Políticos pobres, pobres políticos…
Carlos Hank González acuñó la “ingeniosa” expresión anterior y bien que supo ejecutarla en la práctica para pasar a la historia como un político querido y respetado, muy a pesar de su inmensa fortuna mal habida, de su gigantesca riqueza inexplicable a ojos vistas.
Francisco Martín MorenoCarlos Hank González acuñó la “ingeniosa” expresión anterior y bien que supo ejecutarla en la práctica para pasar a la historia como un político querido y respetado, muy a pesar de su inmensa fortuna mal habida, de su gigantesca riqueza inexplicable a ojos vistas.
Eso es México, de ahí que su dicho haya hecho escuela y una gran mayoría de funcionarios actuales de todos los partidos políticos razonen de la siguiente manera: Es mejor ser un hampón que un ciudadano decente, porque 98% de los delitos permanecen impunes, lo cual constituye una incontenible invitación al crimen. Es un tonto el político que no delinque a sabiendas que su conducta no tendrá consecuencia penal ni social alguna. En México todo está al revés. Los bandidos, los defraudadores del tesoro público, los presupuestívoros, son invitados por la sociedad a cenar a casa y, además, son obsequiados con inmejorables viandas, en lugar de escupirles en la cara y abuchearlos en tanto lugar se encuentren.
Es mejor ser chofer de una grúa de tránsito del gobierno de la ciudad y morder a los automovilistas, atacarlos sin piedad y cerrar el día 4 o 5 mil pesos diarios exentos de impuestos, que trabajar como dependiente en una abarrotera ganando un sueldo decoroso o no.
Es mejor ser inspector del Seguro Social y poder clausurar una obra millonaria con pretextos ridículos como el hecho de que un chalán no lleve puesto el casco y sacarle al constructor las tripas a través de un señor soborno con el que podrá vivir un año por lo menos, que ser conductor del metrobús con un ingreso rascuache. Es mucho mejor ser diputada federal, dueña de un lujurioso trasero y ganar 150 mil pesos mensuales, más comisiones y bonos a cambio de vender su voto y percibir millones de pesos al año, que ser mecanógrafa de cualquier legislador en dicha cámara con percepciones y un futuro intrascendente.
Es mucho mejor ser bombero y ganar el salario mínimo con tal de que cuando exista un incendio pueda comprar el derecho de ser el primero en entrar al inmueble en llamas y poder robar todo aquello que me encuentre en mi camino, en lugar de barrer las calles con una escoba dentro del departamento de limpia. Es mucho mejor ser auditor de la Secretaría de Hacienda y esquilmar a los contribuyentes, asustarlos con la posibilidad de ir a la cárcel al revisar la documentación relativa a sus operaciones y ganar millones de pesos al dejar de vaciar en las actas la realidad de lo fiscalizado, a trabajar como contador en una empresa haciendo registros aburridos e irrelevantes.
Es mucho mejor ser delegado de cualquier delegación del Distrito Federal y obtener montañas de billetes exigidos por cada trámite realizado ante mí como autoridad, que ganarme la vida en el departamento de orientación ciudadana para morirme de hambre. Que las dudas se las resuelva, en todo caso, su madre… Es mucho mejor ser jefe del gobierno de la Ciudad de México y llenarme de dinero al aumentar escandalosamente el costo de la obra del metro y meterme a la bolsa miles de millones de pesos, a tener que hacer carrera como empresario y obtener ganancias insignificantes si se les compara con la oportunidad de robar impunemente cifras estratosféricas que me garantizarán una vejez feliz y el acceso a un jet Challenger… ¿Por qué no robar a mansalva si a nadie se le castiga por cometer ilícito alguno en este país de cínicos y omisos que sólo se quejan a la hora de tomar café y beber coñac XO? No hay sanción legal ni social, entonces, a robar…
Es mucho mejor hacer una gran fortuna como secretario de finanzas de un estado de la Federación y redocumentar la deuda pública ganando una enorme comisión por este trámite, que trabajar como operador en cualquier casa de Bolsa del país obteniendo un sueldo de miseria.
Es mucho mejor vender una concesión pública del gobierno federal que le concede a los empresarios el acceso a un monopolio después de pagar un incuantificable soborno escondido en trusts foráneos, que tener que hacer crecer mis propias compañías con arreglo a una labor lenta y tortuosa que jamás me reportará utilidades como la que obtengo al ser dueño absoluto de un mercado.
