En las entrañas de la Ciudad de México hay un grupo de personas marginado, discriminado y vulnerable. Al igual que la pandemia del Covid-19, son invisibles, pero juntos, suman una fuerza de más de 14 mil individuos que si no se les brinda protección podrían contagiarse y morir.
El coronavirus no necesariamente será la causa de su fallecimiento, el hambre y otras enfermedades llegaron antes a la vida de estas más de 6 mil personas que viven en la calle y 7 mil 500 sexoservidoras que están siendo víctimas colaterales de la pandemia y del olvido del resto de la sociedad y del gobierno.
Elena Peralta es oriunda de Guerrero y tiene tres meses sin ver a sus cuatro hijos que le cuida un familiar en su pueblo natal. Su mayor preocupación es el más pequeño, ya que todavía es un bebé que necesita la leche como principal alimento.
Desde que inició el milenio, la mujer que ronda los 40 años de edad, llegó a trabajar a las calles del barrio de La Merced.
Al principio le iba bien, como madre soltera pudo hacerse cargo de sus hijos, pero de un mes a la fecha todo ha ido cuesta abajo. Incluso, revela, que pasan días en los que ni siquiera puede pensar en comprar un pasaje para ir y visitar a su familia.
“Con todo esto los recursos no están para solventar los gastos de mis hijos, cada vez la situación está más difícil. Ya no hay clientes, ya no quieren ir al hotel, están asustados. Yo creo mucho en Dios y todo esto tarde o temprano va a pasar, no hay que perder la fe de que esto es parte del proceso de nuestra vida”, dice confiada de que la única manera de sobrevivir es seguir en las calles.
En la misma situación está “Natasha”, una mujer de 33 años que comenzó a los 22 a trabajar como sexoservidora. Confiesa que a raíz de la pandemia, los clientes han bajado y las prácticas cambiado.
La secretaria de Gobierno de la CDMX, Rosa Icela Rodríguez, se comprometió a entregar una tarjeta con apoyo económico para las 7 mil 500 trabajadoras sexuales que hay en la ciudad
“Ha bajado un 80 por ciento, la calle está muy sola y los clientes tienen miedo. De hecho algunos traen tapabocas, incluso hay algunos que se atreven a preguntarnos si traemos nosotras también tapabocas”, comenta.
“Sí lo traemos para protegernos. En la entrada del hotel hay un envase con gel antibacterial y yo hago que los clientes se laven las manos tanto al entrar como al salir”, cuenta Natasha.
Si la pandemia se agudiza y el gobierno cierra los hoteles y prohibe el trabajo sexual, “Natasha” tiene un plan B para sobrevivir y mantener a su hijo.
“Yo sé sobrevivir, además del trabajo sexual yo me subo a cantar a los camiones. Yo le hago a la lucha, al igual que en el Metro. Estoy dispuesta a seguir dando batalla y si es necesario trabajar a escondidas, no tengo otro medio. En caso de que las autoridades nos digan que no se puede trabajar, yo de una manera u otra veré para seguir trabajando”, confiesa.
Los efectos colaterales de la pandemia también golpearon a Margarita Serrano, una trabajadora sexual que había comenzado su negocio, una pequeña fonda familiar, la cual va a tener que cerrar porque la dueña del local no le va a perdonar la renta.
O María de Lourdes Sánchez que pese a que es enfermera, además de sexoservidora, y conoce los riesgos de la enfermedad, no puede dejar de trabajar porque debe de mantener a su padre de 80 años, solventar los gastos de su hipertensión y proveer a sus dos hijos, uno de ellos con discapacidad.
“Ahora de vez en cuando tengo uno durante toda la semana, hay veces que ni uno (…) Yo soy enfermera y sé hasta dónde y si hay gente tendré que seguir saliendo porque yo voy al día y necesito darle de comer a mis hijos, yo ya tomaré mis medidas de precaución”, revela la mujer que ha hecho de las calles su vida durante 28 años.
