Una bala le cambia la vida

Alberto Sánchez Palomar es una más de las víctimas colaterales de la guerra contra el narcotráfico. La persecución sin sentido –la que todavía continúa en Michoacán hacia la población civil por parte de las fuerzas policiales- le transformó la vida: en menos de un minuto cambió su sueño de ser campeón nacional de futbol por el de poder siquiera sostenerse en pie. Una bala disparada por un elemento de la policía Fuerza Ciudadana le arrancó el pie izquierdo.

J. Jesús Lemus J. Jesús Lemus Publicado el
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El 22 de febrero, Alberto entró en estado de shock por la amputación de su pierna izquierda, mientras que su familia fue detenida en los separos de la policía estatal, acusada de agredir a los uniformados
Alberto le contó a su familia la posibilidad de ser fichado por un equipo de Primera División, como Chivas, pero la madrugada del 21 de febrero del 2015 la policía de ese municipio le disparó en el pie

Alberto Sánchez Palomar es una más de las víctimas colaterales de la guerra contra el narcotráfico. La persecución sin sentido –la que todavía continúa en Michoacán hacia la población civil por parte de las fuerzas policiales- le transformó la vida: en menos de un minuto cambió su sueño de ser campeón nacional de futbol por el de poder siquiera sostenerse en pie. Una bala disparada por un elemento de la policía Fuerza Ciudadana le arrancó el pie izquierdo.

A Alberto también le arrancaron la mitad de su vida. A sus 24 años de edad se ha resignado a no verse de nuevo corriendo por la banda lateral derecha de la cancha de futbol. Ahora todo lo que quiere es un sentido para recobrar su vida y no morirse en el abismo negro de la depresión.

En su casa, sus padres tratan afanosamente de rescatarlo del abandono en el que él mismo se deja caer. Doña Sara le habla, le acaricia el pelo. Trata de despertarle el deseo de vivir. Don Arturo intenta bromear. Le recuerda lo importante que es para la familia. Los ojos breves de Alberto solo brillan como reprochándole a la vida la lección a la que lo ha sometido. Mira hacia el muñón que le ha quedado en la extremidad en donde una vez estuvo su rodilla.

“Es como si sintiera que todavía lo tengo (el pie). A veces me da comezón.  A veces me dan calambres. Es una tortura sentir que todavía tengo mi pie izquierdo cuando ya no lo tengo”. 

Se queda callado. Se olvida de la entrevista. Se le va la imaginación a alguna parte de su historia personal. Regresa con una sonrisa que apenas aflora en los labios. Él era zurdo. Su vida la tenía en la pierna izquierda. Recuerda cuando estuvo jugando con el equipo Curtidores de León. No anotó goles, pero le colocó una docena de pases para anotación. Él sabía que después de ese equipo vendría la oportunidad de su vida: jugar en primera división del futbol mexicano.

Alberto nunca se imaginó que la vida se le trastocaría la madrugada del 21 de febrero del 2015. Luego de un receso en su entrenamiento visitó a su familia en Zamora. Estuvo todo el día hablando con doña Sara. Le contó la posibilidad de ficharse con un equipo de Primera División. Un promotor estaba interesado para que hiciera prueba con al menos tres equipos nacionales. Entre ellos estaban las Chivas del Guadalajara. Doña Sara –amorosa como es- le besó la mejilla mientras dejaba correr el entusiasta monólogo de su hijo.

Por la noche, Alberto decidió ir a un bar de Zamora con uno de sus primos y un amigo de ambos. Cantaron. Hablaron de la promesa deportiva en ciernes. Decidieron retirarse después de la una de la mañana. Las calles de Zamora, como las de todo Michoacán estaban desiertas por el temor de la gente a los grupos del narcotráfico que se apoderan de las noches. Por el espejo retrovisor Alberto pudo ver que unas luces azules y rojas se acercaban a toda velocidad. Una patrulla de la policía Fuerza Ciudadana les marcó el alto.

Alberto disminuyó la velocidad de su auto, pero no quiso detenerse en el sitio. Optó por avanzar unos metros más para quedar frente a la casa de sus abuelos. Como todos los michoacanos también desconfió de la policía. Son muchas las historias sabidas en que los elementos de la policía están al servicio del crimen organizado. Alberto, su primo y su amigo descendieron del auto. Por su seguridad caminaron hacia la cochera de la casa de sus abuelos. La reacción de los policías fue brutal: se abalanzaron hacia los muchachos para someterlos.

Los tres fueron esposados y colocados contra la pared. Los sometieron violentamente. La férrea revisión de los uniformados no dio con ninguna posesión ilegal. Eso fue lo que desató la furia de por lo menos dos de los policías. Los detenidos fueron golpeados contra la pared y azotados contra el piso. Uno de los uniformados no dejaba de apuntar con el rifle de cargo a los detenidos. Encaró a Alberto que alegaba la inocencia natural de quien no ha hecho nada. Le apuntó al rostro.

“Le alcancé a decir que no me fuera a disparar. Tenía miedo de que me matara”.

