Desde que entró en vigor la extensión del Estatus de Protección Temporal cientos de personas migrantes de diversas nacionalidades arribaron a la frontera del norte de México para cruzar la línea divisoria internacional.
Al estar a una calle de cruzar a Estados Unidos, sujetó de los tobillos a su hija de tres años, quien iba montada en sus hombros, y corrió sin importar nada a su alrededor.
Los agentes de la Guardia Nacional no alcanzaron a reaccionar. Dos de ellos estaban a unos cuatro metros del punto por donde él paso, se habían acomodado bajo la sombra de un árbol con las manos recargadas en las armas largas; un tercer elemento dormía en el asiento del copiloto del vehículo oficial estacionado a un lado del Río Bravo.
El cuarto oficial parecía revisar su teléfono celular cuando el hombre atravesó la línea que divide a México de Estados Unidos y se internó para entregarse a la Patrulla Fronteriza en busca de asilo político.
A diferencia de él, Luisa lo tomó con más calma. Ella caminó a paso veloz, pero antes de que pudiera bajar el bordo para meterse al caudal de agua del Río Bravo y cruzar a Estados Unidos por la frontera de Ciudad Juárez, Chihuahua, el cuarto elemento bajo de la patrulla y le gritó “¿a dónde vas?”.
Luisa, una colombiana de 21 años que huye de la guerrilla, se vio sorprendida por el agente, por un perro que se le echo encima mientras ladraba y por los gritos de su esposo, quien ya estaba del lado estadounidense y repetía desesperado: “Luisa, dale, dale”.
Ella no tuvo opción, con el oficial obstruyendo su paso y el perro que no paraba de ladrar, sacó tres documentos migratorios y los mostró. Después de leer uno de los papales el policía dijo “dale, pásale”, al tiempo que se hizo a un lado y le permitió avanzar.
La pareja y la niña de tres años llevaban tres meses migrando y, como cientos de personas, su objetivo era llegar a la frontera de Juárez, Chihuahua, con el único propósito de atravesar el río que divide a México y Estados Unidos para internarse al país del norte en busca de una mejor calidad de vida.
Lo lograron el pasado viernes 23 de septiembre, cruzaron caminando el Río Bravo, subieron una pequeña cima y encontraron carpas, baños portátiles, funcionarios federales ya instalados para procesar sus datos y decenas de migrantes formados.
Desde el 10 de septiembre -justo el día que entró en vigor la extensión del Estatus de Protección Temporal (TPS) para migrantes procedentes de Venezuela, con lo que quedan protegidos de deportaciones y pueden obtener permisos laborales-, cientos de personas comenzaron a llegar a la frontera del norte de México para cruzar la línea divisoria internacional y entregarse a la Patrulla Fronteriza y a autoridades de Migración.
Inicialmente, en su mayoría se trataba de personas oriundas de Venezuela, pero al pasar los días, llegó un éxodo de otras nacionalidades.
Todos cruzan el Río Bravo, como se nombra del lado mexicano, o el Río Grande como lo llaman del lado estadounidense, y son recibidos por agentes de la Patrulla Fronteriza. Nadie utiliza los puentes internacionales, como Paso del Norte, que se encuentra a escasos cinco minutos del área elegida por los migrantes sin documentos.
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