Sofía Sánchez tiene más de 80 años de edad y trabaja como sexoservidora desde 1971, si últimamente no le “iba bien” por su falta de juventud, el coronavirus vino a matar su trabajo. Aún así sale a la calle y aguanta lluvias y viento.
“Hasta ahorita no me he enfermado, sí me agarró un aguacero, me dio catarro y tos pero ya estoy bien (…) Antes me iba bien pero ya no porque hay mucha juventud.
“A nosotras las mayores ya no nos solicitan. Hay días en los que mejor me dedico a juntar aluminio, botellas o a pedir ayuda porque no me llevo ni un peso”, comenta la mujer pese a su avanzada edad.
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Ayuda pendiente
Hace una semana la jefa de Gobierno de la Ciudad de México anunció una serie de medidas para ayudar a la población frente a la pandemia de coronavirus.
Claudia Sheinbaum prometió créditos para pequeños comercios, adelanto de becas, seguro de desempleo y apoyos para adultos mayores.
Respecto a la población vulnerable y gente que vive en la informalidad, la jefa de Gobierno anunció una ayuda económica de mil a mil 500 pesos para los artesanos indígenas que venden en la Ciudad de México, nunca mencionó ni a sexoservidoras ni a personas en situación de calle.
Después de días de pláticas, la secretaria de Gobierno, Rosa Icela Rodríguez, se comprometió con la asociación Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez A.C. a entregar una tarjeta con apoyo económico para las 7 mil 500 trabajadoras sexuales que hay en la ciudad.
El monto del apoyo, la duración y la fecha en la que comenzará no fueron dadas a conocer.
La única protección ante la pandemia
El pasado viernes cientos de sexoservidoras hicieron fila afuera del número 115 de la calle Corregidora en el Centro de la Ciudad de México. Entre ellas se corrió la voz de que les darían una despensa y probablemente algo de dinero para poder subsistir a la pandemia.
Al subir las escaleras de un edificio viejo y descuidado en el despacho 204 se encuentra el centro de operaciones de la Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer Elisa Martínez A.C., una asociación que desde hace 30 años vela por la seguridad de las trabajadoras sexuales.
Al centro de la operación está Elvira Madrid Romero, una mujer que ronda los 50 años de edad, vestida con jeans, gorra y playera, desentonando con los tacones, uñas y pestañas postizas de las cientos de mujeres que ayuda.
Si alguien ha visto de cerca la muerte y conoce la vulnerabilidad de las sexoservidoras es Elvira, su trabajo de servicio lo comenzó hace 30 años justo en otra pandemia, la del VIH.
En ese entonces, Elvira era estudiante de sociología de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, su profesor, Francisco Gómez Jara, la invitó a ella y a un grupo de alumnos a hacer un trabajo de campo para escribir el libro titulado Sociología de la Prostitución, cuatro de ellos se quedaron y fundaron la asociación.
“Cuando llego aquí hace 30 años y veo morir a la gente constantemente y toda la injusticia que había en ese momento me hizo fuerte, ahí aprendí lo que no aprendí en la universidad porque mucha gente critica pero nadie pregunta ‘¿tienes para comer? ¿Tienes para pagar la renta?’ (…) La situación económica hace que las mujeres se integren al trabajo sexual, hay mujeres que son jubiladas pero la jubilación no les alcanza, hay otras que son viudas y no pueden mantener a sus hijos y aquí están.
“Es bien difícil, hay muy poca solidaridad ante el trabajo y hacia el sector, siempre dicen que ganan mucho dinero, que las tienen obligadas, pero el 75 por ciento de las mujeres que están ejerciendo el trabajo sexual están por su propia cuenta y cuando pides un donativo la gente dice ‘no’, qué tal que se lo da al padrote’, pero la realidad es que (por la pandemia) a muchas ya las desalojaron, muchas tienen a sus hijos enfermos y no pueden pagar sus medicinas”, cuenta Elvira.
