Mujeres, hartas de la impunidad, claman justicia en 8M

Durante la manifestación por el Día Internacional de la Mujer las expresiones de protesta, así como los grupos que tomaron las calles, fueron diversas, sin embargo, la exigencia del respeto a sus derechos fue el llamado en común
Noemí Gutiérrez Noemí Gutiérrez Publicado el
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Es la rabia, la impotencia. A golpes, un grupo de mujeres clamó justicia. Hartas de la impunidad, en el Día Internacional de la Mujer, marcharon en la Ciudad de México.

Es el 8M, el primero tras la pandemia de COVID-19 en el que las mujeres toman otra vez las calles desde el Ángel de la Independencia hasta el Zócalo capitalino, en donde el grito fue de “¡Justicia!”.

Justicia para Cecilia Fátima, para Fátima Quintana, Litzi Itzel Velázquez, para Susana, para Brenda y miles de mujeres asesinadas y desaparecidas en México.

Estudiantes, empleadas y activistas marcharon vestidas de color morado, verde y negro con pancartas con las leyendas “Calladita no me veo”, “Estar de suerte ahora, es estar viva”, “Si mañana soy yo, quemen todo”, “Por favor, ya no nos maten”, “Yo sí te creo” y “Feliz va a ser el día que no falte ninguna”

En la plancha del Zócalo, detrás de las vallas metálicas, desde la mañana ya estaban apostadas mujeres policías capitalinas que portaban uniformes antimotines, además de extintores.

Alrededor de las 15:00 horas, llegó al recinto histórico, en donde despacha y vive el presidente Andrés Manuel López Obrador, un grupo del cuerpo de antimotines de la Guardia Nacional y de la Secretaría de Marina.

Fue en ese momento, que las primeras colectivas llegaban a la principal plaza del país tras marchar desde el Monumento a la Revolución.

De las casi mil mujeres, se desprendió un grupo identificado como del bloque negro con mazos, sopletes y otros proyectiles.

“Las de los martillos”, gritaban para invitar a otras a que se sumaran para derribar las pesadas placas de metal de más de dos metros.

“No se va a caer, lo vamos a tirar”, coreaban las encapuchadas al patear el muro con cientos de consignas y en donde se colocaron cruces de color rosa por la violencia feminicida.

También muestran su rechazo tras las declaraciones del presidente López Obrador en donde dice que el movimiento feminista está infiltrado por conservadores. “Fuimos todas, fuimos todas”, exclamaban al respaldar a las encapuchadas.

Los aerosoles los convierten en sopletes para intentar dañar las cadenas de metal que unen los pesados bloques de metal.

En respuesta, las policías desde el interior lanzan gas que irrita los ojos, la piel y las vías respiratorias.

“Agua, agua”, piden a gritos para quitar el ardor. De pronto, una lluvia de brillantina color morada que se adhiere a la cara, los brazos, la ropa y destella con el sol. Después cae la pintura de color rojo que no llega al muro.

Ya para las 16:00 horas la plancha del Zócalo se va llenando de decenas de colectivas que visten en su mayoría prendas de color morado.

La atención se concentra en las vallas que resguardan Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana. Ahí, las más aguerridas y armadas con mazos y martillos se lanzan contra las placas.

A gritos se celebra cuando una de las morras escala y lanza proyectiles a las mujeres policías.

Los de la brigada Marabunta corren cuando se desvanece una adolescente de rastras tras recibir un golpe en la frente de una de las manifestantes.

“Fue sin querer, se equivocó, no fueron las policías”, justifica uno de los voluntarios de Marabunta.

Del otro lado de la valla, cerca del edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), Paulina, una niña de siete años, ve entre el metal a las mujeres policías. Sabe que nadie debe tocar su cuerpo sin su consentimiento.

Por su parte, Carolina camina segura con su torso al aire. Sus pechos están cubiertos decorados con pedrería.

“Estamos hasta la madre que todos los días es lo mismo, es horrible, uno no puede estar con su cuerpo en paz porque siempre es lo mismo con los hombres y con quien sea”
CarolinaManifestante

Entre las manifestantes caminan elementos de Protección Civil y de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México.

Son pocos los hombres que están en el Zócalo. Unos son vendedores ambulantes. Otros, acompañan a sus novias, amigas o hermanas. Otros solo caminan entre las mujeres con los brazos cruzados.

“Vete a la verga”; le gritan a un hombre al que le exigen que se retire.

Cerca de las 17:00 horas, suenan los primeros petardos en la esquina de Palacio Nacional y la Catedral Metropolitana. Hasta cinco detonaciones se escuchan. Después son más constantes.

“Ojalá así me defendieran” y “por mi casa no hay policías”, reclamaron cuando los uniformados con vallas y postes de señalamientos viales trataban de derribar el muro.

A unos 50 metros, en la plancha está Gabriela y sus amigas sentadas en el suelo. Solo observan el gas, el corredero y los gritos. Reprochan que la marcha en la que exigen justicia se centre en los hechos violentos, las quemas y los insultos. “Nosotras no venimos a eso”, dice molesta.

Otras, se toman la selfies con las del bloque negro de fondo.

Para las 18:30 horas, son cada vez más las mujeres que piden apoyo por la irritación provocada por el gas. Sentadas en el piso; arropadas por sus hermanas, les llaman a los de Marabunta para que les rocíen agua con bicarbonato.

Las morras que han estado en la primera línea de la protesta ya están cubiertas de polvo blanco que deja el gas. El Zócalo luce lleno. De los grupos de mujeres sale humo de color morado

En el aire, sobre la Catedral, un helicóptero de la policía se mantiene observando. Son las mujeres retomando las protestas por las 10 asesinadas diariamente en el país.

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