La cocina de Las Panas: un lugar para la resistencia
Las Panas es un proyecto que brinda acompañamiento psicológico a mujeres de escasos recursos, además, les enseña a hornear pan como una alternativa para enfrentar la violencia económica
Karina CoronaBajo el calor de la cocina las mujeres compartían sus secretos, así como la sabiduría de sus ancestras, sus ideologías y luchas; sin embargo, con el tiempo, la sociedad les impuso las actividades en este espacio como rol y obligación, hecho que motivó a la psicóloga y activista Rosalía Trujano para resignificarlo, convertirlo en un lugar de resistencia y crear el colectivo femenino Las Panas.
Se encienden los hornos y un grupo de mujeres se reúnen alrededor de la mesa para poner sobre ella harina, huevos, azúcar, vainilla y leche. Con los ingredientes listos da inicio la charla sobre feminismo, amor y violencia de género, con los cuales se busca brindar herramientas que les ayuden a ser autosuficientes y las fortalezcan, darles contención emocional y sororidad.
“Las mujeres llegan por muchas razones, a algunas no les gusta la cocina, o sólo les llama la atención lo del pan, por lo terapéutico, porque pasan por un duelo y, otras, porque tienen una situación de violencia económica compleja y buscan capacitarse para elaborar pan”, explica Rosalía.
Las Panas inició en 2016 por la necesidad de Trujano tras experimentar violencia estructural. Cuando se mudó al centro de la Ciudad de México se dio cuenta que era imperativo formar un espacio de contención junto a sus vecinas y amigas. Y, cuenta, como el Estado no les ayudó a garantizar su seguridad al vivir en una zona socialmente vulnerada, Rosalía decidió crearla, porque cree que las redes salvan.
El fuego las convoca a reunirse y poder compartir experiencias y anécdotas de vida. Portando su mandil con la leyenda Las Panas. Cohesión y cocción, conviven, amasan y hornean en un ambiente fraterno, impregnado por el aroma a mantequilla y naranja.
“Siendo psicóloga y trabajadora social, sabía que se podía acudir a estos lugares donde las mujeres podían ser apoyadas y tomar terapia por sus cargas emocionales. Con el apoyo de fondos y asociaciones, como Semillas, poco a poco se fue creando un equipo y el proyecto fue creciendo”, comparte.
Se preparan los hornos y la masa en Las Panas
Es un domingo por la mañana en Cedro 277, en la colonia Santa María La Ribera, un zaguán blanco muestra la entrada por un pasillo largo. Alojado en medio de varios departamentos se encuentran Las Panas. Diez mujeres, de todas las edades, se saludan y abrazan, esperando saber los secretos del panettone, el tema de hoy: el amor.
Rosalía las reúne a todas a lado de la mesa para que se presenten y expresen qué significa el amor para ellas, cómo lo viven e identifiquen qué cosas les gustarían modificar.
Inicia Pilar, quien ya lleva varios años en el grupo, considera que es algo complicado, porque es una construcción social, pero una de sus formas más auténticas es recibir el cariño de una mascota.
Se suman las reflexiones de Mafer, la maestra panadera, Karla, Ale y Mónica, ésta última expresa que el amor más fuerte que ha sentido es hacia sus hijos y ha aprendido a quererse a sí misma. Continuaron Ale, Rocío, Lizet, quien llevó a su tía Margarita para que hornearan juntan, ellas ven este taller como el resultado del amor que se tienen.
Los talleres tienen dos modalidades, con costo, para poder fondear los que se imparten de manera gratuita y que van dirigidos a mujeres de bajos recursos. El objetivo es ser autosostenibles y construir una panadería.
“El proyecto tiene el objetivo de llegar a mujeres que son socialmente más vulneradas en cuestiones económicas. El año pasado trabajamos con mujeres del Estado de México y con ceguera, porque sabemos que en nuestro género hay exclusiones y son vulneradas socialmente”, comparte Rosalía.
Debido al COVID-19 han tenido que reducir el número de asistentes, aún así, intentan que cada año se reúnan todas las mujeres posibles.
“Yo veo a la cocina como un lugar de resistencia, no de amor, porque me parecería como romantizar que las mujeres amamos estar en la cocina, y no es así. A mí no me gusta cocinar, pienso que es mucho tiempo invertido a diferencia de hacer pan, yo hago metodologías, terapia; sin embargo, entiendo las bondades de estos espacios de compartir y desarrollar habilidades”, explica Rosalía.
Los saberes fluyen en la mesa donde las mujeres amasan, platican, ríen. Los olores a frutas escarchadas se impregnan en el espacio, gracias al vaivén de las manos que buscan crear una mezcla uniforme, suave y aromática.
Aroma de la lucha y del amor
Así como la masa debe estar en reposo, mínimo una hora, las panas toman asiento, preparan café, se comparten palomitas, galletas. La paciencia es primordial, pero aquí no se siente el paso del tiempo, se vive un ambiente casi familiar.
Ya en una primera oportunidad cada una se presentó y compartió sus reflexiones sobre el amor, ahora compartirán vivencias personales. ¿Qué momentos fueron los más significativos en los que se hizo un acto de amor? Desde la niñez hasta la actualidad. Se platicaron anécdotas alegres, añoranzas, recuerdos de los padres, hijas e hijos, mascotas, bodas y de autoaceptación.
Por último, se arrojan las frutas y licor, se acomodan en moldes y van al horno. Inician las conclusiones y si se cumplieron las expectativas. Muchas salen siendo amigas, otras hermanas. Compañeras que, por cuatro horas, vivieron esta experiencia que finaliza decorando sus panes con crema, frutas y una cereza.
“Militar es complejo, ser activista es muy cansado, porque casi lo hacemos por amor al arte. La forma en la cual apoyamos es que las mujeres reconozcan sus propias habilidades, porque todas las tenemos, la gran prueba es que estamos vivas en un contexto hiper violento y en un México feminicida”.
“Es el reconocimiento de estas violencias y que cada una vaya identificando su propio ritmo, porque ellas son las expertas en sus días, nosotras tenemos algunas herramientas que nos han servido, desde la literatura, investigación, pero, al final, aterrizarlas es decisión de ellas”, considera Rosalía.
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