Dos de cada 10 mujeres que enfrentan un proceso penal en prisión, están acusadas de delito tráfico de drogas. Les dicen ‘Las Mulas del Narco’. Son mujeres que por causas diversas —principalmente la necesidad o la ambición económica— se arriesgaron a transportar sustancias prohibidas, sin medir las consecuencias.
La mayoría son jóvenes, pobres y jefas de familia que vieron en el tráfico de estupefacientes la posibilidad de remontar la escasez de recursos. No son parte de la estructura de los cárteles en sí, pero se les busca por su perfil discreto. Se les contrata por evento y llegan a ganar entre 2 mil y 5 mil pesos por cada “viaje exitoso”. Cuando son descubiertas con la droga en tránsito llegan a recibir entre 10 y 25 años de prisión.
Ya en la cárcel nadie se acuerda de ellas. Los que las contrataron para hacer el viaje de transportación de drogas, principalmente dentro del territorio mexicano, nunca más las vuelven a contactar. Pierden hijos y familia. En prisión tienen que sobrevivir haciendo lo que hacían en libertad: prestar sus servicios como sirvientas al mejor postor.
La cárcel la salva
Ella siente que la cárcel la ha salvado. No solo la retiró de la vida que llevaba, sino que está segura que ya no le permitirá regresar al desenfreno y la inconciencia en la que estaba. Mercedes Llanos Cárdenas asegura que su vida ha cambiado. Los cuatro años que lleva en prisión, de los siete que un juez le dictó como sentencia, han sido suficientes para acariciar la posibilidad de enderezar su destino.
A sus 24 años de edad ella está segura del error que cometió al verse involucrada en el transporte de 5 kilos con 300 gramos de mariguana. Se aferra a Dios para soportar cada día que tiene que vivir entre rejas. Ella se encuentra recluida en la cárcel de Nayarit, donde con dolor le llegan los recuerdos de los días cuando Isidro, su pareja, la invitó a pasar una noche en su casa. Le dio un bulto que ella acomodó sin problema en el asiento trasero de su auto.
Salió del poblado de Las Varas en Nayarit, para dirigirse a Tepic, como se lo pidió Isidro. Él le iba a pagar por el viaje en cuanto cubriera la ruta de casi 100 kilómetros de distancia que separa a los dos poblados, pero un retén de militares le obstaculizó el trayecto. Los soldados la detuvieron y después irrumpieron en la casa de Isidro. A ella le dieron siete años de prisión y a su pareja 14 años. Desde que los encerraron ellos también rompieron la relación.
Mercedes Llanos estaba embarazada y no lo sabía. Su hija nació en el interior de la cárcel con su pie derecho torcido. Dice que la malformación de su hija fue a causa de la tortura a que fue sometida por los militares, pues un soldado le clavó la rodilla en el vientre. El dolor de la tortura de la noche en que fue detenida, no se compara con la angustia de no poder abrazar, ni siquiera ver, a sus tres hijos. Todos los días reza para que la Virgen de Guadalupe le haga el milagro de alcanzar pronto su libertad y recomponer su vida.
Ella se sabe mula del narco, y eso la apena. Se queda callada. Prefiere contar la vida de prostitución que llevaba en la calle en lugar de dar detalles sobre la forma en que fue enganchada para trasladar droga. Con los pocos recursos que le puede mandar su madre ella se logra sostener dentro de prisión, en donde a veces ofrece sus servicios para ayudar en los quehaceres domésticos a otras internas. Espera que pronto le llegue la resolución del amparo interpuesto, para intentar recomponer su vida.
El amor entre rejas
Teresa Anahí de Haro Galván tiene apenas 25 años de edad y la vida la ha llevado recio por todos lados. Ya cumplió cuatro años de prisión. Tiene una pena de ocho años por pagar. Le tocó saber de la muerte de su hijo de siete años mientras ella estaba entre rejas, pero también entre rejas ya conoció el amor. Está enamorada de un interno que se llama Eduardo y no descarta la posibilidad de hacer una vida con él, cuando llegue el tiempo del fin de su condena.
Ella está presa porque el agente del Ministerio Público argumenta que la detuvieron en posesión de una pistola 357 y de diversas dosis de droga. Su expediente indica que al momento de la detención ella traía para su traslado 165 dosis de cristal, 35 de cocaína y otras más de mariguana. Teresa se defiende y dice que todo es una mentira. Pero el expediente habla por su cuenta: Teresa viajaba a bordo de un taxi al lado del que era su pareja en aquel tiempo y un amigo de él.
