La que sería una entrega de comida más para Nancy, una de las múltiples repartidoras en bicicleta por aplicación, se convirtió en una de las peores situaciones de acoso sexual que ha vivido.
La joven acudió a un departamento de la City Tower Coyoacán, pero la persona que solicitó el servicio tenía otras intenciones.
“El cliente me abre en calzoncillos y me dice: podrías ponerlo en el comedor, por favor”, relata la mujer de 34 años.
Para evitar entrar al domicilio, Nancy le dijo que la política de Uber Eats le impedía ingresar.
Lamentablemente no ha sido la única experiencia de ese tipo que ha sufrido en su trabajo como repartidora.
En otra ocasión, un menor de edad de 16 años, en la colonia Condesa, también le abrió en las mismas condiciones.
“No hubo el menor pudor, me ha pasado varias veces esto”, acusa.
Pero no es la única que ha padecido esta situación. Ahora, a las agresiones que sufren las repartidoras de comida en bicicleta por aplicación cuando van en la vía pública, también se suman las que viven por parte de algunos clientes, quienes tienen actitudes sexuales y machistas hacia ellas.
Las denuncias por este delito también se han incrementado en la Ciudad de México de forma alarmante en los últimos años.
De acuerdo con datos de la Procuraduría General de Justicia (PGJ) capitalina, en el 2014 se registraron 39 carpetas de investigación iniciadas por el delito de acoso sexual, cifra que en el 2018 llegó a 208 casos, lo que representa un incremento de más de 400 por ciento.
Además, el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (Inegi) informó que en 2018, el 96 por ciento de las mujeres de la capital dijo haber sufrido algún tipo de violencia sexual como chiflidos, palabras obscenas o tocamientos.
Stephanie Rojas es otra repartidora que ha tenido varias experiencias de acoso sexual en su trabajo, una de ellas por parte de un guardia de seguridad de un edificio donde fue a entregar comida.
“A pesar de que traía mi anillo de casada, insistía e insistía en que le diera mi número de teléfono. Entonces me vi en la necesidad de tomar el elevador y bajar un piso corriendo para huir”, cuenta.
Además de eso, un grupo de hombres la acosó sexualmente cuando les fue a entregar un pedido.
Situaciones normalizadas y repartidoras indefensas
Stephanie Rojas, quien es activista dentro de la organización #NiUnRepartidorMenos, señala que las agresiones sexuales están normalizadas, por lo que muchas veces las víctimas no son capaces de defenderse ante tales ofensas.
Explica que muchas de sus compañeras han tratado de evitar estas situaciones pero no pueden debido a que estar en una bici requiere ropa cómoda como shorts o mallas.
“No falta el chiflido o el comentario, el problema es que muchas veces no se dan cuenta de la gravedad y muchas tienen miedo”, declara.
Incluso, en ocasiones otros repartidores también las acosan.
“Hay compañeros que por ser mujer ya te quieren ligar o te hacen comentarios respecto al físico”, acusa.
Además, afirma que la situación está en un grado preocupante pues muchos hombres recriminan que no se dejen acosar.
“Incluso nos acusan de que ya no nos dejamos decir nada o no nos pueden ni ver”, explica Rojas.
Piropos prohibidos
Desde el 8 de junio pasado, con la entrada en vigor de la nueva ley de cultura cívica, ya está prohibido hacer comentarios como piropos a cualquier persona.
“Proferir expresiones verbales de connotación sexual a una persona; y realizar tocamientos en su propia persona con intención lasciva es considerado como una infracción contra la dignidad de las personas”, menciona el artículo 26 de la ley.
Pero eso no impide que las repartidoras vivan en constante temor de que un automovilista las agreda a bordo de su bici mientras hacen su trabajo.
Nancy señala que en repetidas ocasiones le han aventado el coche mientras circula por la ciudad.
“Me han tocado el claxón y aventado el carro. Una vez, un taxi quiso dar la vuelta continúa y le dije que tenía que esperar que pasaran todos los peatones y me empezó a decir de groserías”, relata.
En otra ocasión, otro taxi que iba en sentido contrario la confrontó.
“Se paró en medio de la calle y me aventó el coche, después me gritó y me arrojó monedas. Yo nada más lo volteé a ver pero no quise discutir para que no me hiciera otra cosa”, recuerda la repartidora.
Ayuda mutua
Para evitar que el problema crezca, la organización #NiUnRepartidorMenos, que pugna por los derechos de los repartidores de comida por aplicación, lanzó dos iniciativas: la Bitácora de Acoso y la de Guerra.
La activista Stephanie Rojas explica que la primera sirve como una herramienta para que las repartidoras compartan lo que les ha pasado y puedan evitar que les pase a otras personas.
“Surge para prevenir ese tipo de situaciones y que de un acoso vaya a pasar algo más”, dice.
La iniciativa funciona por medio de un grupo de WhatsApp en el que solo se permite que estén mujeres que envían su testimonio para que las demás lo conozcan.
Posteriormente, se publica en la página de #NiUnRepartidorMenos. Así se comparten direcciones y personas que han cometido acoso sexual.
“Las compañeras cuentan sus historias para que tengan cuidado, no es un trabajo fácil y no se desaniman ante esta situación, es para que ellas sepan que no están solas”, afirma Saúl Gómez, activista de Rappi.
La Bitácora de Guerra funciona de manera similar, en ella todos los repartidores tanto hombres como mujeres, relatan si les suceden incidentes viales o asaltos.
Testimonios que también se publican en las redes sociales del colectivo de repartidores.
Ambas iniciativas comenzaron hace cinco semanas ante la necesidad de protegerse entre ellos y como un llamado a la autoridad para tomar cartas en el asunto.