Secretos de la transición

Durante los tres meses de campaña, su figura fue omnipresente. Había que ganar las elecciones.

Sin embargo, a partir del día en que se convirtió en el virtual ganador, la presencia pública de Enrique Peña Nieto fue menos frecuente. 

En cambio, Felipe Calderón, quien debería conducirse con relativa discreción, tal como lo hizo Ernesto Zedillo porque perdió su partido, no deja de aparecer todos los días en los medios, así sea como un desentonado trovador. 

El que ganó ha mantenido, consciente y astutamente, un bajo perfil. 

Félix Arredondo Félix Arredondo Publicado el
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Dicen que Peña Nieto invierte casi todo su tiempo en el análisis de los temas más urgentes para el país, y que busca la forma de negociarlos
Fox designó a los personajes que se encargarían de la transición. Aun así, alguna vez declaró que los funcionarios de Zedillo no le habían hablado con la verdad. Que le habían disfrazado las deudas

Durante los tres meses de campaña, su figura fue omnipresente. Había que ganar las elecciones.

Sin embargo, a partir del día en que se convirtió en el virtual ganador, la presencia pública de Enrique Peña Nieto fue menos frecuente. 

En cambio, Felipe Calderón, quien debería conducirse con relativa discreción, tal como lo hizo Ernesto Zedillo porque perdió su partido, no deja de aparecer todos los días en los medios, así sea como un desentonado trovador. 

El que ganó ha mantenido, consciente y astutamente, un bajo perfil. 

En cambio, el perdedor trata de aparentar que quien perdió no fue él, sino la candidata de su partido.

El que se tiene que ir pareciera no tener empacho en demostrar que quiere ser presidente hasta el último momento. 

El que va a entrar optó por la discreción, por el secreto, y a veces hasta por el misterio. 

Y es que el hecho de que no se sepa públicamente qué está haciendo, no significa que Peña Nieto esté inactivo. 

Ayer, por ejemplo, se reunió discretamente con gobernadores de su partido para empezar a zurcir lo que pudiera estar descocido. 

Y aunque no lo parezca, una de sus ocupaciones prioritarias es la supervisión del plan de seguridad que comandará el general colombiano Oscar Naranjo. 

Se trata de poner un hasta aquí a la violencia.

Por eso, lo que pareciera ser una transición tersa, en realidad es una complicada e intrincada negociación en la que Felipe Calderón quiere asegurar su inmunidad para cuando ya no sea presidente. 

¿Por qué Felipe Calderón quiere ser omnipresente?

¿Por qué Enrique Peña Nieto prefiere ser discreto? 

El peligroso tramo final 

Para unos, Enrique Peña Nieto ha llegado al extremo de la discreción, al grado de parecer ocioso y sin capacidad de asumir y proyectar el liderazgo necesario para comenzar a enfrentar, así sea en el discurso, los grandes problemas que aquejan a la nación.

Para otros, el mexiquense no ha tenido más opción que asumir una actitud exageradamente discreta para poder llegar a Los Pinos el primero de diciembre. 

Y es que cinco meses son muchos. Y más en una circunstancia tan compleja, ya que Peña Nieto todavía tiene que esperar la sentencia del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación para presentarse como presidente electo.

Probablemente por eso, el PRI presentó el 18 de julio, por conducto del senador Carlos Jiménez Macías, una iniciativa de reforma constitucional para abreviar el periodo comprendido entre la fecha de la elección y la de la toma de posesión.

Y es que además de la conveniencia de que el nuevo presidente pueda diseñar su propuesta de paquete económico de leyes hacendarias de ingreso y gasto que habrán de regir durante su gobierno, existen otras razones muy importantes.

“Las prolongadas transiciones de cada sexenio no nos han dejado buenas experiencias, más bien en ellas hemos padecido eventos muy desafortunados que han provocado grandes y muy costosos daños a nuestra nación”, dijo el senador Jiménez Macías cuando subió a la tribuna para presentar su iniciativa.

El protagonismo de Felipe Calderón

Enrique Peña Nieto no solo ha tenido que enfrentar el complicado panorama postelectoral que le ha creado Andrés Manuel López Obrador.

También ha debido enfrentar el protagonismo del presidente Felipe Calderón, quien da la impresión de no querer bajarse del escenario de la política nacional.

