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Tener VIH va mucho más allá de nada más combatir la enfermedad, también implica enfrentar todos los prejuicios y actos de discriminación que por falta de información y educación sexual se han creado en la sociedad.
Se están produciendo violaciones de los derechos humanos por todo el mundo debido a las leyes y prácticas discriminatorias. Las leyes deben proteger, no perjudicar”, afirmó Michel Sidibé, Director Ejecutivo de ONUSIDA
Antes de poder cumplir con estas disposiciones, México todavía tiene un largo camino por recorrer, pues de entrada, el presupuesto para muchas de las organizaciones que se encargaban de promover y defender este tipo de acciones, fue recortado.
Los recursos asignados del Gobierno Federal al desarrollo de proyectos sociales por parte de organizaciones de la sociedad civil en respuesta al VIH y temas relacionados han sido “modestos”, pues representan 777 millones 129 mil 511 pesos desde 2006 hasta 2018, en tanto que la inversión total para hacer frente a la situación ha sido de $2 mil 500 millones de pesos anuales, según datos de la revisión de Medición de Gasto en Sida en México de la Secretaría de Salud.
Ante esta decisión de Andrés Manuel López Obrador, organizaciones que han trabajado en combatir al VIH por más de tres décadas señalaron que la situación podría derivar en la pérdida de entre 10 y 20 años de labores articuladas en la materia. Además, podría incrementar la discriminación que vive este sector de la población.
Mientras que el 72 por ciento de las personas trans y el 66 por ciento de quienes son gays o lesbianas opinaron que en el país se respetan poco o nada los derechos de los distintos grupos que existen en la población.
Hablar del VIH
En México, las personas que viven con VIH representan 0.05 por ciento de la población. Este grupo social enfrenta una situación de discriminación estructural derivada de su estado de salud, situación caracterizada por la vulneración o negación sistemática de diversos derechos.
Ante esta lucha por combatir tanto la enfermedad como la discriminación y los prejuicios que la rodean, las organizaciones civiles han jugado un papel fundamental.
Desde los años 80, las personas directamente afectadas por la epidemia fueron quienes se organizaron para exigir una respuesta por parte del Estado y empezaran a hacer campañas para la prevención y la promoción de la salud.
Fue así, como el VIH se trasformó en un tema de derechos humanos, por lo que muchas organizaciones hicieron presión para que desde la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México se creara un programa específico sobre este padecimiento para que desde otras instituciones como Conapred, también se diera un énfasis particular al tema.
Para Baruch este es un asunto que si bien eventualmente entró a la agenda gubernamental, en realidad son las organizaciones de la sociedad civil las que han estado impulsando el tema de manera más importante y son las que sigue haciendo campañas, acciones educativas y otro tipo de actividades para luchar contra el estigma de discriminación que claramente no se ha logrado vencer como lo muestra la Encuesta Nacional de Discriminación que hizo Conapred el año pasado.
Organizaciones critican recorte
Ante el reciente anuncio de la supresión de fondos destinados a las organizaciones de la sociedad civil que ejecutan proyectos sociales por parte del titular del Ejecutivo, organizaciones que han trabajado en la respuesta al VIH y temas concomitantes por más de tres décadas señalaron que la situación podría derivar en la pérdida de entre 10 y 20 años de labores articuladas en la materia.
En un manifiesto firmado por más de 200 organizaciones, indican que a lo largo de más de 30 años han construido capacidades técnicas para hacer eficiente el uso de recurso públicos y lograr que las estrategias de alcance comunitario, los proyectos de prevención combinada, las estrategias dirigidas a las poblaciones clave y las dirigidas a las personas con VIH cumplan sus objetivos.
Hilda Peñaloza, directora ejecutiva de Inspira Cambio A.C., una de las organizaciones firmantes, dice que sin ese financiamiento, no podrían seguir trabajando como lo han estado haciendo, ya que cada año van sumando las estrategias, el numero de personas y la integración de los servicios que ofrecen.
“Nuestra estrategia tiene un componente importante en la parte de consejería, cuando las personas vienen a hacerse las pruebas, tratamos de incidir para que vean de manera normal o natural hacérselas. Lo que queremos transmitir es que hablar de VIH es hablar de cualquier tema”, asegura Aarón Rojas Cortés, director de Programas y Educación de Inspira.