Un disparo sacudió la noche fría de la colonia Infonavit La Pradera. Antes de sentir el latigazo caliente sobre la rodilla izquierda, Alberto pensó que estaba viviendo los últimos momentos de su vida. En una fracción de segundos Alberto sintió y escuchó cómo los huesos de la rodilla le explotaron al contacto con la bala del rifle R-15. 

La bala expansiva salió sin oposición. La pierna izquierda quedó colgando de un girón de piel.

En el piso, recuerda Alberto, en proceso de desangrado, los policías lo siguieron golpeando. Lo último que recuerda antes de despertar en el hospital con el pie izquierdo amputado es la caótica escena en donde fue atendido por personal de protección civil. Los paramédicos lo atendieron en el interior de la casa de su abuela, a donde pudo llegar arrastrándose con un hilacho de carne por pierna.

Tras los grito de auxilio que los tres muchachos comenzaron a lanzar al aire, luego de la agresión de los policías, los familiares de Alberto llegaron para auxiliarlo. La policial Fuerza Ciudadana se mantuvo a la expectativa a las afueras del domicilio. Al menos cinco patrullas llegaron para resguardar la zona ante “la peligrosidad” de los tres esposados. Los forcejeos entre familiares de Alberto y policías fue lo que siguió esa noche, mientras Alberto fue trasladado de urgencia a un hospital de la zona.

El 22 de febrero del 2015 encontró a Alberto Sánchez en estado de shock por la amputación de su pie izquierdo, en tanto que toda su familia –la que salió a defenderlo de la brutalidad policiaca- se encontraba detenida en los separos de la policía estatal, acusada de agredir a los uniformados. Algunos de los familiares finalmente fueron consignados ante un juez que determinó, en base a las declaraciones falseadas de los policías, que “algunos uniformados estuvieron en peligro” ante los reclamos de sosiego lanzados por Zaira, la hermana de Alberto.

Hoy Zaira de apenas 22 años de edad, está sujeta a proceso penal porque los policías dijeron que temieron por su vida al momento en que la muchacha intentaba levantar a su hermano del charco de sangre, en el que se revolvía Alberto tratando de evitar las patadas y culatazos que le propinaban los enardecidos uniformados. Cuando Zaira fue presentada ante un juez penal local, los policías también presentaron una bolsa con 70 gramos de “una sustancia granulosa con características de la metanfetamina”. En su vida la muchacha había visto esa sustancia, pero el juez de la causa le dictó auto de formal prisión por la posesión de la droga sembrada.

Junto con Zaira también fueron encarcelados el primo de Alberto, Reynaldo Palomar y su amigo Cristian, sobre los que la Procuraduría de Justicia del estado de Michoacán no se ha desistido de su acción penal, al considerarlos también responsables de agresión a los policías de la Fuerza Ciudadana.

Alberto ya no sabe cuál es la verdadera razón de su depresión; piensa en todos los sueños rotos de llegar a ser campeón nacional de futbol, pero también piensa en la impunidad con la que la policía Fuerza Ciudadana está actuando en la zona de Zamora, en donde éste no es el primer caso de violencia del estado hacia la población civil. “Lo más lamentable –dice, como si hablara para sí mismo- es que las autoridades ni siquiera se quieren dar cuenta de la forma en la que actúa la policía”. A casi ocho meses de los hechos que le arrancaron la mitad de la vida, en ninguna instancia del gobierno de Michoacán han querido escuchar la queja de la familia de Alberto.

La alcaldesa de Zamora, Rosa Hilda Abascal no ha querido asumir el reclamo de justicia de la familia Sánchez Palomar, arguye que la policía Fuerza Ciudadana, que hace labores de seguridad publica en esa localidad, es competencia del gobierno estatal. Ha tratado de deslindarse canalizando las quejas hacia la subprocuradora de justicia en la zona, Liliana Guadalupe Rosillo Hernández, pero tampoco allí se ha recibido atención para procesar a todos los policía involucrados en los actos de violencia contra la población civil.

Alberto sabe que ya nada le devolverá la pierna. Sabe que su destino es quedarse con las ganas de volver a jugar futbol, pero busca compensar esa situación. Quiere hacer pública su denuncia de los hechos en los que de manera fortuita se vio involucrado y la forma en que la falta de capacitación de un policía estatal le truncó parte de su vida. “Todos sus sueños estaban en ser futbolista profesional -explica don Arturo Sánchez con los ojos vidrioso. Voltea a otro lado para que no se vea que llora y habla queriendo ocultar el dolor que le causa ver a su hijo sumido en la depresión-. Esa no debería ser la forma de terminar con la mitad de su vida”.

Alberto no solo perdió la pierna izquierda. Su estado de depresión y aislamiento en el que se encuentra desde hace meses lo ha hecho perder a su novia. Se alejó de sus amigos. Su gusto por la lectura lo ha dejado de lado. Ya no platica ni habla de los sueños que tiene a futuro. Se la pasa durmiendo la mayor parte de su día. A veces, solo a veces, le brilla una sonrisa en sus labios. La última vez que sonrió, confiesa Doña Sara, fue un día que soñó que todavía tenía su pierna y que de nueva cuenta estaba anotando un gol.

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