Es mucho mejor vender licencias de construcción desde una oficina pública, cobrar jugosas mordidas por cada metro cuadrado de construcción o por cada vivienda, que construir y enfrentar problemas a diario con interminables filas de coyotes del Seguro Social o del Infonavit o de la Secretaría del trabajo o de la Hacienda o del gobierno de la ciudad o del Estado, etc… Es mucho mejor ser inspector con una deslumbrante credencial y tener buena imaginación para descubrir irregularidades que se olvidan a cambio de dinero, que ser gerente de una empresa de automóviles y ganar sueldo y comisión cuando el mercado está deprimido. Es mucho mejor ser gobernador y disponer del tesoro público a mi antojo para comprar un avión supersónico que sólo necesito para presumir, o de plano entrar a saco en el presupuesto estatal, en lugar de tener que trabajar en el sector privado para comprarme la aeronave con mi esfuerzo y el producto de mi imaginación y de mi trabajo.
¿A dónde voy sin un Ferrari bien o mal habido si al fin y al cabo la gente me distinguirá con un “don” Emilio gracias a mi ostentosa riqueza?
Es mucho mejor tener el derecho para clausurar una empresa y lucrar con el pánico de los dueños en lugar de constituir mi propia compañía y tener que enfrentar las huelgas, las quiebras, los infartos, las úlceras, la calvicie y la gastritis, entre otros males propios de los empresarios.
Es mucho mejor ser Secretario de Comunicaciones y Transportes, adjudicar amañadamente los contratos de obra y ganar grandes comisiones, voluminosas comisiones pagadas en el extranjero en paraísos fiscales, a cambio del otorgamiento de importantes concesiones de carreteras, obras portuarias y aeroportuarias, que fundar mi propia compañía constructora y tener que lidiar con todos los coyotes que vendrán a morderme por todos lados. Es mucho mejor comprar medicinas como jefe de compras de un instituto de seguridad pública y elevar el precio de las transacciones a los laboratorios para hacerme con gran facilidad de una enorme ganancia, que tener mis propias instalaciones edificadas y equipadas con mi esfuerzo y mi talento después de contratar créditos carísimos y riegosos y tener que hipotecar mi futuro con los banqueros usureros.
Es mejor desempeñarme como vista aduanal en cualquier aeropuerto o punto fronterizo y cobrar buenos dólares a titulo de cochupos, que tener una franquicia de agente aduanal y cobrar de acuerdo a aranceles insignificantes. ¿No conviene en México ser un disciplinado líder sindical y gozar de una gran fortuna robándole a mis agremiados en la inteligencia de que siempre seré protegido por la superioridad si soy capaz de controlar a mi sector y dominar mis ambiciones políticas?
Es mejor trabajar como agente del Ministerio Público y cobrar a los indiciados aterrorizados con la pérdida de su libertad cantidades enormes de dinero depositado en cuentas fantasmas de mi propiedad, que tener que pagar el 35 por ciento del Impuesto sobre la Renta y además caer en los supuestos establecidos por la ley de lavado de dinero. Un horror, sólo aplicable a los contribuyentes verdaderamente idiotas que cometieron la torpeza de darse alta ante el fisco. ¡Cuánto candor, madre mía…! Dios nuestro Señor los proteja… Lo único delicado es caer en la mira de uno de esos malvados columnistas inaccesibles al dinero y sí que lo hay, tan inaccesibles como irresponsables por lo que se juegan…
Es mejor ser un juez corrupto y vender la causa al mejor postor o ser un actuario venal y podrido en un juzgado que trabajar como abogado, pensar, meditar, estudiar el caso para ganar unos pesos con arreglo a la inteligencia y a la información jurídica.
En realidad es mucho mejor ser funcionario público que hombre de negocios porque se gana mil veces más de este lado del escritorio que en el otro, donde tenemos la oportunidad de acuchillar a la ciudadanía sin riesgos ni consecuencia alguna. Realmente qué tontos son los hombres del sector privado, qué bueno que no tengan aspiraciones políticas… Nos conviene que los empresarios sean torpes, obsecuentes y cobardes, nuestro caldo ideal de cultivo…
¡Vivan los políticos ricos! ¡Viva la indolencia ciudadana!