Amado Nervo estuvo presente desde el primer segundo de vida de Héctor de Mauleón, porque el periodista, cronista y autor capitalino nació justo en la calle que lleva el nombre del poeta del movimiento modernista.
En ese domicilio, ubicado en Santa María la Rivera, el ahora articulista creció tanto en edad como estatura, porque una vez que alcanzó el librero de su casa, el mismo Nervo se hizo presente, además de Alejandro Dumas, Miguel de Cervantes Saavedra, Julio Verne y todos los grandes de la literatura que le susurraban. El hambre de conocimiento para Mauleón era insaciable. Cuando llegó al ejemplar de Los Bandidos del Río Frío no pudo más, salió de la casa y con el volumen de Manuel Payno en mano se guió, lo utilizó como un mapa críptico del entonces Distrito Federal para llegar hasta las entrañas del Centro Histórico.
El episodio cúspide llegó cuando a escasas cuadras de su hogar la historia emergió de la tierra: los trabajos de excavación de la Línea 2 del Metro revelaban armaduras de conquistadores españoles, barras de oro e ídolos aztecas, el sendero de La Noche Triste cobraba vida nuevamente, porque en las cercanías fue donde esto ocurrió.
Él, al presenciar todo, no pudo dar marcha atrás y tomó una decisión definitiva: tenía que ser historiador de México.
Ahora, a casi 60 años de distancia, el periodista, quien es un férreo opositor de la 4T, recupera estas vivencias como anécdotas en una charla personal con Reporte Índigo. Pese a que dejó la colonia que lo vio nacer, afirma que sigue siendo un “chico de barrio”.
“Uno es lo que fue en la infancia y uno escribe para volver a ese mundo, muchas de las crónicas que yo escribo y los relatos o cuentos transcurren aquí, donde fue mi primer contacto con el mundo”, platica De Mauleón, en la sala de su casa.
Al autor chilango le gusta hurgar en la historia que arrojan las letras de los libros, además, cuando tiene oportunidad se da una escapada al mercado de la Lagunilla y hace suyos cualquier cantidad de objetos a los que les da refugio en su estudio, sobre todo los exvotos, pinturas hechas en láminas no más grandes que una hoja tamaño carta que eran ofrendas religiosas que se dejaban en las iglesias, cuando una curación o “milagro” era satisfactorio para un feligrés. Su casa es una guarida digna de estudio para cualquier antropólogo.
Otros “tesoros” que a De Mauleón también le parecen interesantes son las “tripas” que pueden llegar a tener los libros de segunda mano, todos esos fragmentos olvidados por lectores anteriores, desde cartas, postales, boletos de transporte público o, incluso, fotografías, que bien podrían ser un separador.
“He guardado los libros que tienen algo que ver con la historia de la Ciudad de México, hay ediciones de todo tipo, muchas de ellas son cosas que encontré en las librerías de viejo de Donceles, hay temas muy variados, por ejemplo, hay un señor que me gusta mucho, Antonio de Robles”, abunda el cronista.
Héctor de Mauleón describe que este autor, quien nació en 1645, estuvo saliendo por más de 30 años a las calles de la capital en búsqueda de historias. Cuando volvía a su casa, hacía anotaciones en su diario, describía a profundidad los sucesos más relevantes que pasaban en las entrañas de la ciudad, así completó tres tomos de Diario de Sucesos Notables, donde plasmó los horrores, las maravillas y el misterio que sigue teniendo la ahora megalópolis.
Cuando desea sumergirse en la ficción, siempre vuelve a la literatura local. Es cliente frecuente de Carlos Fuentes, Jorge Ibargüengoitia o Sergio Pitol, mismos que en un parpadeo logra ubicar en su inmenso librero empotrado a la pared.
Justo al ver sus muros, aquellos que no tienen libros, están completamente invadidos por obra plástica. Hay cuadros y cuadros y más cuadros. Algunos son grabados de Francisco Toledo o José Luis Cuevas, aunque sus preferidos son de Joy Laville; incluso, hay algunos que ya no alcanzan espacio en pared, así que están acomodados con cuidado al borde de la chimenea o donde quede sitio libre.
Héctor comparte que todavía hay muchas crónicas por escribir. Muestra una pila de papeles que son apenas material de investigación para futuro, por ejemplo, ahora mismo estudia el homicidio de una vedette de los años 50, Su Muy Key, una mujer de rasgos orientales; también está indagando en el asesinato de otra mujer, La Santa de Coyoacán, a quien mataron en los tiempos de cuando ocurrió la Guerra de los Cristeros.
El cronista tiene varios lugares favoritos de la Ciudad de México, como las espaldas de Palacio Nacional, con sus bodegas y vecindades camino a La Merced, pero también confiesa que el Audiorama es una fascinación por completo para él.
“Es una burbuja a un lado del Castillo de Chapultepec, en donde entras y no escuchas a los autos y hay un aparato que toca música, a veces toca jazz, a veces música clásica u otro tipo de melodías, y te sientas ahí, rodeado por el bosque y los ahuehuetes y parece que ahí se detuvo el tiempo”, ahonda.
En cuestiones gastronómicas, De Mauleón se revela cómo un militante de la institución del taco, y al ser de San Cosme, tiene bien afilado su diente para este manjar que se remonta hasta la época prehispánica. También gusta de ir a cantinas o restaurantes como Danubio, de comida vasca, donde gusta pedir langostinos o camarones, o en el Salón Corona le gusta despacharse una torta de pulpo, que en su veredicto son “irrepetibles”.
“Lamento el cierre de cantinas, existía La India o La Vaquita, había cantinas muy viejas que eran una tradición en la Ciudad de México y el trago iba acompañado de botana o que se habían especializado en la preparación de tortas (…) A mí me gusta el whisky, la cerveza o el vino tinto, al mezcal le tengo mucho miedo”, se sincera.
La visita al domicilio del historiador termina con una pregunta íntima: ¿con qué sueña Héctor de Mauleón en ese momento en el que su cuerpo entra en estado REM, de descanso, al dormir? El periodista confiesa que sufre un poco de insomnio, pero cuando logra pegar el ojo, aparecen en su mente, los recuerdos del pasado.
“Sueño que vuelvo al lugar donde pasó mi infancia, a esas calles, a esa casa que hoy está cerrada, vacía. Sigue en pie, pero ya está deshabitada, cuando paso por ahí es una sensación, una experiencia tremenda, porque la calle donde yo nací, viví, crecí y aprendí todo lo que tenía que aprender está ahí llena de casas vacías, pero la gente ya no está, es como una zona muerta de la Ciudad, ahí regreso frecuentemente en mi sueño”, concluye el cronista de México.