Hablar de educación tiene el peligro de que lo que digas ya se haya dicho. No es un peligro, es una condena previsible. Así es, digas lo que digas; o casi.
Porque lo realmente no dicho de lo tan dicho en educación es lo no hecho. Lo nuevo es lo que no hemos sido capaces de hacer. Lo que importa en el debate educativo no es el debate, sino las consecuencias experienciales de ese debate. La nueva educación es una nueva acción educativa. Es lo que vamos a hacer. Se trata de hacer lo que hemos dicho que habría que hacer para tener una educación mejor.
La nueva educación no es un algoritmo complejo y encriptado. Es un desplazamiento diáfano, convincente y profundo hacia un nuevo paradigma. Es ese salto, esa interrupción, esa discontinuidad, aquel cambio, pero sobre todo es esta transformación.
La nueva educación nos reclama más inteligencia simbólica y grandeza conceptual y política, que habilidades específicas o IQ sobrenaturales. Nos convoca como líderes. No es un cambio ingenieril, es un proceso histórico, una maniobra política, una transformación social y epistémica.
La nueva educación que nos piden a gritos los muchos que saben qué es lo que hay que pedir, es el desmontaje completo de un paradigma educativo establecido que fundó la escuela y que la configura hasta hoy día sin mayores diferencias. Un paradigma que ha instaurado valores, implantado hábitos y ritos, repartido el juego político y definido jerarquías, creado mecánicas, métodos, escenas y formas que le son funcionales y lo ratifican a cada rato. Un paradigma que ha construido figuras sociales, roles sociales, relaciones sociales y ambientes.
Que ha condicionado arquitecturas, gráficas, mobiliarios, lenguajes y maneras. Hasta los gestos ha sistematizado. Un gran paradigma que ha definido lo real educativo.
Es decir, la nueva educación tiene que desmontar un paradigma entronizado y con estatus óntico. Una manera muy establecida de hacer educación que tiene tomado todo; que hoy “es” la escuela y pareciera que es la única opción de hacer la institución.
Enfrentamos un horizonte monolítico y pétreo, que juega con el miedo típico de que fuera de él no hay nada. Como siempre. Nos hace decir que con él no podremos negociar; que juega fuerte. No se le ven fisuras que lo vuelvan vulnerable, siquiera parcialmente. A simple vista no se ve por dónde y amedrenta.
Habrá que pelear. Eso ya lo sabemos. Habrá que destruir para construir. Ser valientes. Ser sagaces. Habrá dimes y diretes, furias, costos, errores y violencias múltiples. ¿Cómo, si no? Debemos saber que va a haberlas, porque no habrá nueva educación si no las hay.
Prefiero anunciarlo, para que después no nos digan. Si de verdad somos y creen que somos los que vamos a lograrlo; si de verdad creemos que vamos a lograrlo o que podemos lograrlo; y si de verdad vamos a intentarlo, entonces debemos saber que viene con polvo, con ruido, con aporreos, con riñas, con tensiones, fastidios, encontronazos, difamaciones y folklores del estilo.
Habrá la tensión intrínseca a la transformación y los desgarramientos propios de las pérdidas. Habrá duelos y habrá inmolaciones estériles. Sobrarán los falsos héroes, ¡cómo no! También habrá las algarabías y las euforias de lo nuevo. Adrenalinas múltiples. Intensidad de revolución.
Habrá aires frescos y desolaciones varias, de aquí y de allá. Habrá cambio social. Subes y bajas; vértigos. Habrá que tener el pulso firme para mantener apretado el botón el tiempo necesario porque reseteamos la consola social de dos siglos, para volver a encenderla. La nueva escuela.
Habrá de todo eso porque tiene que haber. Cómo si no, si vamos a reformatear la placa madre. Si vamos a volver a empezar. Cómo si no, si todo va a ser donde era antes, pero ya no como era antes. Cómo si no, si en muchos casos va a ser el reverso de lo que era, la cabeza en los pies de lo que fue, y viceversa.
Y en el medio y mientras tanto, a ver con qué coraje. Porque en el mientras tanto, cuando cada quien esté dando su pelea sin saber si aquél otro está dando y ganando la suya (que consolida y justifica la propia), en el mientras tanto –decía-, habrá desconciertos, dudas, impugnaciones, aparentes y verdaderos retrocesos, desconexiones, delaciones, miniderrotas desasosegadoras, computadores que no encienden, conexiones que no andan, vacilaciones, tablets quebrados en una caída inoportuna, pornos que se nos mezclan cuando no tocaba y ante quien no debía, mensajes talibanes que entran donde no entraban, carajeos de los que quedan feo, falsos wikis, indignaciones febriles, Face descontrolados, Tuits retrógrados, porqués y cómos y que qué pasa y así.
Habrá porque tiene que haber.
Cambiar es cambiar y toca nervio. Altera modelos que parecían eternos, pre-ideológicos, canónicos. Pero no. El nuevo paradigma educativo los devela como históricos, y entonces, como perimidos y un poco torpes.
Muestra que la realidad es una construcción y que su imposible es apenas un posible que escapa a su perímetro. De pronto, el nuevo paradigma le devuelve a la escuela la edad que no aparentaba, los desajustes que desconocía y las debilidades que no mostraba; las hace reales cuando se ponían como celestiales. La nueva educación se implanta y contrasta, y con el contraste denuncia, y la denuncia moviliza para que el proceso de acción eche a andar.
¿Pero de qué nueva educación hablamos? De aquella de la que seguramente ya escuchaste… De la que mediante lo digital reseteamos la sala de clases, recolocamos y redefinimos al maestro, devolvemos la invención a la escena y la producción a su lugar. De la de sin centro y sin frente. De la que vitaliza porque empatiza. De la que engancha. De la que estimula porque es múltiple e hipervincular. De la que conecta todo con todo y se destrona de su trono oracular. De la que forja colaboraciones y promueve creaciones. De la que coacciona a la participación. De la que hace ecosistemas siempre y transmedia aquéllo con ésto y ésto con lo otro. De la que produce sujetos, personas que se reconocen en sí mismas y en su dignidad productiva y propositiva. (De los niños hablo, claro está.) De la que crece en ambientes atravesados por la incertidumbre productiva y por la angustia motora; ambientes de aprendizaje, que los llamamos. De la que mete velocidades nuevas y distintas para reconocer y dar valor a cada quién y a cada cosa. De la que sustituye silencio por acción y pasividad por ebullición.
Es más: de la que obliga a tomar posición y a defender posiciones; de la que forma para tomar posición y defender posiciones. De la que ecualiza y fuerza las solidaridades.
De la buena; de la nueva. De la que empuja al emprendimiento. De la que reposiciona el arte, lo recupera de las periferias del hobby y lo reinstala en el corazón de la constitución de la posición subjetiva.
De la que revienta las mil cápsulas simbólicas que tiene inventadas la escuela para que se fusionen, reaccionen entre sí, refracten, hagan sinapsis, copulen unas con otras, jueguen, se repelan, hagan alquimia y a ver, interactúen, se imbriquen, se atraigan locamente, se fundan y se confundan, se sepan juntas y mezcladas, unidas y superpuestas.
Se den las manos y se cuestionen unas a otras.
De la que hace de los mil compartimentos una sola experiencia y de las mil pasividades una gran acción social compartida.
De ésa hablo, ¿la reconoces?
De ésa hablo, pero no es mi valor el hablarla. Mi valor -si lo hay- es que estoy valiéndome de este espacio para anunciar que lo vamos a hacer, que lo estamos haciendo.