Militarizan entrenamiento de Fuerza Civil

Decidió enrolarse a Fuerza Civil cuando en una feria del empleo acudió a un quiosco en el que se anunciaba este cuerpo de Seguridad, donde le prometieron prestaciones, un sueldo digno y un adiestramiento de élite.

Tras un proceso de selección que duró seis meses, el ahora ex cadete operativo se sometió a la disciplina militar que caracteriza a la corporación, hasta que decidió desertar por las heridas ocasionadas en el entrenamiento.

Javier Estrada Javier Estrada Publicado el
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"Entre él y los otros dos comandantes nos acostaban en el piso, en la tierra, y nos decían que nos teníamos que ir rodando hasta la pared del campo. Así íbamos de ida y de regreso"
Exestudiante de la Academia

Decidió enrolarse a Fuerza Civil cuando en una feria del empleo acudió a un quiosco en el que se anunciaba este cuerpo de Seguridad, donde le prometieron prestaciones, un sueldo digno y un adiestramiento de élite.

Tras un proceso de selección que duró seis meses, el ahora ex cadete operativo se sometió a la disciplina militar que caracteriza a la corporación, hasta que decidió desertar por las heridas ocasionadas en el entrenamiento.

Un día después de firmar su contrato con la Secretaría de Seguridad Pública, el joven empezó su instrucción junto con otros 30 reclutas bajo las órdenes de su comandante, conocido únicamente con el mote de “Azteca”.

En la Universidad de Ciencias de la Seguridad, ubicada en Santa Catarina, se integró a un pelotón y recibió el duro y realista discurso de bienvenida de sus superiores.

“Nos dijeron: ‘Ustedes la verdad están aquí porque no tienen otra opción, nada más les queda esto para ser algo en la vida, aquí los vamos a entrenar’”, recuerda.

A partir de las 5 de la mañana del día siguiente, empezó la rutina con sus compañeros.

Primera prueba: después de desayunar, “Azteca” les pidió que corrieran y no pararan hasta que uno de ellos vomitara su comida. Así sucedió.

El entrenamiento en las cuerdas también era severo, porque si en una caída alguien se fracturaba uno de sus miembros era su responsabilidad y nadie lo podía ayudar. 

“Me tocó ver que se fracturaron los huesos, una mujer se fracturó la muñeca y el brazo, pero el comandante sólo le dijo que fuera a la enfermería, que tenía que aguantar”.

Los castigos también formaban parte del difícil entrenamiento del ex cadete. 

Vestidos con abrigos, los alumnos permanecían formados durante varias horas bajo los rayos del sol y si alguien se movía, el comandante los sometía a un doloroso castigo. 

“Nos decía que teníamos que aguantar, porque si nos atrapaban los malos, no se iban a andar con contemplaciones. Nos tenían que entrenar para aguantar el máximo de dolor posible, entonces por eso nos golpeaban.

“Me decía que pusiera las manos en la cabeza y me soltaba el golpe aquí, en la boca del estómago”, dice mientras reproduce el momento con uno de sus puños.

Los “tacos dorados” era una novatada que el comandante practicaba con los desprevenidos cadetes, a quienes sacaba de sus literas a mitad de la noche.

“Cada comandante tiene sus maneras de enseñar a su grupo”, dice, “entre él y los otros dos comandantes nos acostaban en el piso, en la tierra, y nos decían que nos teníamos que ir rodando hasta la pared del campo. Así íbamos de ida y de regreso”.

Era natural que el cuestionamiento crítico era estrictamente prohibido ante la mentalidad vertical de los superiores. 

“Nos decía el comandante ‘Azteca’: ‘Uno de nuestros trabajos es hacerlos a ustedes sin sentimientos, que sean ustedes unas máquinas, que no les importe nada, porque a ustedes en la calle no le van a importar a nadie’”.

En el adiestramiento urbano los instructores reproducían luchas callejeras.

Un cadete con sólo un escudo como defensa se enfrentaba hasta con otros seis armados con palos y piedras, y no concluía hasta que hubiera sometido al menos a tres.

“Como si fueran pandilleros, las primeras veces siempre nos tumbaban, nos tiraban y nos pateaban en el piso, nos teníamos que defender como si estuviéramos afuera, en la batalla”. 

En dos ocasiones, según cuenta el ex alumno, utilizaron a varios civiles violentos para que los cadetes “entrenaran” con ellos.

“Les decían que los iban a usar para entrenar a los muchachos”, asegura, “ellos los llevaban directo de la calle a nosotros”.

El motivo de su salida

El evento que selló la renuncia del ex cadete fue el presunto suicidio de un compañero, quien estaba lesionado de ambos tobillos y no podía ni entrenar ni salir de las instalaciones por órdenes oficiales.

Un día, mientras el pelotón estaba en el comedor, “Azteca” informó que lo habían encontrado sin vida en su habitación.

“Nos avisó que él ya estaba muerto, cuando llegamos a la habitación vi que estaba una cuerda ahí colgada, como una corbata o un cinturón, de una litera.

“Él estaba mal desde que yo llegué, me imagino que no aguantó la presión”.

El cuerpo fue retirado de las instalaciones en una camioneta blanca, según el testimonio del ex recluta.

“Lo tomaron como suicidio, porque dijeron que estaba mal de la cabeza”.

Tras varias heridas graves en su cuerpo, el ex cadete ya no regresó a la Academia después de su día de descanso y rescindió su contrato con la Secretaría de Seguridad Pública.

Un día después de su ausencia, una patrulla de Fuerza Civil visitó su domicilio y le informaron que estaba arrestado por desertar, pero les confirmó que por cuestiones de salud había abandonado el entrenamiento.

“Firmé que yo me había salido por mi propia voluntad, que nunca me había pasado nada a mí. 

“Ellos se deslindan en el contrato, tú eres responsable de ti en ese momento”.

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