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Las personas deportadas de Estados Unidos en la era Trump han comenzado a conformar una comunidad en México y ya están conquistando un espacio en la capital del país: lo han bautizado como Little L.A. (el Pequeño Los Ángeles, en español).
Alrededor del Monumento a la Revolución están formando una zona binacional donde varios negocios atienden en inglés y español, se emplea a hombres y mujeres deportados y donde quienes han sido expulsados del país del norte pueden encontrar algo que los conecté con su vida “en el otro lado”.
En esa zona de la colonia Tabacalera, en el centro de la Ciudad de México, conviven desde el puesto de hamburguesas que ahora también les pone tocino y salsa barbecue o prepara burritos estilo tex-mex; la barbería donde atiende un dreamer deportado que hace cortes de cabello al estilo gringo; o las pancartas donde se anuncia que tal o cual negocio apoya a la comunidad binacional.
Ahí, es común ver a jóvenes deportados que lo mismo hablan inglés o español y que buscan rehacer su vida en una de las empresas de call center, donde han llegado a trabajar para sobrevivir.
Buscan un nuevo comienzo. Una nueva vida en el país que los vio nacer, pero que no conocen y que a veces los desconoce.
En esa zona opera la organización New Comienzos, liderada por Israel Concha, un joven dreamer que fue deportado hace tres años y que ahora apoya a las personas deportadas para tener un lugar donde pasar sus primeras noches cuando vuelven al país o para encontrar un trabajo que les permita ponerse en pie de nuevo.
“El sueño americano también en México se puede lograr”, es la filosofía de New Comienzos.
Es en Little L.A. donde esta comunidad de deportados ha ido forjando lazos; incluso, hay una migración interna de otros estados del país que se enteran de que en la Ciudad de México se empieza a gestar una revolución, ahí juntito al monumento que conmemora la de 1910.
Renacer de las cenizas
Las primeras horas de Israel como deportado en México fueron un verdadero infierno.
Tenía pocos minutos que él y otros habían sido echados de Estados Unidos cuando unos ‘bad hombres’ lo separaron del grupo a él y a otro y los subieron a una camioneta, los amarraron y los encapucharon.
Israel se imaginó que estaba siendo detenido por la policía mexicana y que todo se aclararía una vez que llegaran a la comandancia; ahí, él les diría que acababa de ser deportado y no había cometido ninguna falta, así que lo dejarían ir.
Pronto, esa esperanza se transformó en terror. Momentos después, Israel se dio cuenta de que estaba siendo secuestrado. Fue llevado a una casa de seguridad donde lo torturaron.
“Fue una situación muy difícil. Es triste que tu primer día en México seas recibido de esa manera”, lamentó.
Una vez liberado, Israel Concha viajó a la Ciudad de México, de donde salió a los 4 años de edad para irse a Estados Unidos y entró a trabajar a una empresa de call center.
Inmediatamente se dio cuenta de que como él habían muchas personas. Fue entonces que descubrió su camino ayudando a otros a encontrar trabajo.
Así nació New Comienzos, una organización que ha apoyado a más de 5 mil personas a conseguir un trabajo, un techo y otras cosas que les ayudan a ponerse en pie nuevamente.
Con una visión optimista, Israel se dice convencido de que el sueño americano también se puede alcanzar en México.
Lo dice a pesar de que nuevamente tuvo un intento de secuestro hace apenas tres meses, del que no salió ileso, pues algunas cicatrices todavía se asoman en su rostro.
No es el único. Israel acusa que 18 personas repatriadas han sido asaltadas cuando van a cobrar las remesas que sus familias les envían a México; en un caso, uno de ellos ya fue asesinado por quitarle el dinero para su sustento.
Israel Concha mantiene su organización con trabajo voluntario y donaciones, pero llegan todavía a cuentagotas.
“Hemos recibido poco más de mil dólares, pero estamos buscando más apoyo de la comunidad binacional. Muchas de las donaciones son de personas indocumentadas que viven en Estados Unidos, que saben que esto les puede pasar a ellos de la noche a la mañana.
El apoyo del gobierno es nulo. Israel apunta que la comunidad deportada es mencionada frecuentemente en los discursos políticos, pero el apoyo nunca se concreta.
Israel fue llevado a Estados Unidos a los 4 años. Aun siendo indocumentado, pudo terminar una carrera universitaria como administrador de empresas y fundó su propia compañía de transporte. Una vez que fue expulsado, tras dos años de litigios, en México tuvo que empezar de cero.
“Llegando aquí a México me di cuenta que algo se necesitaba hacer. Muchas personas estaban regresando y se sienten en el limbo. No eres ni de aquí ni de allá. En Estados Unidos no te quieren por ser indocumentado; pero al llegar a México somos discriminados, no entiendes el sistema, no te acoplas. Es una triste realidad.
Nos discriminan incluso estando en México. Nos dicen: ‘Oye, habla español, estamos en México’ o ‘se te ve el nopal en la frente, ¿por qué hablas así?’. Cuando en realidad no entienden que así somos, así crecimos… y eso no te hace menos mexicano”, asegura.
A tres años de su deportación, Israel se ha convertido en uno de los principales impulsores de Little L.A.
Sabor agridulce
El conquistado barrio de la comunidad binacional en la Ciudad de México también es frecuentado por Leonel Bustos, un joven recién deportado luego de que cometiera una infracción de tránsito y permaneciera detenido 3 meses.
