Vivir sin agua es casi una condición de vida en Iztapalapa. Salvador Abreu tiene 59 años de edad y desde hace 35 reside en la Colonia Consejo Agrarista de esa delegación, donde el líquido potable que emana de la llave siempre le ha parecido como si fuera de tamarindo por el color turbio que tiene.
Para poder utilizarla, ya sea para el aseo personal o para lavar la ropa, debe de “curarla” con cloro y además usar distintos filtros. Porque para consumo y para el hogar la tiene que comprar de garrafón, cuenta el habitante, quien es uno de los fundadores de la comunidad y llegó cuando sólo había milpas y terracería.
Cuando fue la emergencia del sismo del pasado 19 de septiembre, el vecino recuerda que en la Avenida Ermita había personas que se robaban las pipas y no las dejaban entrar a las colonias más pequeñas, pese a que éstas siempre han carecido de suministros regulares, hecho que también les afectó en su momento.
Pero no es el único. La necesidad ha obligado a la mayoría de los habitantes a crear sus propios métodos para utilizarla y reciclarla por las pocas posibilidades que tienen de adquirirla de otra forma.
“En las llaves ponemos unos trapitos (a modo de filtro) para que salga más limpia y la usamos para todo, ¿porque de dónde nos abastecemos si no es de la llave?”, se cuestiona Alicia Xicoténcatl, quien es madre de dos hijos pequeños y también vecina de la zona.
“El agua viene muy sucia y muy olorosa, nos llega nada más lo que es viernes, sábado y domingo y ya el lunes no la quitan”, dice.
Cuando no se cuenta con servicio el agua que es utilizada para lavar los trastes o la ropa también es empleada para el baño o para el patio, porque se debe aprovechar al máximo y en cuantas más cosas sea posible, explica.
“En mi casa solemos almacenar agua en tambos de plástico, porque no tenemos cisterna, y cuando la llegan a cortar con esa sobrevivimos, no obstante, cuando estos también se terminan pues nos vemos en la necesidad de recurrir a familiares o de acarrearla desde las pocas pipas que luego andan por acá”.
Antonia Mendoza y Ana Laura Mendoza son madre e hija y también vecinas de la mencionada colonia. Las dos explican que la reutilización del recurso en la zona no se debe principalmente a un tema de educación “sino más bien de necesidad”.
“Cuando lavamos ropa, el agua de la carga la sacamos y va para otra lavada y después va para trapear o para descarga de los baños.
Cuando lavamos verduras, el agua que escurre en el fregadero la utilizamos para regar las plantas, porque no contiene cloro ni jabón. Aquí el agua la utilizamos hasta agotar el uso de la misma, porque aunque se paga, la misma es poca y debe de reciclarse”, señala Ana Laura.
Además, recuerda que cuando empezaron a reconstruir y a ampliar su casa, lo primero en lo que pensaron fue en una cisterna.
“Porque como siempre hemos sufrido de agua fue prioridad antes que todo (…) no compras carro, no compras esto o aquello y la cisterna sí, porque sufríamos mucho en acarrear el agua o en esperar una pipa. Pero ya que tienes el agua es también tratar de que ésta no se te acabe y darle buen uso”, agrega.
El agua de lluvia también es recolectada en botes que colocan en las esquinas de la azotea y luego es vaciada en su cisterna que tiene una capacidad aproximada de 3 mil 500 litros, asegura por su parte doña Antonia.
“En esta casa se paga por tres servicios y tipos de agua: para tomar compramos pura agua de garrafón, para cocinar compramos garrafones de una purificadora local y para lo que puede servir pagamos por el servicio de la red pública de agua”, comenta.
Raúl Rodríguez, dueño de una tienda en la colonia Consejo Agrarista, describe que el servicio llega con “agua muy sucia, muy amarilla, con mucha tierra y nada más no la echan en la mañana como unas dos horas o tres a lo mucho. Y eso en un hilito”.
El comerciante se queja de que la ropa se daña por la calidad del agua que llega por el entubado público. Para la preparación de sus alimentos y la hidratación de su familia debe de comprar garrafones de agua, lo que al mes es un gasto de aproximadamente 300 pesos.
“Hemos llegado a durar hasta un mes sin agua, y ahí es cuando recurrimos a pararnos en frente de donde ponen las pipas, desde las 3 o 4 de la mañana para así poder traer una y que esa nos reparta a 4 o 5 vecinos y eso aunque sea muy poquita”, señala.
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