A Paola, una joven transexual la asesinaron hace dos años sobre la calle Puente de Alvarado en la Ciudad de México. La trabajadora sexual se subió al auto de un cliente e instantes después este le descargó una pistola en el cuerpo.
Tras escuchar los balazos, su compañera de calle, Kenya, corrió a auxiliarla; el cliente, un exmilitar y escolta, le apuntó directo al rostro. La pistola se encasquilló y Kenya sobrevivió al ataque.
En ese momento de sangre y dolor todo cayó sobre la espalda de Kenya como una losa de cientos de kilos. Las golpizas de sus hermanos, la muerte de sus padres, la huída de casa, el comenzar en la prostitución a los 9 años para sobrevivir, las peleas en la calle con otras trans por ganarse una esquina, los 10 años de cárcel, la discriminación, el VIH, los abusos, en fin, la lucha por ser mujer.
Casi desde que nació, la muerte rondó en la vida de Jorge Armando, cuando era pequeño murieron dos de sus familiares más cercanos por negligencia médica.
“Yo tuve dos familiares muy directos que murieron de VIH, en ese entonces no sabíamos nada, pensaron que era cáncer, entonces les dieron quimioterapia en vez de retrovirales y poco a poco los mataron”.
Tras la muerte él y sus hermanos se fueron a vivir con su abuela. Desde ese entonces ya era discriminado y golpeado por sus hermanos por el simple hecho de ser diferente. Al poco tiempo murió su abuela, su última protectora, aguantó 5 meses más de golpizas y decidió irse a los 9 años de edad, darle muerte a Jorge y renacer como Kenya.
“Llegué a la Alameda, me senté y esperé la tarde, la noche, cuando ya estaba obscureciendo, entre Balderas y Juárez, en el Parque de La Solidaridad vi a una mujer que pasó, se paró, se instaló y comenzó a trabajar. Le dije ‘quiero ser como tu’ y me respondió ‘pues ponte a trabajar’. Rápidamente agarré a un cliente, le conté que me quería ir de mi casa, me acompañó por mis cosas, con engaños las saqué y me fui. Me llevó a un hotel, atrás de Salto del Agua, al el Hotel Mazatlán”.
“Me pagó una semana de hotel, me dio como mil 200 para que me la llevara para esos días. Me dijo ‘me gustan mucho las personas como tú, pero no te puedo llevar a mi casa, además me metería en problemas jurídicos muy cañones’”, recordó Kenya.
Ese día, hace 30 años Kenya se acostó temprano y durmió profundo, despertó al día siguiente por el llamado de la mucama que quería limpiar la habitación. Al salir de su cuarto se dio cuenta que el hotel estaba lleno de trabajadores sexuales y de mujeres trans que vivían ahí de planta.
“Veo a una chava, que después se hizo mi amiga, y le dije ‘yo quiero ser así’. Me llevaron a comprar vestidos, pelucas, zapatillas y en la noche ya estaba parada en Álvaro Obregón e Insurgentes trabajando”.
“Fu un momento de liberación, de sentirme yo por primera vez, tenía 9 años, fue muy rápido, yo ya me sentía mujer. El problema fue enfrentarme a la sociedad, a las ofensas que me hacían hasta llorar. Me gritaban ‘rídiculo’, ‘pinche puto’, los clientes me agredían, me insultaban, me aventaban jitomates”.
Hace 30 años las calles de la Ciudad de México eran distintas, la sociedad no solo veía mal a las transexuales y a las trabajadoras sexuales, la misma autoridad organizaba redadas para golpearlas, detenerlas y sacarlas de la calle y entre ellas mismas se ganaban la esquina bajo la ley del puño.
“Antes las mujeres trans se peleaban las esquinas a golpes, entonces yo tuve que pelearme con otras compañeras para ganarme un lugar. La policía de la Cuauhtémoc y de gobernación hacían operativos para quitarnos, nos llevaban al torito y nos golpeaban. Esa situación, el uso y abuso de drogas me fueron desgastando. Me llevaron a decir, ‘es muy difícil es ser trans’”.
El uso, abuso de las drogas hicieron que Kenya terminara en la cárcel. Ahí se hizo consciente que había otra amenaza más allá de las personas, el sida, una enfermedad que terminó con la vida de muchas reclusas que murieron en sus brazos tatuados y llenos de cicatrices.
El caso Paola
El 30 de septiembre del 2016 en la Avenida Puente de Alvarado, Kenya tuvo su encuentro más cercano con la muerte.
Esa noche fue cuando Arturo Delgadillo de 38 años de edad asesinó a su compañera de calle y amiga de vida Paola y la amenazó a ella.
“Fue con quien se desquitó, no duraron mucho en el carro, no duraron ni 5 minutos, se subió al carro, hablaron, avanzó unos metros, Escuché que Paola gritó mi nombre, me acerqué al carro, cuando llegué escuché los tres impactos a quemarropa. Se quitó de encima a mi amiga que quedó encima de él y me apuntó a mi. El arma se encasquilló, ya no salieron las balas”, recordó Paola.
Al poco tiempo de su detención quedó fuera de custodia durante 6 horas, tiempo suficiente para quitarse la pólvora de las manos con orina, argumentó Kenya. El 3 de octubre el escolta salió libre, dos semanas después, el 18 de octubre del 2016, le giraron una orden de aprehensión, desde entonces está prófugo.
Casi a la par de su liberación las amenazas en contra de Kenya comenzaron, todo por exigir justicia por la muerte de su amiga. Llamadas telefónicas todos los días y hasta una corona de muertos con su nombre afuera de su casa.
Después del asesinato de Paola vinieron las muertes de otras 12 chicas más. Kenya, ahora como activista, ha salido a acompañarlas, a ser su madre, su padre, su amiga, su protección y compañera. Ella es quien les da el último adiós.
“Nos tenemos que apoyar, después de lo de Paola yo he enterrado a las chicas casi sola, he estado sola en las funerarias, casi solita he estado con ellas dándoles el último adiós. Son 12 en menos de dos años, yo voy a identificar los cuerpos, voy a recuperarlos, llevarlos a la funeraria, maquillarlas, todo”.
Ella sabe que la muerte ronda en su vida, que en muchos momentos incluso se han tocado, que la conoce bien, como Kenya o como Jorge Armando. La muerte se ha llevado a su familia, a sus amigas, pero a Kenya la respeta porque aún tiene mucho por hacer en esta vida.
“Creo que yo y la muerte somos dos personas que vamos caminando a la par, pero no nos hablamos y nos respetamos”, comentó entre risas Kenya Cuevas.