En lugar de quitarles recursos a las organizaciones civiles, Ricardo Baruch asegura que es necesario su fortalecimiento, sobre todo en temas de gestión de administración dada la agenda que se tiene en el actual gobierno de que no haya desvío de recursos y que todo se maneje con transparencia.
Jorge se enteró de que era portador del VIH en abril de 2015.
“Sentí que quería salir corriendo, se me fue el hambre inmediatamente y ese sentimiento se transformó en nervios, en un hoyo en el estómago. No sabía qué iba a pasar, qué era lo que tenía que hacer, fue como si el mundo se hubiera detenido”, cuenta el hombre de 26 años.
Sobre su situación sólo saben dos personas, una de ellas es su mejor amigo. Comenta que fue una decisión personal, porque lo ve como su “error”, como “un grave descuido que tiene sus implicaciones y que hay que asumirlas”. Vive son su mamá y sabe que hay algunos problemas, por lo que no le gustaría atosigarla con más.
“En un inicio, antes de ser diagnosticado con VIH, lo llegaba a imaginar y decía ‘híjole, si a mí me diera, en ese momento me suicido. Sin embargo, pues una vez que te pasa, te cambia toda la vida y en efecto, más allá de hacerle daño a mi cuerpo, tomé las acciones correspondientes e inicié al siguiente día el tratamiento, fue de forma inmediata en la Clínica Condesa”, afirma Jorge, quien a preferido no dar su nombre completo.
Su silencio también se debe a que sabe que las personas con VIH son discriminadas, pero le queda claro que es a partir de la ignorancia, ya que muchos siguen creyendo que con un saludo o con un beso pueden contagiarlos.
“La gente cree que solamente te infectas por tener relaciones homosexuales, pero no es cierto, también hay personas heterosexuales con esta enfermedad, entonces, digamos hay diferentes motivos”, dice Jorge.
Afortunadamente, dice, en los hospitales ha sido tratado con mucho respeto por el personal médico; sin embargo, los trámites burocráticos hacen que la situación se vuelva muy difícil.
“El tener que hacer todo ese proceso burocrático es lo complicado, porque te hace sentir que además no recibes un trato humano por parte de las autoridades, pareciera que tienes que hacer un esfuerzo sobre humano para poder estar bien”, indica.
Para poder erradicar la discriminación que viven las personas con VIH, Jorge opina que es necesario hablar de sexualidad, algo que en esta sociedad es casi imposible.
“La situación es dar información sexual verídica y científica, con estudios 100 por ciento confiables sobre esta enfermedad, a partir de eso, la gente podría entender que el VIH no es lo mismo que el sida, que el hecho de compartir un plato de comida no significa que te va a contagiar”
La condena de la comunidad LGBTTTI
Tener una preferencia sexual distinta es casi sinónimo de discriminación en México, lo que que se agrava si se tiene una enfermedad como el VIH o el Sida. Por tal razón, muchas personas prefieren no decirlo abiertamente.
El también internacionalista es VIH positivo desde hace 10 años, pero hasta hace uno era información que reservaba únicamente para su círculo más cercano.
A pesar de la discriminación de la que ha sido víctima, se considera privilegiado respecto a otros grupos dentro de la misma comunidad, pues dice que las mujeres trans son a quienes más se les vulneran sus derechos humanos.
Desafortunadamente en México esta situación es común. En el país el 66 por ciento de las personas gays o lesbianas ha sentido que sus derechos humanos se respetan poco o nada, revela la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017.
El porcentaje de las personas de la comunidad LGBTTTI que siente que sus derechos no son respetados supera a otros grupos sociales como las personas indígenas (65.4), las trabajadoras del hogar remuneradas (62) y las personas con discapacidad (58.4).
En el caso de Alaín, la peor etapa de discriminación que sufrió ocurrió en la secundaria, a la cual ingresó a los 11 años.
En los tres años que duró su educación, el adolescente cambió de escuela 8 veces por las agresiones de las que era víctima por parte de sus compañeros debido a su orientación sexual.
