE; del Claustro de Sor Juana y el ITAM.

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Yo tengo un sueño. Ayer lo vi más nítido que nunca.

Vi decenas de rostros que se volvieron cientos y luego miles. Que no conformaban un ente homogéneo. Excepto, quizá, por una sola cosa: la certeza de su pluralidad.

Eran estudiantes de universidades y preparatorias, públicas y privadas. Había del Poli y de la Ibero; de la UNAM y la Salle; del Tec y del Simón Bolívar; de la Del Valle y el CIDE; del Claustro de Sor Juana y el ITAM.

Llevaban el cabello corto y ondulado; con rastas, coletas o teñidos. Algunos usaban piercings y tatuajes; gorras, lentes. Y la gran mayoría lucía sus caras lavadas: la simpleza y frescura de su edad.

Si sus ropas eran de marca o no, eso no importaba. Lo trascendente iba mucho más allá. Se movían con una ligereza que hace mucho tiempo no veía: como los que no han sido abatidos por los puños del escepticismo; como los que confían plenamente en transformar su realidad.

Decidieron arrancar su marcha al pie de un monumento cuya existencia a muchos resulta insultante. Frente un obelisco que refiere el cinismo gubernamental. El descaro de una administración federal que yace en plena mengua. Que no cede, que no acepta que tanta violencia e inmoralidad no pueden permanecer por más tiempo en la impunidad.

De ese punto donde se erige “un agravio de 104 metros”, como lo llamó Juan Villoro, partieron. Y lograron lo imposible. Que esa “prueba en piedra de la corrupción” y el “fastuoso derroche en una nación” lograra por un día vestir su nombre con dignidad.

Ese monolito del repudio se revistió por fin de claridad. La encendió ese vasto contingente llamado #Yosoy132. Por fin pudo ser una verdadera Estela de luz.

Auténtico y espontáneo, incluso en su desorganización, #Yosoy132 pudo transmitir un poderoso mensaje. Uno que le enchinó el cuero a todo aquel que lo escuchó con los mejores oídos, los del corazón:

“Hoy los jóvenes hemos encendido una luz en la vida pública del país. Asimilamos este momento histórico con valentía e integridad; no esperemos más, no callemos más, los jóvenes decidimos”.

Lo vi por unos instantes. Mi sueño se iba haciendo, cada vez, más nítido.

Voz poblada de voces

Poco a poco #Yosoy132 fue poblando un gran tramo de la avenida de la Reforma. Esa columna de miles de cuerpos y espíritus cargados de levedad caminaron, corrieron, brincaron.

Primero se dirigieron hacia el Ángel de la Independencia. Luego bifurcaron el camino. Unos fueron al Zócalo capitalino; otros a las instalaciones de Televisa Chapultepec.

Lo que ahí pasó está cronicado en múltiples medios electrónicos e impresos. Lo que sigue sucediendo, minuto a minuto, está presente en las redes sociales de Twitter y Facebook.

El potente llamado de #Yosoy132 hoy se escucha urbi et orbi. Le guste a quien le guste.

“Haiga sido como haiga sido”. Con respeto o no por él.

Quien sólo vio una movilización anti Peña Nieto, no entiende nada.

Porque hay quienes insisten en ver a #Yosoy132 como una oportunidad para politizar sus intereses. Son los que buscan hacer de la carne tierna y suave mera carroña, máxime en tiempos electorales.

A eso ellos les responden: no nos menosprecien más. No somos idiotas.

¿Por qué la necesidad de etiquetar, minimizar y hacer juicios categóricos? ¿Por qué el afán de reducir esta manifestación cívica en una ola pasajera?

Los multidiscursos que contiene este despertar de la juventud mexicana están a la vista. Quienes no los quieran ver, escuchar ni tratar de entender, que sigan en lo suyo. Como siempre han hecho.

Qué triste que su mirada sea incapaz de asombrarse de nada. Qué pena se empeñen en encasillar y estigmatizar estas nuevas voces que con frescura comienzan a forjar otro país.
Celebremos que nuestros jóvenes están más vivos que nunca. Que tienen ideas, ímpetu, creatividad, motivación, dignidad, entereza.

Muchos se volvieron mayores de edad en tiempos donde la locura de la violencia es el pan nuestro de cada día. Y no claman por más violencia, por venganza.

Piden, simplemente, y por ahora, se respeten sus derechos de libertad de expresión y de acceso a la información, veraz y oportuna.

Demos gracias porque este sexenio –plagado del horror más inverosímil– no terminó por enterrarlos en el fango de la apatía y la impotencia.

#Yosoy132 constató que ese otro Día del Estudiante, de 1929, no fue en vano.

Y así como Martin Luther King una vez soñó, entre otras cosas, que sus hijos pudieran vivir un día en una nación donde no los juzgaran por el color de su piel, hoy yo tengo otro sueño:
Que nuestros hijos puedan crecer en un país donde la impunidad,  corrupción,  pobreza y violencia dejen de cubrirlo todo.

Yo tengo un sueño hoy. Este 23 de mayo lo vi más nítido que nunca. Comienza en un paraje del Paseo de la Reforma, donde se ha empezado a fundar un nuevo México. Donde descubrí que llevo tatuada en mi brazo una frase: #Yosoy132.

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