Negocio a ciegas
En la Ciudad de México hay programas sociales o apoyos económicos para todos. Al menos para los que representan un grupo clientelar. Los demás forman parte de los olvidados.
Y en este último sector se encuentran los invidentes. Aquellas personas que pese a su condición física salen a las calles a ganarse la vida, como ellos mismos lo describen.
El problema radica en que lejos de que las autoridades delegaciones los apoyen, los perjudican. Son partícipes de despojos y extorsiones.
Así lo afirman los integrantes de la Asociación Nacional de Invidentes Comerciantes.
Jonathan Villanueva
En la Ciudad de México hay programas sociales o apoyos económicos para todos. Al menos para los que representan un grupo clientelar. Los demás forman parte de los olvidados.
Y en este último sector se encuentran los invidentes. Aquellas personas que pese a su condición física salen a las calles a ganarse la vida, como ellos mismos lo describen.
El problema radica en que lejos de que las autoridades delegaciones los apoyen, los perjudican. Son partícipes de despojos y extorsiones.
Así lo afirman los integrantes de la Asociación Nacional de Invidentes Comerciantes.
La historia es la siguiente:
En 1953, la Presidencia de la República publicó un decreto que autoriza permisos para que los débiles visuales y ciegos instalaran puestos en la vía pública para obtener un sustento económico. Desde entonces proliferaron estructuras metálicas en todas partes de la Ciudad de México.
La única condición de las autoridades para acceder a este programa era ser invidente y agruparse en una asociación civil.
Fue en 1979 cuándo se conformó una asociación más: la Nacional de Invidentes Comerciantes, dirigida por Arturo Zamudio López, con una plantilla de al menos 450 personas asociadas.
De acuerdo con Juan Gualberto González Calzado, integrante de la agonizante agrupación, el pacto de esa y de las demás asociaciones consistía en que los puestos metálicos debían ser únicamente para gente con problemas de visión.
“El que se quería ir de la asociación podía hacerlo en el momento que quisiera. Pero su puesto se quedaba para el servicio de todos los agremiados, pues aunque un lugar estuviera a tu nombre, el beneficio era colectivo”, explica.
“Años después acordamos rentarlos ya que había gente que nos robaba la mercancía o el dinero, aprovechándose de nuestra condición física. Y así los ingresos se seguirían repartiendo entre todos”.
Los conflictos
En 2010, Zamudio López seguía teniendo el control y llevaba a cabo una depuración del padrón que prometía mejores condiciones para la comunidad. En diciembre de ese año falleció. Su trabajo quedó inconcluso.
Juan Gualberto cuenta a Reporte Indigo con documentos en mano, que a partir de ese entonces, los hijos de “Don Zamudio” Arturo, Víctor Manuel y Julio tomaron las riendas de la asociación.
“En primer lugar ninguno de los tres era invidente y vieron en la agrupación una oportunidad para generar un negocio a costa de los débiles visuales”.
A partir del 2011, los hermanos decidieron cambiarle de nombre: Asociación de Invidentes del Distrito Federal, con una nueva razón social para apropiarse de la agrupación. Y empezaron a presionar a los agremiados pidiéndoles un aumento económico de más del 100%.
“Al principio éramos 450 y bajo la presión a la que fuimos sometidos por los hijos de Zamudio, 200 compañeros se lograron cambiar de agrupación y continuaron ayudándose económicamente con sus puestos.
“El resto, tuvo la mala suerte de perder ahí una oportunidad de salir adelante”.
Explica que los nuevos dirigentes comenzaron a coludirse con las autoridades delegacionales para despojarlos de los pocos locales que les quedaban, principalmente con los de las delegaciones Benito Juárez, Cuauhtémoc y Venustiano Carranza.
Les fueron arrebatados 160 puestos de un jalón. Los padrones de los dos últimos años, dan detalle de la “rasurada”.
“Los motivos que utilizaron para quitárnoslos son que no pagamos las cuotas que nos habían fijado. Hasta la fecha (los hermanos) cobran las rentas de esos negocios y en algunos casos ya fueron cedidos legamente por las autoridades”, añade.
El negocio
Los números no son su fuerte, pero están claros en que la renta de cada puesto metálico varía de acuerdo a la zona y el taño. Va, desde los 600 pesos hasta los dos mil pesos mensuales, lo que a la postre deja una jugosa ganancia.
Suman 160 los espacios que han sido retenidos por la nueva asociación, y de los cerca de 100 que todavía tienen en su poder, la mitad presenta problemas legales, según la versión que han obtenido de las autoridades.
