Carmen y su esposo José hicieron mucho dinero durante tres décadas vendiendo mercancía de contrabando.
Por ser ilegal, tenían que dar “mordidas” y sortear a las autoridades, sin embargo, lo que ganaron fue suficiente para hacerse de una casa y mantener a sus cinco hijos de manera holgada.
A inicios de los 60 era casi imposible encontrar en México unos tenis Nike, una barra de chocolate Milky Way o un televisor RCA.
Se tenía que cruzar la frontera con Estados Unidos para comprarlos, resignarse a los altos precios de las tiendas departamentales o acudir al mercado negro. Carmen y José formaban parte de este último.
“En un principio tuvimos que abrir el mercado, fue a inicios de los 60 y ya después era todo por encargo y ya le hablábamos a nuestros contactos para comprarles ‘bajita la mano’.
Todavía no teníamos nada de eso del “Libre Comercio”, no había grabadoras, tecnología ni nada. Nos íbamos a Tijuana y ahí comprobamos. Teníamos unos amigos que cruzaban toda la mercancía: perfumes, relojes, ropa, grabadoras, aparatos todo lo traían del otro lado. El contacto recuerdo que se llamaba Daniel”, comentó Carmen Pérez en entrevista a Reporte Indigo.
Viajar de Guadalajara a Tijuana no era sencillo, además de lo largo del viaje y lo dañado de las carreteras, el matrimonio tenía que sortear por todo el camino a agentes y a policías que buscaban su parte del botín.
“Siempre que íbamos había problemas con la gente de las aduanas porque te revisaban todo. Dónde más nos tocó fue en Sonorita, ahí era una cosa asquerosa, te bajaban del camión para abrir tus bolsas. Te bajaban a pleno solazo en el desierto a las dos o tres de la tarde. Muchas veces intentábamos esconder las cosas. Si nos la encontraban les teníamos que dar mordida o se las quedaban”, recordó la excomerciante.
Después de varios viajes, Carmen y José se hicieron amigos de un grupo de mujeres que trabajaban en las aduanas.
“Ellas tenían bodegas con todo lo que decomisaban y no entregaban. Despuésnos las vendían. En aquel tiempo no había celulares ni nada de eso, lo que se vendía mucho eran los casetes, los radios chicos de transistores, las televisiones, porque las que habían eran muy caras”, agregó.
Conforme pasaron los años, los proveedores de mercancía fueron creciendo, por lo que ya para la década de los 80 Carmen y José todos los sábados acudían al municipio de Ocotlán a comprar.
“Los aparatos grandes no los traíamos del otro lado. Televisiones, grabadoras, estéreos y todo eso lo comprábamos en Ocotlán, llegaba una avioneta los sábados y ahí lo conseguíamos, pura fayuca. Bajita la mano”.
Después siguió Tepito, hasta que llegó en 1994 el Tratado de Libre Comercio y el negocio terminó.
De acuerdo al doctor en relaciones internacionales, Eduardo Rosales, la idea de un Tratado de Libre Comercio comenzó a inicios de la década de los 80 y era la segunda etapa que terminaría en una unión política y no sólo comercial.
“Originalmente la idea era que estos Tratados se establecieran como una etapa, como una fase de la integración, en la teoría clásica era la segunda etapa, después de las zonas de preferencias arancelarias venía el libre comercio, después la unión aduanera, luego el mercado común y luego la unión política, a imagen y semejanza de lo que ocurría en la Unión Europea, el problema es que nos quedamos en el libre comercio y nunca evolucionamos”, dice el especialista.
El catedrático de la Facultad de Estudios Superiores Acatlán de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) critica que si bien hay un libre comercio de mercancías faltaron muchos puntos por concretarse.
“México es de los países más abiertos del mundo, antes no encontrábamos nada más que en la ‘fayuca’ y ahora encontramos todo, de todas maneras nuestra realidad no ha cambiado, de todos modos tenemos el mismo número de pobres, de todos modos seguimos siendo dependientes de Estados Unidos. El Tratado de Libre Comercio nos cambió el estatus de un amasiato a un concubinato, pero no pasó a un matrimonio porque no hay igualdad de derechos y muchas cosas quedaron pendientes”, recalcó.
Según Rosales, entre las consecuencias negativas que trajo el acuerdo comercial están que México se haya convertido en un país de maquila y ensamblaje, que haya disminuido la oferta de productos propios y de empresas nacionales para preferir los de importación
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