Apartir de este sábado podrían comenzar a llegar a sus localidades los cuerpos de los siete migrantes muertos en el incidente del tráiler en San Antonio, Texas. Eso les ha dicho la cancillería mexicana a los familiares de las víctimas que apenas comenzarán a llorar su dolor.
En Atempan, en la sierra norte de Puebla, los familiares de Javier Martínez Hernández ya cumplen 11 días rezando el rosario: hacen guardias las 24 horas del día frente a una fotografía en un altar improvisado en el centro de la casa.
La viuda de Javier, Fausta Marcos Chino de 28 años de edad, se abraza fuerte a su hijo de apenas dos meses; pensaban bautizarlo al regreso de Javier. Aminora el dolor cuando recuerda que él escogió el nombre de Jhovani, el último de sus tres hijos.
Las encargadas con los asuntos de migrantes les han dicho que el cuerpo de Javier Martínez no tarda en venir: todo está en manos de la autoridad en Estados Unidos. Mientras la espera sigue.
En la comunidad de José María Morelos, en el municipio de Papantla, Veracruz, los deudos de Mariano López Cano, otro de los migrantes muerto por asfixia, esperan el regreso del cuerpo para sepultarlo con todo el dolor que la tragedia les ha causado.
Su esposa Beatriz López Paredes se lamenta de no haber sido más incisiva con él cuando le insistió que no se fuera a Estados Unidos.
La madre, hermana y un sobrino de Mariano tratan de recuperar sus restos; con el apoyo del gobierno de Veracruz fueron hasta la frontera de Nuevo Laredo, Tamaulipas, en espera de una visa humanitaria.
A Mariano lo motivó hacer el viaje el reciente nacimiento de su tercer hijo.
Apoyo a cambio de silencio
El traslado de los siete cuerpos desde San Antonio Texas hasta sus localidades de origen ha sido dificultoso, reconocen varios de los familiares de al menos cuatro de los fallecidos.
Acusan que la Cancillería mexicana no ha sido clara, ni les ha dado las facilidades necesarias para la repatriación de los restos.
“Ni siquiera nos han querido ayudar con el traslado ni con los trámites para ir a Estados Unidos por nuestro hijo”, señaló Fernando Martínez Vega, padre de Javier Martínez Hernández, de Puebla.
Dijo que luego de varias negociaciones con funcionarios del Gobierno del estado, por fin logró que el costo del traslado corriera por cuenta de las administraciones estatal y federal.
Inicialmente, la Cancillería mexicana en San Antonio, Texas, por conducto de abogados, le había dicho a los familiares de Javier, de Mariano López, Ricardo Martínez Esparza, de Zacatecas y de José Rodríguez, Aspeitia de Aguascalientes, que el costo del traslado sería absorbido sólo en un 50 por ciento por parte del Gobierno federal.
La Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) pretendía que las familias de los migrantes absorbieran el costo que iba desde los 3 mil 495 hasta los 4 mil 380 dólares, pero las gestiones de las familias hicieron que los gobiernos locales absorbieran el otros 50 por ciento.
El apoyo en el pago del 50 por ciento para el traslado de los cuerpos, explicó Fernando Martínez Vega, fue sujeto a la condición de que las familias de las víctimas no dieran declaraciones a los medios de comunicación.
Identificados a distancia
Eran las 8 de la mañana del lunes 24 de julio cuando el teléfono de Fausta Marcos Chino sonó. Una voz que solo se identificó como “el licenciado Guillermo de la Cancillería Mexicana”, le preguntó por las características físicas de su esposo. Fausta no supo de qué se trataba.
Sin rodeos “el licenciado Guillermo” le dijo que habían encontrado en un terreno baldío el cuerpo de una persona que tenía ese número telefónico. “El licenciado Guillermo” le dijo que necesitaba que identificara el cadáver, en ese momento, a través de alguna característica física. Ella le dijo que su marido usaba un piercing en la nariz, del lado derecho y que tenía una cicatriz a la altura de la ceja derecha.
“Es él”, fue todo lo que le dijo aquella voz y le pidió que esperara una nueva llamada.
Cinco horas después entró otra llamada al teléfono de Fausta, esa vez la voz fue más amable: era el “licenciado Jaime Cabrera, de la Cancillería Mexicana, en Texas”. Le pidió que acudiera a la Oficina de Atención al Migrante en la ciudad de Puebla, para que identificara el cuerpo de su marido.
Fausta acudió en compañía de su suegro, Fernando Martínez Vega y de su cuñada, Rosa Martínez Hernández, pensando que allí estaría el cuerpo de Javier. Luego de horas de antesala, un funcionario les recibió y sin más pidió que reconocieran el cuerpo de Javier.
El funcionario estatal les mostró una fotografía, que poco o en nada se parecía a Javier, salvo por el piercing que se alcanzaba a notar sobre aquel rostro morado e hinchado. Su suegro y su cuñada dieron el sí del reconocimiento.
Lo mismo sucedió con la identificación del cuerpo de Mariano López Cano, Veracruz, quien fue identificado por su madre y una hermana en base al reloj que portaba en su mano derecha y a la vestimenta que usaba al momento de la tragedia. Se consolaron revisando una y otra vez la fotografía que les mostraron en la Oficina de Atención a Migrantes de Veracruz.
Los familiares de Ricardo Martínez Esparza, de Zacatecas, y de José Rodríguez Aspeitia, de Aguascalientes, también reconocieron el cuerpo de las víctimas en una oficina de atención al migrante, porque la Cancillería Mexicana no les brindó la posibilidad de viajar a Estados Unidos.
No saben qué pasó
Rosa Hernández Pérez, la madre de Javier, tiene la esperanza de que no sea su hijo el que cuerpo que ya viene en camino. También don Fernando duda; la fotografía por la que reconoció el cuerpo no termina de convencerlo de que Javier haya muerto en el tráiler abandonado en un centro comercial de San Antonio Texas.
Después de todo, la duda se las sembró la propia Cancillería Mexicana. A los familiares les dijeron que el cuerpo de Javier “fue encontrado en un predio baldío”, y después les dijeron que “lo encontraron en un rancho cercano a San Antonio, Texas”, pero nunca les informaron que Javier haya estado dentro del tráiler en cuestión. Ni que haya muerto por asfixia.
Mientras, amigos de la familia han comenzado a realizar una colecta en toda la localidad de Tacopan para ayudar en los gastos funerarios. De la autoridad municipal y del Gobierno estatal no han recibido nada. La viuda pide la asistencia de alguna organización civil que quiera ayudarle con una beca para que sus hijos puedan ir a la escuela, de lo demás, dice, ella verá como le hace.