El panista quiere pasar a la historia como paladín de la lucha contra la delincuencia organizada, aunque su “guerra” haya causado la muerte violenta de más de 70 mil mexicanos.

No importa que después de las elecciones haya tenido que dar el visto bueno para mandar a prisión al general Tomás Ángeles con unas “pruebas de cargo” que no convencen a nadie. 

El casi ex presidente va y viene. Declara por aquí, declara por allá. Dice que hubiera querido ser pyme, se ensalza a sí mismo, regaña a los legisladores de su partido, intenta asumir el control del PAN y hasta se da tiempo para cantar trovas. 

Pero lo principal, dicen algunos, es que negocia underground con Enrique Peña Nieto. 

El 6 de julio, cuando el presidente del PAN Gustavo Madero declaró que los priistas habían ganado la elección a “billetazos”, Peña Nieto se vio obligado a abandonar su retiro para apersonarse en Los Pinos y aclarar la posición del presidente Calderón.

Y es que en una entrevista que dio al periódico El País, Calderón se refirió a la compra de votos calificándola como un hecho inaceptable que se tendría que castigar.

Y, aparentemente, debido a esa entrevista, Peña Nieto se habría visto obligado a negociar con Calderón.

Los que entran y los que se van

Históricamente está demostrado que el largo periodo que tiene que transcurrir para que el ganador de la elección asuma el poder, incrementa los riesgos y complica la situación, tanto para el que sale, como para el que entra. 

Ejemplos hay muchos.

El 17 de julio de 1928, unos días después de los comicios federales, fue asesinado el presidente electo Álvaro Obregón en el restaurante La Bombilla de la Ciudad de México. 

Los obregonistas señalaron al presidente Elías Calles como responsable del homicidio.

En una época más reciente, el 20 de noviembre de 1976, el rumor de un posible golpe de Estado en las postrimerías del sexenio echeverrista dejó casi sin mercancías a todos los supermercados.

En el siguiente sexenio, el presidente José López Portillo decretó la nacionalización de la banca el primero de septiembre de 1982. En pleno periodo de transición.

Tal decisión no le hizo ninguna gracia al presidente electo Miguel de la Madrid.

El ya fallecido ex presidente consignó el episodio en sus memorias.

“En julio (de 1982, después de las elecciones), (el presidente) me dijo que el control de cambios sería una medida que sentía podía tomar solo, porque era irreversible. 

 “Añadió que ya tenía los borradores de los decretos para la nacionalización bancaria, pero que desde luego los tenía congelados pues los asesores jurídicos les encontraron fallas legales.

“Insistió en que no tomaría la medida sin antes consultar conmigo. Yo le reiteré el punto de vista, haciéndole explícito que tal decisión afectaría gravemente mi gobierno. Sé que para esas fechas también había consultado con (Jesús) Silva Herzog, de quien igualmente había recibido un comentario negativo.

“La verdad es que no me comunicó su decisión de nacionalizar la banca hasta el 31 agosto a las 8:30 de la noche por conducto de José Ramón”.

Ni qué decir de los jaloneos entre el presidente Carlos Salinas de Gortari y el presidente electo Ernesto Zedillo.

Se discutía entonces la conveniencia de devaluar el peso. Carlos Salinas lo cuenta así:

“El 19 de noviembre (de 1994) por la mañana nos encontramos el Presidente de la República, el Presidente electo, los Secretarios de Hacienda, de Comercio, del Trabajo, el Gobernador del Banco de México y Luis Téllez, el coordinador de asesores de Zedillo. Aspe y Mancera expusieron de una manera breve la delicada situación que enfrentábamos. Al tomar la palabra manifesté mi interés en que la nueva administración se iniciara en las mejores condiciones económicas; si para el efecto se requiere operar una devaluación, comenté, estaba dispuesto a asumir esa responsabilidad.

“Aspe concluyó con un señalamiento contundente: no era viable que una administración a la que sólo le quedaban 10 días realizara una modificación del régimen cambiario, pues no tendría tiempo para implementar el paquete general de política económica imprescindible en estos casos. 

