Las que alzaron la voz en la comunidad de Ayotoxtla
Desde hace 10 años, un grupo de mujeres busca romper el círculo de violencia que históricamente han vivido por su género y por ser indígenas en la montaña de Guerrero
Laura IslasAlfreda Basilio tenía 8 años cuando dejó la escuela en la comunidad de Ayotoxtla, en la montaña de Guerrero. A los 9 años llegó a la Ciudad de México, donde trabajó como empleada doméstica. Hablaba mè´phàà y no sabía español.
A los 20 años se casó con un muchacho de su comunidad al que no conocía, pero que fue a pedirla ante su mamá. Su hermano decidió que se iba a casar, la otra alternativa era que se fuera de la casa si no lo hacía.
Tuvo cinco hijos y su vida de casada era muy difícil porque sufría violencia doméstica. Al principio se escapaba de su casa para ir al grupo Tachi A´gú, una colectiva de mujeres para protegerse de la violencia de género, hasta que uno de los familiares de su esposo la acusó.
“Me regañó pero le dije: ya basta, ya no te tengo miedo”, dice Alfreda.
En una ocasión, él no la dejaba ir, pero la hermana de Alfreda llegó y la defendió, recuerda ella. Actualmente tiene 21 años de casada y la relación con su pareja ha mejorado, dice.
Alfreda cuenta que la ayuda que le dieron las psicólogas en Tachi A´gú fue muy importante en su proceso, ya que antes nunca se defendía ni emitía su opinión, y ahora comparte su testimonio y no duda en responder cuando le preguntan algo.
Defenderse de la violencia en Ayotoxtla
Al igual que Alfreda, otras mujeres como Adriana, Ranulfa y Juliana han alzado la voz en una de las regiones más marginadas y de extrema pobreza en México.
A lo largo de los años, han enfrentado agresiones, burlas y críticas por tratar de romper el papel que históricamente se les ha asignado: el de ser esposas y estar sometidas a un hombre.
Una de las últimas violencias que han vivido es la digital, a través de las redes sociales como Facebook, habitantes de su comunidad las hostigan y se burlan de ellas porque lanzaron una campaña para recolectar recursos y tener un sistema de captación de agua de lluvia.
Pese a todos los obstáculos que han enfrentado, ellas continúan adelante. Algunas ya tienen más seguridad en sí mismas para defender lo que piensan; otras ya son reconocidas por sus familias y algunas más incluso ya son apoyadas por sus parejas.
Incluso, hay mujeres que se han beneficiado indirectamente y conocen mejor sus derechos. Algo necesario en estas comunidades donde las mujeres todavía dan a luz con la ayuda de parteras.
Una de ellas es Jovita Espinoza, de 78 años. Ella no tuvo estudios, pero aprendió desde que era una niña. Cuando tenía cuatro años quedó huérfana y a los seis ayudó a una de sus tías a dar a luz, recuerda. Actualmente ella atiende a tres mujeres embarazadas que este año tendrán a sus bebés.
Aprender a cantar
A los 13 años, el padre de Ranulfa Flores la obligó a casarse con un hombre que la golpeaba y con el que tuvo siete hijos. Durante años sufrió violencia familiar e incluso se vio obligada a escapar al terreno donde ahora vive y donde le gusta sembrar flores.
Ella todos los días se levanta a las 5 de la mañana y lo primero que hace es prender la lumbre, lavar su nixtamal y echar sus tortillas; luego se va a trabajar al campo, donde recoge las mazorcas, las limpia y las desgrana.
Además, debido a que es parte de la colectiva Tachi A´gú también acude a trabajar al restaurante comunitario que inauguraron el año pasado.
“Estoy orgullosa de mi trabajo y lo único que hace falta es el agua”, dice.
Antes, cuentan sus compañeras de la colectiva, Ranulfa casi no hablaba, pero ahora a veces hasta canta y cuando lo hace, los ojos se le iluminan.
“Yo vivo de recuerdos de aquel amor tan grande que una tarde de marzo me abandonó”, es la canción que entona.
Cuando era niña, cuenta Ranulfa, a ella le gustaba mucho cantar, escribir canciones y bailar.
Reponerse ante la adversidad
Juliana tiene 54 años y es campesina. Nació en Ayotoxtla y su padre quería que estudiara y le decía que sufriría si se casaba.
Pero a su muerte ella se casó y tuvo problemas en su matrimonio, una de las razones por la que ingresó al grupo Tachi A´gú.
Sin embargo, las dificultades que han tenido provocaron que muchas de sus compañeras abandonaran el trabajo, ya que tampoco había recursos suficientes.
“Cuando hicimos el restaurante hubo mucho trabajo, pero sin paga. Tuvimos que llevar nuestra comida y laborábamos”, relata.
Sin embargo, la mayor satisfacción es que a través de la colectiva han aprendido a ser más independientes y ya no permiten más violencia contra ellas.
“Una ahora se mantiene sola, ya no vas a estar pidiendo, ya nada de eso, y también se sabe defender una”, cuenta. Ella es una de las líderes de Tsíma, aunque dice que a veces no puede realizar trabajo muy pesado porque ya le duelen las rodillas.