En 2014, David Sierra hizo realidad una de sus grandes metas: comprar una casa con un crédito hipotecario en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Sin embargo, ocho años después, las carencias en construcción y diseño del departamento que adquirió son un reflejo de las secuelas que dejó el “boom inmobiliario” que azotó la ciudad de 2012 a 2018 y desató manifestaciones populares.
Actualmente, David enfrente distintos problemas como escasez de agua, ruidos excesivos y desacuerdos con los vecinos por los lugares de estacionamiento.
Tras más de 15 años de cotizar en el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) y laborando como ejecutivo de una empresa de logística, pudo acceder a un crédito de más de un millón de pesos.
Con ello buscó comprar algo que estuviera cerca de su trabajo ubicado en Tacubaya, y fue así como en Eje 3 Sur, casi llegando a la estación del Metro Lázaro Cárdenas, encontró un desarrollo en la esquina de Doctor Ignacio Morones Prieto, número 26, alcaldía Cuauhtémoc, que ofrecía departamentos a precios desde un millón de pesos.
En total, dicho desarrollo inmobiliario consta de cinco torres con capacidad para 120 departamentos, es decir, un total de 600 espacios habitacionales.
“Pensé que, como era la colonia Buenos Aires, por eso no estaba tan caro, es famosa la colonia por ser insegura. Pero no le tomé mucha importancia a ese tema porque para mí era más importante tener algo propio y cerca de mi trabajo”, comenta.
La promesa de la inmobiliaria Ara era que habría balcones, áreas verdes y estacionamientos. El departamento de muestra le gustó mucho: contaba con un gran ventanal con vista hacia el norte por donde se veía la icónica Torre Latinoamericana.
“Por el precio y porque me dijeron que se estaban vendiendo muy rápido, fue que no presté atención a los detalles y procedí con el trámite burocrático”, detalla.
Para David todo pintaba muy bien: iba a vivir a 10 minutos caminando de la colonia Roma, a 15 minutos en auto del Centro Histórico y enfrente hay una tienda de autoservicio Aurrerá.
Debido a que supuestamente se estaban agotando los inmuebles, el personal de Ara no le dio a escoger uno y solo en noviembre de 2014 le avisaron que le iban a hacer entrega de su vivienda.
En ese momento aún no había ningún sentimiento de decepción y se cumplió la meta de tener una casa propia, con lo que David ya podía dejar de rentar en la colonia Escandón y sentir que su dinero se iba a la nada.
La desilusión
Para marzo de 2015 se cambió a su nueva vivienda y comenzaron los primeros problemas: el ruido.
“En el cuarto matrimonial que ve hacia la calle, nos dimos cuenta que pasa la tubería de drenaje y durante la noche se escucha mucho cómo bajan los desechos por ahí porque la pared es muy delgada, sientes que con un golpe se puede caer”, menciona.
Dos meses más tarde, en mayo, la vecina de arriba también llegó a vivir a su departamento y el ruido empeoró.
“Durante todo el día se escuchaba cómo se movían sillas o se dejaban caer cosas, hablamos con uno de los administradores y nos dijo que los ruidos eran un problema muy constante por el diseño del edificio y que debíamos ser pacientes con eso, porque todos estábamos en la misma situación”, cuenta.
No obstante, la dificultad en realidad era la calidad de los materiales utilizados para los muros y el piso.
“En algunas partes del fraccionamiento hubo grietas desde los primeros meses y eso es por la calidad de los materiales. ¡De milagro no se cayó en el sismo del 2017!”, comenta.
También relata que, poco a poco, en los primeros meses de estancia vio cómo su baño se fue llenando de pequeñas manchas redondas de moho.
“El baño no tiene ventanas y no le da el sol, eso hizo que la humedad se fuera impregnando en las paredes y le saliera hongo. Para combatir ese problema, dejamos la puerta del baño abierta y lo pintamos con pintura antihongo”, afirma.
De manera paralela, conforme se fue habitando el edificio, se presentaron otros problemas: los espacios de estacionamiento.
Cuando compró su departamento, nunca se imaginó que irse o llegar de trabajar resultaría un problema para resguardar su automóvil.
“La mitad de los departamentos tienen su espacio de estacionamiento en el piso del sótano, los demás, arriba de esos autos, en rampas de elevadores”, indica.
Esto dificulta la salida de los coches que están en las rampas: “Mi auto está en rampa, para salir tengo que pedirle a mi vecino de abajo que quite su coche y me ha tocado que está ocupado y tengo que esperar hasta 20 minutos para poder sacar mi auto”.
David siente que el estacionamiento es un fraude porque explotaron el espacio y entorpecieron el tránsito y la salida de automóviles con tal de dar los departamentos más caros.
“Quisieron que todos los departamentos tuvieran espacio para un auto para dar más caros los departamentos, pero vivir así es muy difícil, porque si tengo una emergencia a las tres de la mañana, tengo que molestar a mi vecino para que me deje salir”, acusa.
Por otra parte, el abasto de agua es algo más de lo que se padece.
“Todos los departamentos tienen la misma toma de agua y si no hay la suficiente presión para todos, unos tinacos se llenan y otros no, entonces quedan dos edificios o tres que no siempre tienen agua”, explica.
David Sierra considera que si durante el sexenio de 2012 a 2018 en la Ciudad de México hubiera existido más vigilancia al sector inmobiliario, esto no estaría pasando.
“Creo que en esos años, dejaron hacer a los constructores las cosas como quisieron y aquí vivimos esas consecuencias”, cuenta.
El origen del problema inmobiliario en la CDMX
De 2012 a 2018 hubo una proliferación de construcciones en la Ciudad de México, durante el periodo de Miguel Ángel Mancera como jefe de Gobierno que detonó descontentos vecinales porque en muchos casos afectaban a las comunidades.
Un año después, al entrar la nueva administración de Claudia Sheinbaum, el Gobierno revisó 174 polígonos de actuación donde se había incentivado el desarrollo inmobiliario y en 48 se hallaron irregularidades.