“Las cinco veces que hemos querido denunciar el despojo, los abogados nos han timado. Nos sacan dinero y luego nos enteramos que ya están aliados a los hermanos Zamudio por lo cual nos es difícil avanzar”.
Gualberto es enfático en que son espiados. “Ellos tienen la capacidad física para estar al pendiente de lo que acordamos y hacemos para recuperar nuestros locales, por eso nos boicotean”.
Las autoridades
El caso más representativo se da en la delegación Benito Juárez, donde en teoría la Asociación Nacional de Invidentes Comerciantes tiene 49 puestos. Pero las autoridades solo les refrendaron 23 permisos.
“No nos dan un argumento sólido del por qué nuestros tramites están detenidos, pero a las demás asociaciones, como la de los Zamudio, les han entregado todos los permisos solicitados”, agrega.
También sostienen que en la dirección de Gobierno de la demarcación, y del área de Vía Pública la única propuesta es que renuncien a su asociación y que se vuelvan independientes para evitar más despojos.
Para el diputado local panista, Juan Carlos Zárraga, es lamentable que las autoridades les estén quitando los puestos para venderlos a otros grupos que nada tienen que ver problemas visuales.
“Yo hablé personalmente con el jefe delegacional en Benito Juárez, Mario Palacios, para plantearle el problema, y lo único que me pudo contestar es que él ya se va, que hable con el próximo delegado.
“No entendemos por qué les quitan su única fuente de ingresos. Como representan un grupo minoritario no hay quien los defienda”.
De acuerdo con los entrevistados, en todas las organizaciones hay problemas de este tipo, con el objetivo de quitar a todos los invidentes para hacer de los puestos metálicos un prospero negocio.
DON ALFREDO, UNO DE LOS OLVIDADOS
Los ciegos y débiles visuales reciben pocos o nulos beneficios de los cientos de programas sociales que caracterizan a esta metrópolis
Es Alfredo Rodríguez Casares, afina pianos y renta un puesto metálico en la vía pública.
Hasta los 13 años, llevaba una vida normal. Siendo apenas un adolescente, gradualmente comenzó a perder la vista. “Los doctores nunca me pudieron decir qué tenía. Solo sé que ya no podía ver. Y eso cambió mi vida radicalmente”.
A diferencia de los demás grupos vulnerables que hay en el Distrito Federal, como Madres Solteras, Niños en situación de calle, desempleados… los ciegos y débiles visuales tienen pocos o nulos beneficios.
Don Alfredo dice que nunca ha recibido un solo apoyo del gobierno de la Ciudad de México ni de una delegación política, con lo que coinciden sus amigos y conocidos que sufren del mismo padecimiento.
Él vive con su hija, su nieta y su mujer. “La vida no es fácil para nadie y para nosotros es peor”.
Dice que la situación laboral de su familia apenas da para comer y que él no puede ser una carga más.
Por eso, a los 20 años comenzó a asistir a la Escuela Nacional de Ciegos donde aprendió el lenguaje Braille.
“Tuve que aprender masoterapia y a afinar pianos para ganarme la vida. También tengo un puesto en la vía pública, y de ahí saco una pequeña renta para ayudarme con los gastos de la casa”.
Su rostro se endurece cuando toca el tema, pues asegura que las autoridades delegacionales quieren despojarlo de su patrimonio, “tal y como lo hicieron con la mayoría de mis compañeros”. Se refiere al intento de una agrupación de apoderarse de su negocio.
El 90 por ciento de sus amigos ha fallecido en accidentes, “por lo complejo que resulta ser ciego”, explica.
“Es por eso que nosotros tenemos que buscar la forma de tener un poco de solvencia económica, ya que cualquier ayuda llega solo por una vía: la gratificación.
“Cada vez que entro al Metro y necesito saber la dirección tengo que tener presente que si no hay escritura Braille debo pedir el favor y tener una moneda lista para intercambiar el favor”.
En su experiencia de seis décadas, las medidas de seguridad en las calles de la metrópolis no son las óptimas. Por eso es frecuente que sus compañeros se accidenten.
“Tenemos una situación crítica, por que dependemos en buena medida del apoyo de la demás gente. Poner un clavo o un tornillo son cosas que no podemos hacer. Mi caso es un simple ejemplo de lo que se puede padecer”.
Don Alfredo es uno de miles de invidentes que pululan las atropelladas y desordenadas avenidas de esta ciudad, una de las más grandes del mundo.