Mujeres contra la violencia
Al contar la historia de su vecina, a Judith se le pasma la voz. La conoce desde chica pues crecieron juntas en ese barrio de Iztapalapa donde ha atestiguado “todas las calamidades” por las que ha pasado.
De chica a Marta su padre la maltrataba. “Con ella se desquitaba, cuando las golpizas que le metía a su madre no le bastaban”, me cuenta la comerciante que en sus ratos libres asiste a enfermos.
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Al contar la historia de su vecina, a Judith se le pasma la voz. La conoce desde chica pues crecieron juntas en ese barrio de Iztapalapa donde ha atestiguado “todas las calamidades” por las que ha pasado.
De chica a Marta su padre la maltrataba. “Con ella se desquitaba, cuando las golpizas que le metía a su madre no le bastaban”, me cuenta la comerciante que en sus ratos libres asiste a enfermos.
El hombre solía andar alcoholizado e iba y venía de la casucha pequeña. Hasta que un buen día el chofer de mudanzas nunca más volvió. Parecía que al fin la paz había llegado a ese lugar al que su amiga de la infancia nunca pudo llamar hogar.
Marta “se juntó con un cuate de la colonia” que luego se supo “le gustaba la bebedera y también era drogadicto”. Su mujer “terminó agarrando el vicio igual” y el torbellino de violencia fue cobrando una fuerza desoladora. Al punto de que “el tipo éste terminó violando a su hija”.
La pequeña luego falleció. Marta hoy está encarcelada, fue acusada de ser cómplice en el fatal suceso que terminó con la vida “de esa inocente”.
Judith cuente que hace poco se enteraron que a Marta y su hermano su padre los abusó también cuando eran niños. “Esa familia arrastra muchas cargas”, comenta.
Joel es un profesionista de edad madura que con mucho recelo cuenta la historia de su sobrina, una guapa y exitosa mujer a quien la vida le sonrió siempre. O es mejor decir, casi siempre. Hasta la llegada de ese apuesto hombre de negocios con el que Rosario decidió formar una familia.
Tres hijos, una situación económica estable, todo marchaba sin contratiempos hasta que la joven descubrió “la debilidad” de su esposo: el gusto por otras mujeres.
Los pretextos y las promesas de cambiar de su pareja cumplieron su cometido pero solo por tiempos breves; “el susodicho seguía con lo mismo”.
Joel y otros familiares luego se enteraron que a su querida pariente “este tipo la agredía” no solo verbal sino también físicamente. Cuántas veces y cómo lo ha hecho no lo saben a ciencia cierta, pero por ella saben que “le ha puesto la mano encima”.
Nada ha sido suficiente hasta el momento para que “una chica tan inteligente y capaz” se resuelve a dejar atrás esa vida que no es vida. Que le ha arrancado la chispa de confianza y alegría en su persona. El miedo y la impotencia han dejado varada a Rosario en un camino incierto.
No importa la edad, el estrato social, la educación ni “la suerte” de unas u otras. A miles de mexicanas, incluidas las capitalinas, la crueldad y sus distintos rostros les pega por parejo.
Alzar la voz
El pasado 25 de noviembre, en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, la Ciudad de México arrancó una campaña de 16 días para reflexionar y debatir sobre este flagelo que sigue creciendo alarmantemente.
Edificios y monumentos del DF estarán iluminados de color naranja hasta el 10 de diciembre para “alzar la voz” contra las agresiones que sufren las mujeres.
En este contexto también fue anunciada, entre otras medidas, la creación del Centro de Atención a la Mujer contra la Violencia que se edificará en la delegación Azcapotzalco.
Pero, ¿qué hacer cuando los hechos de violencia contra mujeres y niñas son un problema social caracterizado por su normalización y la falta de denuncia?
Algunos organismos de la sociedad civil han planteado sus propias alternativas. Mariana Baños considera que la violencia debe comenzar por erradicarse en la células más pequeñas de la sociedad, como son las núcleos familiares.
