En el marco de los 26 años del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) las mujeres zapatistas alzaron la voz.
El Segundo Encuentro Internacional de Mujeres que Luchan convocado por las zapatistas se convirtió en un espacio para denunciar, sanar, reparar y sobre todo para no saberse solas.
Las montañas del municipio de Altamirano, Chiapas, donde se encuentra el Semillero Huellas del Caminar de la Comandanta Ramona en el Caracol Torbellino, se inundaron de casas de campaña durante las primeras horas del 26 de diciembre. Más de tres mil mujeres provenientes de 49 países asistieron al llamado de la población femenina del EZLN que concluyó el día 29.
Rodeadas de integrantes del Consejo Nacional Indígena (CNI), bases de apoyo zapatista, milicianas e insurgentas, las asistentes afirmaron sentirse protegidas y resguardadas como hace mucho no pasaba.
Sosteniendo a su niña menor de dos años junto a su corazón, la Comandanta Amada dijo durante su discurso de inauguración que la importancia del Encuentro era simple: que cada mujer luche por su vida ya que corre peligro más que nunca en todo lugar y en todo momento.
Con sus arcos de madera y las flechas colgando a sus espaldas, las milicianas formaron filas a los pies del templete para escuchar a la Comandanta. Aún con el pasamontañas negro y el intenso calor del mediodía, estas jóvenes de entre 13 y 17 años se quedaron firmes durante todo el discurso con las miradas y admiración de las asistentes que se encontraban detrás de ellas.
“Hermana, ten presente que tal vez te ayuda en tu lucha conocer y escuchar otras luchas aunque estemos de acuerdo o no, a todos nos sirve escuchar y aprender, porque no se trata de competir para ver cuál es la mejor lucha sino de compartir, de saber que la diferencia no es debilidad sino fuerza. Aquí no hay que dejar que nos divida la geografía ni la edad”, mencionó Amada ante las espectadoras.
Antes de dejar el micrófono abierto para que las asistentes pudieran denunciar la violencia de la que han sido víctimas, la Comandanta reclamó el mal actuar del gobierno al asegurar que no ha mostrado interés de salvaguardar a las mujeres.
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No estás sola
Ante el fin del mensaje de bienvenida, las casi dos mil milicianas rompieron filas para hacer su presentación. Al ritmo de una cumbia, las jóvenes marcharon y levantaron sus armas. Una niña con un paliacate morado se encontraba en el centro del patio, sin música de fondo y con la atención de todas las presentes, las jóvenes comenzaron a correr hacia ella y a formar un caracol para protegerla porque la vida de las más pequeñas es la que más se cuida, según las mujeres zapatistas.
Aplausos, ovaciones y también llanto fue con lo que respondieron las mujeres. El discurso de la Comandanta había llegado tan profundo que más de una asistente no pudo evitar pensar en alguna compañera que quisieran cuidar y proteger igual que recién lo habían hecho las milicianas.
Cuando las zapatistas dejaron el templete, decenas de asistentes lo tomaron para hacer eco en sus denuncias. Ahí se conocieron desde sobrevivientes de violencia física y sexual, hasta adolescentes que estuvieron cerca de sufrir un secuestro.
Sentadas en un semicírculo, las mujeres gritaron sus miedos, expresaron la impotencia que sintieron cuando las agredieron, lamentaron no haber encontrado a otra compañera que las haya apoyado.
Tras horas de denuncias y abrazos colectivos, tomaron el micrófono madres de víctimas de feminicidio para pedir que se luche por su memoria y que en México no haya ni una mujer asesinada más.
Sacristana Mosso portó una playera con la foto de sus hijos Karen y Erik a quienes recuerda como dos menores alegres y los componentes de una familia pequeña pero con mucho amor. Proveniente de Ecatepec, Estado de México, la mujer expresó que la justicia la motivó a hacer el viaje de más de 15 horas para estar en Chiapas.
“Me quitaron vida el 4 de agosto de 2016, los asesinó su primo. Desde ese día empezó mi lucha y hoy estoy aquí para decirles a las chicas que aunque piensen los demás que estamos locas quiero que recuerden que nadie más sabe el dolor que llevamos por dentro, nosotras estamos aquí y seguimos adelante. Vamos a buscar justicia y, como dicen las mujeres zapatistas, busquemos un mundo donde quepan muchos mundos”, comentó la madre de Karen y Erik.
Araceli Osorio también estuvo presente en tierras del EZLN. La mujer, quien se ha convertido en una activista tras el feminicidio de su hija Lesvy en 2017, dijo con firmeza que aunque parezca que el mundo quiere ver a sus mujeres en el suelo se siguen formando caminos de sororidad y amor entre las mujeres.
“A mi hija le dieron voz chicas que no la conocían, yo voy a hacer lo mismo por todas las que pueda porque podré perder lágrimas pero no el coraje”, sentenció Araceli.
Para recordar a las mujeres que han sido asesinadas en el país y mostrar solidaridad con las madres, las asistentes realizaron una marcha del patio central a la entrada del Encuentro encabezada por Lidia Florencio, madre de Diana Velázquez, víctima de feminicidio, y por Lourdes Arizmendi, madre de Norma Dianey García, desaparecida en Chimalhuacán desde hace casi dos años.
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Mujeres zapatistas: Organizarse para luchar
Somos mujeres con valentía no es solo la leyenda que se lee en uno de los murales del Semillero. Para las mujeres zapatistas es una ley.
