Constanza Cruz Gutiérrez es una de las traductoras mixe. A sus 61 años es coordinadora de la Casa de la Mujer Indígena Nääxwiin, ubicada en el municipio de Matías Romero, en el istmo de Tehuantepec, Oaxaca.
Además de ser coordinadora, la intérprete del español al mixe y del mixe al español acompaña a las mujeres violentadas a las audiencias en los juzgados o en las citas que tienen en la Fiscalía.
“Yo no tengo estudios, yo soy una mujer indígena, nada más he cursado la secundaria, pero he aprendido mucho de los abogados, de las psicólogas, cómo se van integrando las carpetas, cuáles son los requisitos, cómo se le debe de apoyar a la mujer para que ella no suelte el caso.
“Es mucho trabajo de empoderarla, de decirle, ‘tú puedes’, porque por ratos están por tirar la toalla, porque no hay dinero”, relata.
Su labor es fundamental en las comunidades indígenas donde no llega el apoyo de las instituciones y en las que sin su ayuda e intervención no serían atendidas.
‘Me considero una mujer valiente’
Por su trabajo, en la Casa de la Mujer Indígena, traductoras y trabajadoras han recibido llamadas donde las amenazan con el objetivo de intimidarlas. Aunque no saben con certeza quiénes son los responsables, sospechan que pueden ser los esposos de las mujeres a las que ayudan.
“Me considero una mujer valiente de estar aquí en la CAMI porque no es fácil, se dice fácil en palabras, pero caminar en los zapatos de las mujeres, estar al pendiente de la situación, que se dé la justicia, que se dé el seguimiento, es duro, es difícil.
Constanza dice que ha participado como traductora en dos audiencias de un juicio muy relevante y que antes de la pandemia iba aproximadamente cada tercer día a audiencias o a Ministerios Públicos que requerían sus servicios.
“Ya no es tan seguido, también en las fiscalías no están atendiendo de lleno. Hay varios casos atorados todavía, aunque estamos insistiendo que avancen, entendemos que todos debemos de cuidarnos, que todos debemos de protegernos para estar bien, porque si nos infectamos, entonces ya no vamos a poder hacer el trabajo”, dice.
Explica que en esta cuarentena han implementado como estrategia recibir llamadas de las usuarias, por lo que pegaron un cartel afuera de la Casa con los números de atención.
“Algunos llegan a mi casa, de esa manera estamos atendiendo y cuando hay una violencia fuerte, como tenemos los números de los procuradores, del fiscal en jefe, entonces les hablamos para ver cómo se va a atender este asunto”, dice.
Apoyo a medias
Uno de los casos más difíciles en los que Rubicelia Cayetano ayudó, fue en el de la violación de una niña indígena de 13 años en Oaxaca, en el 2013.
La pequeña estaba estudiando la primaria cuando fue abusada y por esa agresión quedó embarazada. No hablaba español y pertenecía a una familia de escasos recursos.
“Gracias al acompañamiento que recibió en la CAMI el proceso duró dos años y se hizo justicia en el momento de que se detuvo al violador”, recuerda Rubicelia.
Sin embargo, en la parte que no hubo justicia, dice, fue que la menor tuvo a su bebé y se vio obligada a abandonar su comunidad, ya que como era de una familia muy numerosa tuvo que ir a buscar trabajo donde pudiera ganar dinero.
De enero a abril, en la CAMI Nääxwiin, donde está Rubicelia, trabajadoras y traductoras atendieron a 60 mujeres y de esa fecha en adelante han sumado 25 casos más.