Historia de una infamia

Habían pasado apenas unos minutos después de la balacera que acabara con la vida de uno de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa. Era la noche del 26 de septiembre del 2014. El cielo de Iguala se nubló con la pólvora de las balas que fueron disparadas contra los jóvenes de la Normal de Ayotzinapa.

Entre la confusión, hubo un momento en que varios corrieron hacia un cerro para intentar escapar de quienes los perseguían, policías que utilizaban equipos de radiocomunicación para seguir los pasos de los estudiantes.

Imelda García Imelda García Publicado el
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"Esa noche no hubo ninguna confusión. Lo que se ve es un operativo, se ve una coordinación entre varias fuerzas policiacas. En mis testimonios se ve policía municipal, policía estatal, federal, protección civil y, en varios momentos, hombres vestidos de civil y armados. Pero, eso sí, todos coordinados"

Habían pasado apenas unos minutos después de la balacera que acabara con la vida de uno de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa. Era la noche del 26 de septiembre del 2014. El cielo de Iguala se nubló con la pólvora de las balas que fueron disparadas contra los jóvenes de la Normal de Ayotzinapa.

Entre la confusión, hubo un momento en que varios corrieron hacia un cerro para intentar escapar de quienes los perseguían, policías que utilizaban equipos de radiocomunicación para seguir los pasos de los estudiantes.

No muy lejos de ahí, otros veían cómo los policías subían a sus compañeros a camionetas; a otros, los persiguieron hombres vestidos de civil, pero armados.

Cerca de la una de la madrugada, un grupo de estudiantes se había refugiado en una clínica cercana al centro de Iguala. Hasta ahí llegó un convoy del Ejército. Uno de los jóvenes había recibido un balazo en el rostro; lo traía desfigurado.

En lugar de comenzar a investigar lo que había pasado y cómo podían solucionarlo, los militares regañaron a los jóvenes por tratar de tomar los autobuses y “provocar” todo aquel desorden.

Con una versión de primera mano, tras entrevistar a decenas de testigos y sobrevivientes, John Gibler revela una versión más cercana a quienes vivieron la sangre y el fuego de aquella noche.

Gibler, un periodista independiente que ha dado seguimiento al caso de los normalistas de Ayotzinapa, publica en su libro “Una historia oral de la infamia” (Grijalbo, Sur) los testimonios de decenas de sobrevivientes y testigos de aquella noche.

Es, desde su visión, una manera de arrancar la verdad a los vencedores, impedirles que tengan el privilegio de escribir la historia que quedará en la memoria de México.

‘Fue un operativo’

Para Gibler, el principal hallazgo que tuvo después de hablar con quienes estuvieron presentes esa noche fue que nada se trató de una confusión.

Quienes atacaron a los jóvenes supieron en todo momento que se trataba de estudiantes, dice el periodista.

“Esa noche no hubo ninguna confusión. Lo que se ve es un operativo, se ve una coordinación entre varias fuerzas policiacas.
“En mis testimonios se ve policía municipal, policía estatal, federal, protección civil y, en varios momentos, hombres vestidos de civil y armados. Pero, eso sí, todos coordinados.

“No fue una cosa espontánea, loca, confusa; fue un operativo donde se ve un ejercicio de control territorial y una coordinación en todo momento entre esas varias fuerzas, en un área geográfica bastante extensa”, sostiene.

Al recabar los testimonios de los sobrevivientes, el periodista logró armar una versión sobre los hechos, que no coincide enteramente con la que las autoridades.

“La versión oficial, extrañamente, casi no habla de los hechos de esa noche, de los hechos ya documentados, donde hubo muchos testigos y sobrevivientes. Esa versión minimiza los hechos, los trata como una confusión a los estudiantes con un grupo criminal rival y por eso, se dice, los entregaron a otros supuestos narcos. Esa es la versión oficial.

“Cuando se escuchan las voces de ellos, se escucha que ahí un operativo, coordinado, en tiempo real, con telefonía, con radios. No hubo confusión. En varios lugares de los ataques, los agresores insultaban a los estudiantes, diciéndoles ‘ayotzinapos’, como un término peyorativo.

“Entonces ellos sabían perfectamente quiénes eran. La versión oficial se salta esos hechos justamente porque muestra la responsabilidad de varios niveles del estado y no solamente de la policía municipal de Iguala”, considera Gibler.

Para el periodista, la crisis no hubiera escalado tan alto a no ser porque hubo omisiones de algunas autoridades que pudieron haber ganado tiempo para encontrar a los jóvenes.

En un pasaje de su libro, relata detalladamente la forma en que un grupo de jóvenes se refugió en la clínica Cristina, cerca de donde fue el ataque, y hasta donde llegaron algunos militares ya entrada la noche.

“Los obligaron a entregar sus mochilas, sus celulares; había varios heridos, uno muy grave, con un disparo en la cara que se estaba desangrando.

“El militar encargado les grita que ya llamó a una ambulancia y se pone a darles un sermón, les dice: ‘así no chavos, tienen que sacar buenas notas para demostrar que son buenos estudiantes’ y semejante cosa. O sea que no llega el Ejército, a investigar, a preguntar, a escuchar”, opinó Gibler.

Parte de un todo

John Gibler sostiene que la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa marcará no solo a la actual administración federal, sino al país.

La apuesta, tanto de los padres como de la ciudadanía, llamó el autor, es a no permitir que el olvido llegue y con él se escriba otro capítulo de impunidad que afecta a México a nivel nacional e internacional.

“¿Quién cree en la verdad histórica ahorita? Cómo es posible que para empezar a buscar la verdad de algo tan grave que pasó, se comience a ejercer tortura.

“Que no haya olvido es el primer paso para que haya justicia. Yo no concibo la justicia sin saber, primero, que fue lo que pasó. Yo creo que hay niveles de justicia. Yo no me atrevo a definir cómo se vería la justicia para las familias que llevan un año siete meses buscando a sus hijos o a quienes les mataron a sus seres queridos”, dijo.

El asesinato y la desaparición de los jóvenes normalistas no debe verse ni tratarse como un hecho aislado.

Gibler lo observa como un acontecimiento que no se explica sin ver todas las circunstancias del país.

“Estamos en un contexto donde las cifras nos asaltan, rebasan la imaginación. Decir que en 10 años han matado a 150 mil personas, que han asesinado a más de 100 periodistas, o que han desaparecido 30 mil personas, que a los migrantes centroamericanos que cruzan México los secuestran a un paso de 10 mil al año. Son cosas impensables que nos dejan es estado de shock por la magnitud.

“Pero todo está vinculado. Lo que sucedió aquella noche en Iguala, sucedió en un contexto de inmensa violencia, impunidad y olvido. Es un todo, no es un hecho aislado”, insistió.

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