En entrevista para Reporte Índigo, dos de las coordinadoras del Encuentro afirman que la organización es la clave para que las mujeres luchen por su libertad y su vida.
“Queremos que un día ya no suframos más lo que sufrimos las mujeres, sabemos que son diferentes luchas pero el objetivo es el mismo: poder vivir. Para lograrlo tenemos que organizarnos, los que dicen que es imposible es porque no están haciéndolo”, explican.
Una de ellas tiene el rostro cubierto con un pasamontañas, su compañera y hermana porta un paliacate morado amarrado en su cuello, afirman que ellas como mujeres zapatistas tienen claro que nadie les debe decir que no pueden.
Rodeadas de más mujeres ansiosas por escuchar sus palabras, las coordinadoras argumentan que a pesar de estar frente a una realidad complicada no tienen miedo y seguirán haciendo su lucha.
“El sistema realmente no nos ha dado la libertad a las mujeres de participar, sabemos que solo nos usa para sus mercancías y eso es lo que ya no queremos. Queremos trabajar pero para nosotras no solo para enriquecer a alguien, no ser escalera de nadie”, comentan.
Ambas coordinadoras no titubean al decir que con acciones, apoyo y coordinación se logrará la lucha.
Guiadas por las palabras de las mujeres zapatistas, las asistentes toman los espacios del Semillero y así forman propuestas para erradicar la violencia con la que han vivido.
Sentadas en el pasto bajo una lona color verde del patio central y con los gritos de niños jugando resorte a su alrededor como música de fondo, las mujeres participan de manera ordenada para saber qué hacer en sus diferentes contextos.
Entre las propuestas se encuentran fortalecer el activismo y que la lucha feminista no solo se concentre en lugares como la Ciudad de México.
Una profesora argentina sugiere que a los niños se les conduzca a denunciar cuando fueron víctimas de abuso. Para dos estudiantes de Guatemala su mayor urgencia es que se imparta educación con perspectiva de género con el fin de concientizar a la población de su país.
También se pidió fortalecer el acompañamiento de mujeres desde el ámbito psicológico y legal debido a que muchas veces no se denuncia la violencia por desinformación o miedo, que no haya impunidad y que se genere un protocolo de seguridad cuando las mujeres salen de casa ya sea por aviso de mensajes o monitoreo constante con personas de confianza.
Antes de concluir la reunión, las mujeres recalcan la importancia de nunca dejar de apoyar a las víctimas de violencia por su vulnerabilidad a sufrir revictimización por diferentes flancos como autoridades o familiares.
Las mujeres se levantan y se abrazan formando un gran círculo mientras se besan la mejilla. “No fue tu culpa”, “eres fuerte y valiente” y “no estás sola te tienes a ti”, se dicen unas a otras.
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Unión más allá de las fronteras
“Vivi” camina en la cancha de fútbol con su hija en hombros, menciona que viajó desde Suiza porque desde sus 20 años siempre quiso conocer a las mujeres zapatistas por hacer su revolución y enseñarle, a la distancia, que se puede vivir sin miedo.
“No puedo con la emoción de vivir en colectivo esta hermandad, traje a mi niña porque no podía hacerlo sin ella, siento que para ella puede ser una buena experiencia, para que imagine un mejor futuro y tenga un mundo nuevo porque venimos para abrazar y no soltar a todas las mujeres”, declara mientras deja que su niña acaricie a los perros que rondan por el lugar.
La mujer afirma que volverá el próximo año al siguiente encuentro con su hija pues le resulta importante que crezca sabiendo que puede hacer lo que quiera sin importar su género y no como ella que no pudo ir a pescar o cazar porque esas eran “cosas de hombres”.
Quiero que mi niña se lleve de aquí más solidaridad, no tengo miedo por ella, a su edad ya es muy salvaje, determinada y autónoma, más bien me gustaría que fuera así siempre y que el mundo no la recrimine por eso”, expresa.
Crear vínculos no solo como mujeres sino también como indígenas es la meta que tuvieron Alicia y Victoria, originarias de Oakland, California. Para ambas, los 26 años de lucha del EZLN han sido clave para que ellas hagan lo propio en sus comunidades.
“Nosotras todavía luchamos por nuestros derechos como campesinas por eso se nos hacía importante estar acá, venimos con el corazón abierto para aprender de todo”, expresa Victoria.
Yolanda Valencia González proveniente de Guadalajara, Jalisco, relata que a sus 66 años es la primera vez que pisa tierras zapatistas. Lo describe como un hecho que le llenó el corazón de vida.
“Vengo porque aquí nos recordamos que somos iguales. Nos vemos, nos abrazamos, nos apapachamos, nos hacemos sentir por unos días que todo va a estar bien, que podemos hacer que todo mejore. Venir es una emoción maravillosa porque es encontrar un espacio donde se discute que el tema no es una lucha con los hombres sino de vida, de exigir que nos respeten, nos dejen ser, transitar y ser felices”, menciona.
Deya se sintió acompañada de un ejército desde el primer día que llegó a Chiapas. La joven de 21 años viajó desde Santiago de Chile y afirma que mientras tenga vida siempre acompañará el despertar de las mujeres porque, como dicen las mujeres zapatistas, quiere ser una mujer que luche con digna rabia.