A la fecha no se puede negar que la reforma de 2008 dejó a Pemex peor de lo que estaba. Una redacción civiloide invadió lo que fuera su ley orgánica, siendo exitosa solamente en introducir al organismo en el esquema de simulación, prevaleciente en el sector público desde el año 2000. Los resultados están a la vista, tras 4 años, los números de la entidad son alarmantes, si cambió, pero para mal.
El problema no es la disminución del precio, sino que la producción se les ha caído, las mermas, por no llamarle saqueo, se ha incrementado, el costo administrativo se ha disparado y la corrupción alcanzó niveles insospechados.
Nunca había estado peor administrada la paraestatal, la cual, tras la ruinosa dirección del caro Suárez Coppel, es una petrolera con focos rojos. Resalta la impune operación llevada al cabo con Repsol, así como que las empresas que dan mantenimiento a ductos y las que hacen exploración más que perforación, convirtieron al descentralizado en una administradora de contratos.
¿Quién quiere ser dueño de una empresa de cabeza con horizonte de 40 años? el tema son las reservas, no ser dueño del esperpento.
La chusca diferencia entre “antes de impuestos y después de ellos”, pretende ocultar que la entidad tiene niveles ruinosos por su impagable adeudo en pensiones, además de tener un perverso perfil de financiamiento construido sobre mentiras, ya que supone que las reservas pertenecen a la paraestatal, cuando constitucionalmente corresponden a la Nación. Las cuentas raras de Deer Park, ITS y el Master Trust, pasan de noche a los ingenuos reformistas.
Pemex está quebrado por diversos factores, entre ellos, el régimen fiscal, que era confiscatorio antes de que Cordero y Meade lo hicieran impagable, colocando en la Ley de Ingresos la obligación de enterar anticipos, para surtir las deficiencias de flujo del aparato recaudatorio.
Las propuestas, todas, nacen obsoletas, por que tratan los nuevos temas con mecanismos superados; son inoportunas, porque colocan el debate en medio de la disputa interna por la dirigencia en los partidos de oposición, y son oportunistas, porque permiten que los mismos que han descarrilado al organismo aporten el diagnóstico.
Un legislador tricolor -en apoyo- espetó uno de los peores discursos que haya oído en mi vida, señalaba que teníamos que abandonar el ostracismo, con lo cual quedaba claro que no sabía lo que decía, pero también dejo claro que el sector petrolero le era completamente ajeno, al no referir las diferencias de su propuesta con los pifias que, una y otra vez, han hecho de la paraestatal el botín de unos cuantos.