Carlos Antonio Romero Deschamps dio uno de sus pocos discursos públicos el 25 de junio de 1993 cuando asumió como secretario general del STPRM.
Ahí estaba el “Güero Guacamaya” –el apodo que ganó en su niñez en Tampico, Tamaulipas, por la rojez que alcanzaba cuando le pegaba el sol– ante los petroleros de México. Hablaba el hombre que se había ganado la vida como vendedor ambulante y chofer.
Esa vez, rompió con sus antecesores, Joaquín Hernández Galicia “La Quina” (fallecido en 2013) y Sebastián Guzmán Cabrera (quien ocupó la dirigencia cuatro años antes que él).
“El sindicato ya no será un Estado dentro de un Estado ni se crearán divisiones artificiales para mantener el poder … No iré tras el personalismo que busca consolidar un prestigio que sólo la posteridad puede dar”, dijo.
Romero Deschamps conocía bien a “La Quina”. Se convirtió en su chofer en 1969 cuando trabajó en la refinería de Salamanca, Guanajuato, de la sección 24 del sindicato. En 1989, “La Quina” fue detenido por homicidio calificado, acopio y almacenamiento de armas para uso exclusivo del Ejército. Quedó en libertad en el 2000.
Han pasado tres décadas de aquel primer discurso como dirigente de Carlos Antonio Romero Deschamps y su biografía se integra con pasajes tan oscuros como el desvío de 1 mil 500 millones de pesos de Pemex a la campaña de Francisco Labastida Ochoa, candidato del Partido Revolucionario Institucional a la Presidencia de la República en 2000, conocido como “Pemexgate”, la negociación de plazas y la malversación de los fondos del sindicato.
También con una capacidad para eludir a la justicia. El fuero político lo protegió cuando fue diputado en los periodos 1979-1982, 1991-1994, 2000-2003 y senador, de 1994 a 2002 y de 2012 a 2018.
En campaña, en mayo de 2018, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ofreció llevarlo a la justicia.
“Va a haber democracia sindical, se acabó el cacicazgo en el manejo del sindicato petrolero. Llegó a su fin. Si me entienden, ¿verdad? No voy a hablar más”, dijo en un mitin en Minatitlán sin mencionarlo.
Dos meses después, AMLO era candidato ganador y el exdirigente se desvivía en desplegados en los periódicos nacionales en los que lo felicitaba y le manifestaba solidaridad.
Tres años después de su renuncia a la dirigencia del sindicato, la reminiscencia del exdirigente petrolero es una “caja chica” en la que hay dinero que, según el ritmo de las erogaciones, hacen falta 17 años para gastarlo.
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