Los machetes de Atenco volvieron a sonar este jueves en el pavimento de la Ciudad de México.
Un grupo de campesinos de San Salvador Atenco acompañó la marcha “Julio César Mondragón”, que salió desde Tlatelolco hacia el Zócalo capitalino.
Esta marcha llevaba el nombre de Julio César, aquel joven al que le fue arrancada la piel de la cara la noche del 26 de septiembre.
Al frente, padres de algunos de los normalistas desaparecidos marcharon en absoluto silencio, custodiados siempre por los campesinos de Atenco.
“Julio no murió, Julio se multiplicó”, era el clamor de quienes se congregaron en la Plaza de las Tres Culturas, la misma que el 2 de octubre de 1968 fue testigo de la matanza de estudiantes.
Detrás de los padres, miles de ciudadanos, en su mayoría jóvenes, acompañaron con cánticos y consignas la marcha de los padres, quienes solo piden encontrar con vida a sus hijos.
“A nosotros ya nos tocó y vinimos a apoyar a estos papás que ahora viven el dolor de no saber dónde están sus hijos. Ya estamos hartos de este gobierno, ya no aguantamos”, dijo Guadalupe, una de las mujeres de Atenco que custodiaba a los padres de Ayotzinapa, machete en mano.
Los padres y las miles de personas que los acompañaron caminaron los más de dos kilómetros que separan a Tlatelolco del Zócalo.
Desde las banquetas, decenas de personas seguían la marcha, que alternaba los cánticos con periodos de silencio, como invocando al luto de un país que se pregunta dónde están sus desaparecidos.
Hasta esta marcha llegaron Laura Castañeda y Alicia Nava, quienes perdieron a sus hijos en el municipio de Paracho, Michoacán, desde el 2012.
Ana Belem Sánchez, Diego Maldonado y Luis Enrique Castañeda, fueron secuestrados del hotel donde se hospedaban en Paracho, a donde habían acudido a dar un curso. La última noche de si estancia, los tres jóvenes fueron sustraídos del hotel por un grupo armado. Ya no supieron nada de ellos.
“Llevamos más de dos años en este calvario, donde nadie nos da razón de nuestros hijos y nadie toma responsabilidad de la investigación y de nada. Ni el gobierno de Paracho, ni el de Michoacán, ni el del país nos ha ayudado. Toda la investigación la hemos llevado nosotras y no sabemos qué fue de ellos; pero todavía tenemos la esperanza de encontrarlos con vida”, comentó Alicia Nava.
Las dos mujeres levantan su cartel en una esquina de la Plaza de la Constitución.
“Paracho, Michoacán: Devuélvenos a nuestros hijos, ellos fueron a educar a los tuyos”, se leía en su pancarta.
La marcha transcurrió en total calma, salvo por algunos jóvenes encapuchados que realizaban pintas en bardas y mobiliario de la ciudad.
El contingente avanzó entre calles con casi todos los negocios cerrados, pero sin la presencia de un solo policía capitalino. La misma gente se encargó de cuidar que no hubiera un solo infiltrado.
La llegada al Zócalo de la marcha “Julio César Mondragón” parecía dar la bienvenida a un presagio. La imagen iluminada de Emiliano Zapata daba la bienvenida a los manifestantes, encabezados por los hombres y mujeres con machetes.
Una vez en el Zócalo, la marcha se dispersó entre los otros contingentes. Sin embargo, a él se unieron después un grupo de ciclistas de la Ciudad de México que, montados en sus vehículos, contaron del uno al 43 para pedir justicia por los estudiantes desaparecidos.