Tepito, el lugar de La Santa Muerte
Fieles a la Santa Muerte se congregan en el barrio de Tepito para caminar con ‘su niña’ en brazos para realizar alguna ofrenda
APHombres y mujeres de todas las edades caminan con ella entre los brazos, acunándola cerca del pecho como si fuera un recién nacido envuelto en mantas o vestidos de colores. La llaman “mi niña” o “mi madre”. Para otros simplemente es “La Santa Muerte”.
Como cada primero de noviembre, una calle del barrio de Tepito congrega a decenas de creyentes de la Santa Muerte, una figura representada con un esqueleto cubierto con un habito que la Iglesia rechaza en este país mayoritariamente católico.
“Es muy milagrosa. Muchos la ven mal, pero ella simplemente se porta bien con la persona indicada”, dice José Luis Candanosa, quien cuenta que la vio por primera vez durante un sueño en 2018.
En aquella aparición no era una figura en huesos sino una mujer alta y hermosa. Llevaba un vestido blanco y largo. “Yo no quería creer en ella, pero a partir de ahí ya mis amigos me dijeron ‘quiere estar contigo’”.
Alrededor de José Luis, docenas de personas caminan con su “Niña” en brazos o la cargan dentro de una mochila que parece un altar móvil, pues conforme avanzan hacia el altar en el que la adoran se va llenando de caramelos, rosarios y panes que los creyentes se ofrecen entre sí. Algunos la rocían con aguardiente y le soplan el humo de un puro para quitarle los males que absorbe cuando la tienen en casa. “Así regresa purificada”, afirma José Luis.
En las calles de Tepito, lo mismo la veneran mujeres trans que padres de familia. Hay niñas que cargan con figuras diminutas de “La Santa” en sus bolsos de mano, ancianas que la transportan junto a ramos de rosas e incluso una madre que no la lleva a la vista porque va arrodillada con su recién nacido en brazos.
“Ella era un ángel divino, muy bonito. Dios es el que me da la vida, que me la presta, y ella me la quita”, cuenta Mario Alberto Sánchez, de 25 años. “Está representada así, en una muerte, porque le dolía ver que Dios la había mandado por todos los que habían muerto y le dolía ver el sufrimiento, los lamentos”.
A sus espaldas está su pequeña de año y medio y tanto él como su pareja acuden año con año a reiterar su fervor. Cerca de él hay otras familias. Irvin Altamirano, por ejemplo, es un conductor de un bicitaxi que trajo a su “Santa” desde el sur de Ciudad de México para cumplir la promesa que le hizo cuando le pidió tener una hija.
Agrega que su devoción creció con el nacimiento de su niña, pero “La Santa” lo encontró desde que tenía unos seis o siete años. Su padre trabajaba todo el día, su madre era alcohólica y, de alguna manera, su fe lo salvó. Desde entonces la ha tenido difícil y pasó un tiempo en la cárcel, pero “La Santa” lo mantiene en pie.
“Cada mes me la traigo. Tenga o no dinero, yo estoy acá”.
Los tatuajes de sus brazos son visibles porque lleva una camiseta sin mangas y tocándoselos con ambas manos aclara: “A lo mejor nos vemos un poco malandros, pero nada que ver. La mayoría somos relajados y chambeadores”.
Explica que más tarde montará a su “Santa” a su bicitaxi para llevarla a otras peregrinaciones y seguir el festejo. Por ahora, le sube a la música que escapa de una bocina portátil que carga consigo mientras las ofrendas siguen cayendo a los pies de su “Niña”, que mide más de un metro de alto y hoy viste de azul.
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