Periodismo de esperanza
Marcela Turati habla sin pausas. Su cabello revuelto inunda la pantalla.
“¿Por qué tengo que estar leyendo esto? ¿A mí en qué me afecta?”, suelta como claves para entender su trabajo periodístico.
Agrega estas preguntas a las clásicas del oficio, como un retrato íntimo de sí misma frente a la computadora que ahora usa de vehículo para relatarse.
El miércoles, la periodista mexicana recibió –en Colombia- el Premio Gabriel García Márquez de Periodismo.
Peniley Ramírez
Marcela Turati habla sin pausas. Su cabello revuelto inunda la pantalla.
“¿Por qué tengo que estar leyendo esto? ¿A mí en qué me afecta?”, suelta como claves para entender su trabajo periodístico.
Agrega estas preguntas a las clásicas del oficio, como un retrato íntimo de sí misma frente a la computadora que ahora usa de vehículo para relatarse.
El miércoles, la periodista mexicana recibió –en Colombia- el Premio Gabriel García Márquez de Periodismo.
Además de ese, varios momentos definen su carrera: sus viajes por América Latina, los meses que pasó recopilando historias en comunidades rurales, el curso que tomó en el 2000 con Ryszard Kapuscinski, la cobertura de la matanza de 72 migrantes en San Fernando, el día en que decidió si sería periodista o también activista…
“Hace diez años abandoné la redacción de mi periódico y emprendí un viaje por Latinoamérica. Impaciente, buscaba saber cómo es que el periodismo puede cambiar las cosas. Visité redacciones, entrevisté colegas, acompañé luchas ciudadanas, respiré nuevas realidades, eduqué la mirada y esbocé respuestas sobre un periodismo de lo posible, que moviliza y no paraliza”, dijo Turati en su discurso en Medellín.
Luego, en una conversación para Reporte Indigo, la periodista
se toca el corazón y habla de los desaparecidos de la guerra contra el narco, de cómo procura hablar con cada víctima “como si fuera la primera”, cómo a veces tiene que poner distancia, prender una veladora, reunirse con sus compañeras de Periodistas de a Pie, su soporte colectivo.
Relata sus viajes “amorosos” a casas de amigos, no a hoteles. “Debes tener los ojos y el alma limpia, no sentir que es una carga, eso que no nos dicen nunca en la redacción pero es importante. El autocuidado emocional es parte de lo que tenemos que aprender para hacer bien nuestro trabajo”, coloca sobre la mesa.
Hay 42 años de distancia vital entre Turati y el otro ganador del Premio, el colombiano Javier Darío Restrepo. Se siente aquí como una voz de su generación, no solamente de los periodistas de su país.
No lo piensa dos veces cuando se le pregunta si llegó a ser una misionera, como lo quiso en su niñez.
“Creo que el periodismo es una misión (…) de estar con los más pobres, irse a los barrios y tratar de traducir ese dolor”.
Esta perspectiva la conecta con el periodista polaco Kapuscinski y el curso que le cambió la vida.
“Me gusta de él esta opción por los que sufren, este estar con la gente, de alguna manera padecer lo que ellos viven para poder escribirlo mejor y no ser un periodista de escritorio”, remata.
Tampoco la detiene si debe existir una línea divisoria entre el periodismo y el activismo, o pueden imbricarse.
“Milito en la libertad de expresión, en el derecho de los ciudadanos a estar informados, porque no maten a más periodistas, es el límite que yo me puse”, dice como quien ha pensado la respuesta mucho tiempo atrás.
De inmediato se lanza a la anécdota: varios compañeros quisieron tomar la avenida Reforma, en la Ciudad de México, para protestar por el aumento de las agresiones contra periodistas.
No sabían cómo hacerlo, algunos miembros de organizaciones civiles tuvieron que ayudarles. En medio de la marcha, pancarta en mano, Turati quiso entrevistar a un cronista.
Él tomó la pancarta mientras ella anotaba en su libreta. Luego cambiaron, ella con la pancarta, él con la libreta. Al final los dos se preguntaron: ¿quién haría la nota?
“Queremos volver a las redacciones, nadie quiere estar todo el tiempo como en una central de alarmas, tampoco nos toca, porque hay organizaciones dedicadas a eso”, suelta de moraleja.