Además, insistió, habría que establecer acuerdos de apoyo con la Tesorería de los Estados Unidos para que cualquier acción tuviera como soporte una firme declaración de las autoridades financieras internacionales. Era un error efectuar una devaluación abrupta del peso a 10 días de entregar la Presidencia.

“Aunque Zedillo favorecía una devaluación del peso, no objetó esas consideraciones. Tampoco Serra (Puche)”, cuenta Carlos Salinas de Gortari en su libro “México, un Paso Difícil a la Modernidad”.

Vicente Fox y Ernesto Zedillo no tuvieron mayores problemas. La personalidad del guanajuatense y la ausencia de problemas postelectorales facilitaron las cosas. 

Desde los primeros días posteriores a la elección, Fox designó a los personajes que se encargarían de la transición.

Aun así, alguna vez declaró que los funcionarios de Zedillo no le habían hablado con la verdad. Que le habían disfrazado las deudas. 

Para Felipe Calderón, la transición no fue un problema, salvo por los conflictos postelectorales.

¿Negociar qué y para qué?

DDespués de los comicios, nadie volvió a saber algo de Josefina Vázquez Mota. De Enrique Peña Nieto se sabe un poco más. En cambio, Andrés Manuel López Obrador da una conferencia de prensa casi todos los días.

Para bien o para mal, el priista decidió dejar los escenarios públicos. Dicen que para planear, pero sobre todo para tener tiempo para negociar.

Diez días después de la elección, hizo una fugaz aparición pública para anunciar la designación de sus tres coordinadores de la transición.

Miguel Ángel Osorio Chong, el negociador. Jesús Murillo Karam, el abogado defensor. Luis Videgaray, su hombre fuerte, el diseñador de políticas públicas. 

Por él hablan el presidente del PRI, Pedro Joaquín Coldwell, y a veces Murillo Karam. 

Se rumora que Peña Nieto negoció la coordinación de las bancadas con Manlio Fabio Beltrones. Que acordó que en lugar de Emilio Gamboa, llegara Cristina Díaz a encabezar la fracción parlamentaria tricolor en el Senado.

Pero también se dice que fracasó el acuerdo. Que al final se impusieron Beltrones y Gamboa, los compadres.

Con el auxilio de Joel Ayala, el poderoso líder nacional de la Federación de Sindicatos al Servicio del Estado, y el autodescarte de Cristina Díaz, en dos horas se resolvió que el bueno sería Gamboa.

Según otros trascendidos (ni siquiera hay boletines), se sabe que Enrique Peña Nieto también ha estado impulsando una reforma para ampliar las facultades de algunas secretarías y la creación de otras.

La idea sería crear una secretaría encargada de las telecomunicaciones, aunque aún no hay detalles precisos.

Hoy otros temas que también ocupan la atención y el tiempo de Enrique Peña Nieto, porque los grandes problemas del país existían desde antes de las elecciones. 

Y es hora de negociar para empezar a resolverlos. 

Ahí está la violencia, la delincuencia organizada, la división interna de las Fuerzas Armadas, la corrupción de los cuerpos de seguridad. 

Ahí estaban, y siguen estando, los pobres, los hambrientos y los desempleados. 

Ahí estaba el problema del bajo crecimiento económico. Y el de los jóvenes que quieren estudiar, pero fueron rechazados.

Ahí estaba Felipe Calderón, y seguirá estando como presidente hasta el primero de diciembre.

Es tiempo de negociar.

Ahí estaban los poderosos gobernadores, y siguen estando.

Es tiempo de negociar. 

¿Por dónde empezar? ¿Cómo empezar? ¿Cómo resolver el problema del Ejército? ¿Qué pasos hay que dar para aprovechar los consejos del general colombiano Oscar Naranjo?

Dicen que Peña Nieto invierte casi todo su tiempo en el análisis de estos temas. Y que busca la forma de negociar. Aunque quién sabe con qué tanto éxito. 

Con todo, y a pesar de todo, el virtual ganador –como le dicen– también tiene que resolver un problema fundamental: asegurarse de que las cosas no se salgan de su cauce.

Que no haya violencia. Que no se indigne la gente. Ni antes, ni después de septiembre, para llegar a salvo y a buen puerto al primero de diciembre. 

Para entonces volver a aparecer en público y dejar de dar la impresión de que está ausente. 

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