Leonel, “El Pollo”, como le gusta que lo llamen, tenía una posición acomodada en Estados Unidos, donde su familia tenía varios negocios y él un empleo estable; pero en México, dice, no tiene nada.
“No ha sido una buena experiencia. Aquí en New Comienzos nos dicen que sí se puede, pero desafortunadamente, en mi experiencia, no lo veo así. Me siento como pez fuera del agua. Yo no me siento cómodo con las experiencias que he tenido aquí, me siento desestabilizado, sin oportunidades, así que tengo la esperanza de volver a regresarme”, dice.
Leonel planea pagar a algún pollero para intentar cruzar la frontera nuevamente; su plan es arreglar sus pendientes, vender sus cosas y regresar a México para poner algún negocio y crear una fundación que ayude a las personas deportadas, así como New Comienzos lo apoyó a él.
En el voluntariado de New Comienzos está también Verónica Rodríguez, una mujer que fue deportada por primera vez hace 4 años; intentó volver, pero la nuevamente la capturaron.
Su razón para regresar no era otra más que sus tres hijos, que se quedaron en Cincinnati, Ohio y que también son indocumentados. Al no conseguirlo, no los volvió a ver.
En México, a Verónica le ha costado trabajo ponerse en pie. Sobrevive atendiendo un puesto donde vende alitas, papas fritas y postres; y aunque extraña mucho a sus hijos, no piensa en traerlos de vuelta.
“Sí he pensado en que ellos estén conmigo, pero la situación es más difícil. Yo siento que su futuro está mejor allá que aquí; yo aquí he sufrido mucho, es bien difícil volverse a adaptar a todo esto, a la gente, al trabajo, todo. Entonces creo que para ellos sería mucho más difícil adaptarse, porque toda su vida han vivido allá”, considera.
Guadalupe Fuentes, una estudiante mexicana de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, se unió al grupo de voluntarios de New Comienzos y ahora apoya en todas las actividades que realizan, desde labores en la oficina hasta recibir a los repatriados en el aeropuerto.
“Me uní porque tengo familia en Estados Unidos, tengo 10 familiares y la mitad tienen documentos y la mitad no; esa fue la principal razón”, contó.
Lupita se unió a la organización por solidaridad con la comunidad repartriada y también porque considera que en México debería haber más trabajo voluntario en una sociedad con tantas necesidades.
Participar y ayudar a levantar a esta comunidad ha transformado su visión del mundo. Ahora, dice, como estudiante de Administración Pública, está lista para proponer ideas innovadoras que incluyan a los mexicanos que recién vuelven al país y que le pueden dar un nuevo impulso a México.
El nuevo barrio
La colonia Tabacalera es una de las más antiguas del centro de la Ciudad de México con algunas construcciones que datan del siglo XIX y en donde la bohemia de sus calles sigue presente. Es ahí donde ahora comienzan a asentarse los jóvenes deportados de Estados Unidos.
Su presencia empieza a forjar ya un nuevo barrio al que han bautizado Little L.A., en referencia a la ciudad norteamericana donde se asienta la mayor parte de mexicanos que viven en Estados Unidos.
Negocios que ofrecen sus servicios con letreros en inglés y español o jóvenes que se saludan y platican en inglés son la nueva cara que comienza a mostrarse en los alrededores del Monumento a la Revolución.
En una barbería que se ubica sobre la calle Ignacio Mariscal, a dos calles del Monumento, trabaja Francisco Hernández, un hombre de 34 años que hace 10 meses fue deportado por segunda vez y cuya familia se quedó en Estados Unidos.
Expulsado dos veces del vecino país del norte, Francisco decidió ya quedarse en México y tiene dos trabajos para poder apoyar a sus 5 hijos, que viven con su madre en el país de Trump.
“La primera vez que me deportaron sí me sentí muy mal, hasta llegue a pensar en suicidarme porque sentía que había perdido todo en la vida. Simplemente me sentía extraño en mi propio país donde yo nací.
Antes no había tantas oportunidades, tanto binacional. Ya cuando me metí a un call center me sentí más cómodo porque encontré a más personas que estaban viviendo lo mismo que yo. Y pues ya ahí empecé a ver las oportunidades que había en este país”, narró.
Francisco ya había sido deportado una vez, hace 9 años, y fue en su segundo intento por pasar a Estados Unidos que fue detenido. Nueve años es el tiempo que lleva sin ver a sus hijos; incluso, no conoce a una de sus hijas, pues su esposa estaba embarazada cuando él fue expulsado del país de las barras y las estrellas.
Eso no significa que no los tenga presentes: tiene a los cinco niños tatuados en su brazo derecho, el que usa para trabajar y salir adelante.
Francisco se ha vuelto popular en esa zona entre la comunidad binacional. Lo buscan porque hace cortes de pelo al estilo gringo, así que la voz se ha ido corriendo entre la comunidad deportada.
“La mayoría de la clientela que tengo es binacional. Y, como allá en Estados Unidos, aquí preguntan entre ellos: ‘oye, ¿quién te cortó el pelo?’. Y se quedan sorprendidos. Así es como he hecho mis clientes.
Lo que me gusta es que platicamos, nos desahogamos un poco y trato también de aconsejarlos, especialmente a los que van llegando de allá. Les cuento de mi vida y les explico lo que hay que hacer, les digo que no se ha acabado todo, que la vida sigue”, relata.
Francisco ha decidido ya no volver a intentar cruzar la frontera y desde aquí apoyar a sus hijos. Su sueño es volver a verlos y que sepan que él nunca, nunca, los abandonó.