Sin importar su labor oficinista, José y sus demás compañeros de traje acudieron a la tienda de conveniencia más cercana en Hipódromo Condesa, compraron aguas por paquetes y las repartían al transeúnte que las solicitaba, mientras ellos se dirigían a una zona de desastre.
Al irse acercando a las inmediaciones de Laredo y Amsterdam, se solidarizaron codo a codo con los deportistas, mensajeros, peatones y demás personas que hacían mano cadena de desescombro.
Lo que era antes un edificio moderno de departamentos de lujo de ocho pisos, ahora solo hay restos de cemento y ladrillo que es removido por jóvenes, bomberos y demás anónimos que quieren ayudar.
El olor a gas penetra en el ambiente, mientras el polvo cala los ojos y la garganta, las personas improvisan cubrebocas con su ropa, camisetas, paliacates o pañuelos para mitigar el escozor en las vías respiratorias.
A una cuadra del extinto edificio, Jacinto espera sentado en una banca del Parque México, el hombre que es bolero, está desconcertado del sismo ocurrido, venía en metro desde su hogar al oriente de la ciudad.
“Venía dormido y que me despierta el jalón y ahí duramos, parados como un cuarto de hora, hasta que nos evacuaron a todos”, dice el hombre con su cajón de bolear y sin clientes vespertinos.
De cara amable y tranquila ante la tragedia, Taiset, adolescente que logró salir a tiempo de su domicilio en Amsterdam 25, casi esquina con Cacahuamilpa agradeció que al interior del inmueble no haya habido mucha gente, ella logró salir ilesa.
“Se cayeron cuatro departamentos, una tienda y la terraza. Yo estaba haciendo de comer y en eso veo que mis animales empiezan a correr por todos lados y yo no sentía el temblor, de pronto siento que el piso empieza a brincar y mi gato se esconde y agarro a la perrita y salgo corriendo y en eso veo como se cae la torre de aquí enfrente”, describe la mujer.
El tránsito en Yucatán e Insurgentes se encontró colapsado por más de una hora, los automovilistas desesperados apagaban los vehículos ante la inmovilidad de norte a sur, el servicio de Metrobus fue suspendido por más de dos horas.
En Viaducto y Torreón la labor civil se combinaba junto al Ejército, rescatistas y elementos de Seguridad Pública, un edificio colapsado era removido inclusive con grúa, la ayuda seguía llegando a pie, en motocicleta y bicicleta por Obrero Mundial, la mano cadena era indispensable para desalojar alambres, varillas, tinacos que seguían saliendo al caer del atardecer del que era una edificación de cinco plantas.
El Metrobús de la Línea 2 no operaba hasta las siete de la tarde, los policías que custodiaban la estación Nuevo León avisaban a los usuarios, quienes sin el importar de la autoridad, esperaban un vehículo que no iba a llegar.
“Así pasa con la gente, no sabemos para cuando se restablezca el servicio y aun así quieren esperar”, declaró el oficial Gutiérrez que desde las dos de la tarde no veía pasar a un transporte Metrobús.
Ante el caos y la falta de elementos de Tránsito de la Ciudad de México, hombres y mujeres ayudaban a maniobrar el tráfico vehicular, sin uniforme y solo con la actitud necesaria, auxiliaban en esta labor.
“¡Avanza Patriotismo, avanza!”, decía Roberto a los automóviles que cruzaban Benjamín Franklin para seguir su trayecto de sur a norte, con un silbato en mano y sin esperar monedas a cambio.