Recientemente en el foro “I am here” Baños recordó cómo surgió la Fundación Origen que preside desde hace 13 años.
Comenzó trabajando con niños de bajos recursos a quienes apoyaba con talleres de tarea y actividades extraescolares. Su labor la llevó con su equipo a escuelas localizadas cerca de los tiraderos de Chimalhuacán, un municipio del Estado de México.
A través diversos testimonios de infantes, calificados de “problemáticos”, en las propias aulas escolares narraron que hacían lo que veían en sus casas. “Aquí en el colegio me dicen que no grite y no pegue, pero cuando llego a mi casa me gritan y me pegan”, narró la activista.
Fue entonces que decidieron acudir con las madres de estos niños y descubrieron que, en su mayoría, eran víctimas de violencia.
De estos hechos surgió la idea de crear la Fundación Origen que en el año 2000 instaló una línea de ayuda telefónica para dar asistencia sicológica y legal a las mujeres víctimas de violencia.
El primer año de su creación recibieron 600 llamadas y ahora que cuentan con 24 estaciones proyectan concluir el 2013 con más de 10 mil llamadas.
El panorama no es nada alentador: el 80 por ciento de estas denuncias y peticiones de ayuda están vinculadas con la violencia. “Es una realidad que pocas veces hacemos conscientes… la violencia física, sexual, sicológica, económica o laboral nos cuesta mucho trabajo reconocerla”, dice Baños.
¿Cómo hacer para cambiar una situación así? Ella considera que lo primero es ejerciendo un gran acto de valentía. Este supone reconocer que la violencia “está presente en nuestras vidas”. Lo segundo es decidir hacer algo diferente para cambiarlo.
A través de la línea telefónica de ayuda, sicólogos y abogados brindan “todas las herramientas para que las mujeres tengan la capacidad de salir adelante, de acuerdo a la realidad de cada mujer”.
Modificar patrones
Baños considera que durante muchos años no se habló del tema de la violencia porque ello suponía señalar culpables, “y nosotros hablamos de que no hay culpables sino de que es una manera de relacionarse, que es una circunstancia de la vida, que me educaron diferente a otra persona…
“Lo que siempre digo es que donde hay una mujer que sufre violencia su entorno sufre violencia, no solo ella sino la gente que la rodea, su familia. Aprendemos lo que vivimos en nuestras casas y es lo que enseñamos a nuestros hijos”.
La Fundación Origen piensa que si logran modificar estos patrones, las generaciones siguientes tiene la posibilidad de cambiar.
Colocan en el centro de este cambio a la mujer. La especialista dice que, desafortunadamente, México sigue siendo un país machista donde en muchos lados a las féminas no se les respete ni se les reconoce “el simple hecho de ser seres humanos”.
Considera imposible hablar de los derechos de la mujer si no se entiende antes que ello implica el respeto a sus derechos humanos, que ambos van de la mano. Si bien las mujeres “hemos tenido diferentes oportunidades, lo que es importante es saber que siempre hay alguien que nos puede ayudar, que hay alguien que nos puede tender la mano”.
Presente en varios estados del país, la Fundación Origen genera también proyectos de desarrollo comunitario para que en un mediano plazo, de unos cinco años aproximadamente, una comunidad se vuelva sustentable y logre modificar patrones culturales.
Se dan servicios que van desde campañas de salud, nutrición, educación, talleres de pláticas para niños para enseñarles qué oficio desarrollar o cómo perfeccionarlo y lograr que por sí mismos generen productos para subsistir. Y, claro, también se cuenta con el programa de ayuda y desarrollo para la mujer.
Mariana Baños es de las que piensa que la violencia externa hay que comenzar a erradicarla de raíz, desde el seno más íntimo como es el familiar. Ahí es donde está la mujer, la portadora del cambio.