La plaza de la Constitución se encuentra sitiada, miles de personas caminan las calles que llegan a ella y se acercan al corazón del país tomando el lugar público por excelencia en un asalto que espera al liderazgo que escogieron, ese cuyo nombre se encuentra en banderas y carteles: Claudia Sheinbaum.
La doctora arranca su campaña, el “primer paso” que la podría llevar a la presidencia, al palacio que sería su hogar por los próximos seis años.
A medio día el sol fustiga, pero desde el sur de la ciudad los contingentes de Guerrero sonríen, aplauden y cantan consignas. Llegaron a la ciudad en camiones turísticos en dónde no cabía más nadie, desde Acapulco hicieron 5 horas de viaje y ahora esperarán horas bajo un calor que no les es ajeno.
En las calles del poniente, en esos corredores comerciales por los que un siglo antes entró Madero a la capital, un marea de bailes y tamboras mece a las personas, organizados bajo banderas de líderes locales, en un andar parsimonioso que los conduce al epicentro de la congregación.
Si las cortinas de los negocios bajaron, las calles se llenan de puestos improvisados. Ropa, calzado, peluches, tazas y llaveros con mensajes y forma de la candidata se venden alrededor de la plancha del Zócalo, y si bien la cola de caballo de su silueta resalta no se separa mucho de la del presidente que pretende remplazar.
Falta una hora para el inicio del evento y la plaza publica más grande del país se ha paralizado, el océano guinda que lo inundó no permite el movimiento y aún así las olas no dejan de arribar.
A un paso lento la esquina de cinco de mayo se convierte en el único punto de entrada y poco a poco los gritos de los organizadores se pierden entre las bocinas que reproducen los discursos que llevaron a la presidencia a López Obrador.
La hora ha llegado, el sol cede, y aunque la comparsa sigue en la calle el cansancio cobra factura, en las banquetas se sientan personas de todas las edades y la doctora aún no aparece.
20 de noviembre está bloqueada, un pasillo de metal la atraviesa y tras las vallas que lo forman cientos esperan con cámaras y teléfonos en mano mientras en los micrófonos anuncian la llegada de la candidata.
“La crónica de una victoria anunciada”, así presentan a la candidata que entra al templete, en medio de aplausos, vítores y un confeti que se expande a su paso. Las banderas no dejan de ondear y la gente grita “Presidenta, Presidenta…” mientras Sheinbaum camina sin nadie que haga sombra a su huipil de flores.
Con sus primeras palabras llama al voto, lo denomina una fiesta, y reduce las opciones del futuro a dos: la corrupción o la transformación. Enumera logros, carga contra el pasado y se compromete a seguir por un camino de libertades, soberanía y demás ideales.
Si discurso, con un ciento de promesas, recibe aplausos pero las bocinas del templete nunca necesitan hacer pausa por el estruendo de la audiencia. Las arengas reciben respuesta, pero no ensordecen a una plaza que la esperó por horas.
Claudia reconoce su lugar en un movimiento; sin embargo el nombre del presidente solo aparece al final de las promesas cuando marca su autonomía sin olvidar a quien la precede. Ahí aparecen los aplausos que recuerdan a quien escuchó todo desde el palacio de enfrente.