Al despacho de la Brigada llegan mujeres de distintas edades, la gran mayoría vive al día e incluso hay quienes le piden a Elvira o a sus compañeras unas monedas para sacar copias de los papeles que les solicitan o para su pasaje de regreso.
“Ha cambiado mucho, en las últimas dos semanas todo se vino en pique, estamos haciendo un diagnóstico para ver las necesidades. Nos dicen que del 100 por ciento bajó un 75 por ciento y eso no alcanza a cumplir sus necesidades, están pidiendo monedas para pagar los pasajes, han sufrido problemas de salud por no tener dinero”, comenta.
Elvira dice que se siente orgullosa de ver que muchas de sus “compañeras”, como les llama, terminaron la universidad y muchos de sus hijos incluso están becados. Sabe que está rompiendo una estructura generacional en la que la única herencia que les dejan las sexoservidoras a sus hijos es dedicarse a lo mismo.
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El doble abandono
Por Liliana Rosas
La población callejera de la Ciudad de México también enfrenta la pandemia por Coronavirus en completa vulnerabilidad.
Ante ello la Asociación Civil El Caracol, organizó brigadas informativas y de detección temprana de posibles casos en al menos tres delegaciones: Cuauhtémoc, Venustiano Carranza y Gustavo A. Madero.
Desde el 24 de marzo seis integrantes de El Caracol recorrieron las calles de la CDMX para identificar y brindar información sobre la prevención, síntomas y consecuencias del Covid-19 a personas que viven en la calle.
Por ejemplo, en la zona del paradero de Tasqueña se localizó a un grupo de 15 integrantes menores de 32 años; a uno de siete mayores de 35 años y en las inmediaciones de la Biblioteca Vasconcelos a otro con individuos de más de 45 años.
Durante las brigadas se entregó un kit sanitario que incluía jabón, gel antibacterial, así como postales informativas con los teléfonos a los que se pueden comunicar en caso de presentar algún síntoma.
Entre ellos se encontraba Iván, alías “El abuelito”, un hombre de aproximadamente 60 años que presentaba tos crónica y dolor de pecho, entre lágrimas Iván solicitó la asistencia de los integrantes de El Caracol, quienes le compraron medicamentos y le dieron una serie de instrucciones para su cuidado.
Sin embargo, Iván no duerme solo, su compañero de calle Luis, un joven de 33 años originario de Veracruz lo cuida y ve por él desde hace 3 años.
Con los ojos rojos, Luis pregunta a dónde lo puede llevar sin que le cobren y sin ser su familia .
“Yo pago por él, pero no quiero que se me vaya. A veces siento que ya se me va a ir, por eso le doy alcohol, yo nunca lo había visto así, siempre sale a buscar su comida, su Coca”.
De acuerdo con Alexia Moreno, coordinadora de El Caracol, la asociación no cuenta con la experiencia para diagnosticar COVID-19, por lo que al detectar un posible caso, solo ingresan sus datos a la plataforma de Locatel, le brindan guantes, cubrebocas y medicamentos.
Enrique Hernández Aguilar, director de El Caracol, dice que los albergues no son una opción para resguardarse de la pandemia, pues en cada cuarto duermen entre 10 y 15 personas, por lo que el hacinamiento podría incrementar el riesgo de contraer el virus y propagarlo.
Además algunos de ellos ya se encuentran cerrados por las recomendaciones de la Secretaría de Salud, como el Centro de Asistencia Social para Población en Situación de Calle Riesgo e Indigencia ubicado a unas cuadras del Metro Mixcoac en la Cerrada de Miguel Ángel, la misma calle donde se encuentran Iván y Luis.
Los indigentes no solo enfrentan las dificultades que conlleva no tener un hogar, se encuentran completamente desprotegidos ante el Covid-19
De acuerdo con el censo de población callejera de 2017, la Ciudad de México cuenta con 6 mil 753 personas que viven en las calles de la capital.