Primero éstas eran verbales, con ofensas como “puto” o “maricón”. Pero poco a poco fueron subiendo de intensidad con ataques físicos, lo que también lo convirtió a él en una persona más violenta para defenderse, recuerda.
Lo peor ocurrió antes de que terminara el tercer grado cuando fue encerrado a la hora del receso en uno de los baños y golpeado por 8 de sus compañeros que le fracturaron un brazo.
Ninguno de ellos fue sancionado, él en cambio tuvo que abandonar la secundaria y entrar a otra escuela, en la que también fue discriminado, pero esta vez por un profesor de Educación Física.
Aunque ahora es activista por los derechos humanos, Alaín es crítico con la agenda a favor de la comunidad LBTTTI que se centra en el matrimonio igualitario y la adopción, pues dice que hay cosas más urgentes como tener acceso a la salud y a que ésta sea de calidad.
“Hemos logrado cosas como igualdad sustantiva en algunas áreas ¿Ya nos podemos casar?, sí. Pero yo parto de la idea de que si los derechos que tenemos en la Ciudad de México no los tienen en el Estado de México, a unos kilómetros de aquí; o no los tienen en Puebla, no son derechos, son privilegios que nos da la geografía en donde estamos”.
Sin aliados
Diana ha enfrentado la discriminación en más de una ocasión. Ser mujer trans no ha sido nada fácil, declara la joven de 24 años.
“Desde niño no me gustaba la ropa que mis papás elegían para mí, veía a mis compañeras usar faldas, vestidos y las envidiaba, para mí era como si esa ropa mostrara su verdadera libertad”.
A los 18 años Diana empezó su transición de hombre a mujer.
“Apenas terminé la prepa y me puse a trabajar para poder comprarme todas las cosas que me pedían para mi transición, las hormonas, por ejemplo, no son nada baratas. Entonces fui a pedir trabajo como mesera a un restaurante y fue la primera vez que no solo me discriminaron, sino que también me humillaron”.
Diana relata que al dueño del restaurante no le bastó con romperle su hoja de solicitud de empleo en la cara, ese hombre la jaló del brazo hasta la puerta de salida y le gritó que en ese establecimiento “no se aceptaba a fenómenos y mucho menos a jotos”.
“Desde los 15 años empecé a usar ropa de mujer, me pintaba las pestañas y las cejas, claro que aún tenía mi aspecto masculino, pero ni mis padres me trataron así cuando empecé mi transición. Cuando llegué a casa no paraba de temblar ni de llorar, mamá agradecía que el tipo no me hubiese agredido físicamente, pero yo todavía podía escuchar como me decía joto”.
Afortunadamente, Diana no tardó en encontrar trabajo.
“Me metí como asistente de una chica que cortaba el pelo cerca de mi casa, pinche Isis, es un amor. En sus ratos libres me enseñaba a peinar, a cortar el cabello, a poner uñas, a maquillar, pero casi siempre estaba ocupada así que para no quitarle tiempo y que yo pudiera aprender más, decidí inscribirme a un curso de belleza, Isis me recomendó el que ella tomó y me animó diciendo: lo da una mujer y casi siempre todas son alumnas, no te van a hacer nada. Pero no fue así”.
“Sólo fui a que me humillaran. Cuando la maestra me vio, inmediatamente me dijo que el cupo estaba lleno, le dije que yo había pagado por adelantado como era el requisito y que eso garantizaba mi lugar, ella se acercó y me dijo -no quiero hombres disfrazados en mi clase-. Salí corriendo, pensé que al menos con las mujeres tendría aliadas, no todas me han tratado igual, Iris es un ejemplo, pero hasta entre nosotras nos tenemos resentimiento, rencor”.
Por su parte, Luisa Almaguer, cantante y activista trans, afirma que “la discriminación para nosotros es una situación sistemática, nos ven como ciudadanos de segunda clase, te doy un ejemplo, ahorita en la Clínica Condesa donde se da el tratamiento hormonal para personas trans hay desabasto de las mismas, eso significa que muchas personas no pueden continuar con su tratamiento el cual es muy caro, muchos de nosotres no pueden pagarlo, nos niegan nuestra transición, no sólo es un hecho discriminatorio, sino también muy violento y nadie dice nada”.