Desde que está presa, no ha sabido más de sus compañeros de proceso penal. Teresa está peleando por echar abajo la sentencia de ocho años impuesta por un juez federal que ha tomado como válidas las versiones del agente del Ministerio Público.
Es parca al hablar. La voz se le entrecorta cuando recuerda que a causa de la prisión no pudo asistir a su hijo en los últimos días de vida que tenía. El menor se llamaba Raúl Alexis y estaba enfermo de un tumor en la cabeza. Iba a cumplir siete años cuando murió.
Teresa está enamorada de Eduardo, un reo al que conoció hace ya dos años. La cárcel la ha hecho dura. Por eso en su relación ni siquiera le ha preguntado a Eduardo cuanto tiempo tiene de sentencia ni los delitos por los que está. Tienen un pacto: cuando alguno de los dos salga, ira a visitar al otro por el tiempo que aún le quede de condena.
Cárceles con más sentenciadas
El mayor número de sentenciadas se encuentra en las cárceles del Distrito Federal, así como en el complejo penitenciario federal de las Islas Marías, o en cárceles de mediana seguridad del Estado de México, Sonora y Sinaloa, en tanto que la mayor cantidad de mujeres procesadas se encuentran en cárceles de Chihuahua, Oaxaca, Baja California, Nuevo León y Zacatecas.
El dolor de los hijos
A Yahaira Castro Bojórquez se le parte el corazón cuando habla de sus hijos. Hace años que no los ve, porque no quiere que sepan que ella está encerrada en la cárcel. Sus padres van a visitarla de vez en cuando y la ponen al tanto de las actividades que hacen sus muchachos.
El menor de sus hijos, José de siete años, sospecha que su madre está en prisión. Ha escuchado habar a sus abuelos de los guardias y la seguridad del penal de Tepic. Yahaira tiene miedo de que pronto se sepan sus hijos en el lugar en donde se encuentra. Ya tiene más de cinco años en prisión, pero sus hijos no saben en donde se encuentra porque les ha dicho una mentira piadosa: que está trabajando en Tepic.
Yahaira Castro es del municipio de Angostura, Sinaloa. Fue detenida en una casa de seguridad, a donde asegura llegó en busca de una amiga, solo que en esa casa estaba un grupo de hombres a los que asocian con una célula al servicio del Chapo Guzmán. Las fuerzas federales encontraron en el lugar armas, cartuchos y cerca de 27 kilos de cocaína.
El Ministerio Público dijo que la responsable de la portación de la droga hasta ese lugar fue Yahaira. Por eso el juez decidió darle una sentencia de 24 años con 11 meses de prisión. Ella niega que tenga algo que ver con las armas, cartuchos y drogas, pero en ninguna instancia del juzgado le han hecho valer su dicho. Está buscando interponer un amparo en busca de que la sentencia que le fue ratificada en la apelación se pueda echar abajo. Ella quiere regresar con sus hijos y volverse a ver de nueva cuenta en el trabajo del campo, en donde –dice- era feliz cortando chiles, pepinos y jitomates. Llora cuando se mira las manos y solo encuentra el reflejo de la angustia de verse encerrada por muchos largos años.
Un problema que crece
El problema que implica el fenómeno de las mulas del narco ha ido en aumento en México en los últimos 5 años, dijo el investigador Roberto Ugalde Solorio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), quien estima que el repunte se debe a la necesidad económica en que se ven algunas mujeres.
“Las viudas del narco, son las que pasan a ser mulas del narco, cuando pierden a sus parejas. A veces es el mismo cártel el que les ofrece a estas mujeres ‘la oportunidad’ de trabajo”.
Las cifras oficiales de la Comisión Nacional de Seguridad revelan que casi el 32 por ciento de las mujeres procesadas y sentenciadas por transportar droga en cualquier modalidad —principalmente pegada a su cuerpo— son indígenas, la mayoría de las veces sin saber hablar siquiera español.
Las indígenas presas por tráfico de drogas representan casi el 50 por ciento de la población total de mujeres de alguna etnia que actualmente se encuentra en prisión. El segundo delito más cometido por mujeres indígenas es el de portación de arma de fuego y/u homicidio, seguido de robo calificado, lesiones y en quinto lugar aparece el delito de delincuencia organizada o pertenencia a una célula criminal al servicio de algún cartel de las drogas.