Hermano: Debo matarte

Sé que el hombre agradecido nunca debe olvidar el bien recibido... Sé también que un hombre bien nacido por definición debe ser bien agradecido...

Lo sé, claro que lo sé, ¿cómo podría olvidarlo? ¿Cómo podría olvidar que a ti, hermano querido, te debo mi vida, mi existencia política? ¿Cómo olvidar que tú me hiciste diputado federal, después Senador de la República, Presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, Secretario de Desarrollo Social y en últimas fechas candidato de nuestro propio partido, el invencible tricolor a la mismísima Presidencia de la República?

Francisco Martín Moreno Francisco Martín Moreno Publicado el
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Para que yo triunfe y el país se salve tengo que matarte hoy mismo. Y tengo que matarte de frente

Sé que el hombre agradecido nunca debe olvidar el bien recibido… Sé también que un hombre bien nacido por definición debe ser bien agradecido…

Lo sé, claro que lo sé, ¿cómo podría olvidarlo? ¿Cómo podría olvidar que a ti, hermano querido, te debo mi vida, mi existencia política? ¿Cómo olvidar que tú me hiciste diputado federal, después Senador de la República, Presidente del Comité Ejecutivo Nacional del PRI, Secretario de Desarrollo Social y en últimas fechas candidato de nuestro propio partido, el invencible tricolor a la mismísima Presidencia de la República?

Todo lo anterior se dio en un breve plazo de tan sólo 6 años sin considerar mi estancia en la H. Cámara de Diputados como legislador federal.

¿Cómo olvidar todo ello? ¿Cómo, querido hermano, si a tí te debo todo lo que soy y lo que seré en este breve tránsito entre dos eternidades que en síntesis es la vida?

No tengo con que pagarte ni tendré jamás con qué ni cómo hacerlo y sin embargo, debo matarte políticamente aun en contra de todos los sentimientos que me mueven al afecto, al agradecimiento y al más fundado y evidente respeto que siento por tí, pero, aceptémoslo: el bien de la República es primero… El bien de la nación tiene prioridad sobre cualquier otro valor de tipo personal por más justificado y sólido que éste sea.

Tú mejor que nadie palpaste la aceptación casi unánime que se produjo en el seno de nuestro partido como consecuencia de mi designación como candidato a la presidencia.

¡Nadie mejor que yo: Casi todos, menos uno en el partido, coinciden con lo anterior…!

Y eso por ceguera y ambición porque “el rebelde e indisciplinado” jamás hubiera tenido en el seno del PRI la feliz y afortunada recepción de que yo fui objeto ahí sí por mérito propio.

Tú has constatado como nadie el desarrollo de los recientes acontecimientos políticos. Has visto cómo me fue violentamente arrebatada la bandera a raíz de la traumática experiencia chiapaneca. Has visto cómo tuve que guardar un prudente y estratégico silencio para no complicar el ya de por sí difícil manejo de la presente situación, silencio que por otro lado, fue entendido por el electorado como debilidad, tibieza y hasta ausencia de talento, coraje, conocimiento y temperamento de mi parte…

Has visto el gradual deterioro de mi imagen política gracias a nuestro acuerdo relativo a la cesión “transitoria” de todas las herramientas políticas al hoy famoso “rebelde” en tanto éste resolvía el delicado asunto de los transgresores en los Altos de Chiapas.

Hoy, gracias a esta transacción política consistente en darle tiempo al “indisciplinado” para concluir una negociación que en ningún caso debería haberle correspondido a un enemigo natural mío, gracias a mi silencio leal y subordinado -entendido como incapacidad y debilidad política- estoy en franca desventaja dentro de la contienda electoral ya no sólo en el interior de mi propio partido donde se me tacha de ser un hombre frágil y opaco, sino en franca desventaja si se me compara con el resto de mis contrincantes para acceder a la Presidencia de la República. ¡Qué trabajo me ha costado salir sonriente en la últimas fotografías que me han tomado durante la campaña…!

Es inminente un acuerdo político en Chiapas. El “indisciplinado” lo ha hecho muy bien. Lo acepto. Sólo que ahora ha llegado mi verdadero turno ante los micrófonos y los reflectores de la nación.

Tengo que hablar, tengo que decir, tengo que explicar, tengo que prometer, tengo que recuperar los espacios políticos perdidos; tengo que ser yo, yo y nadie más que yo. También hermano, dentro de este mi verdadero alumbramiento político, al igual que un recién nacido desgarra y lastima el vientre materno para nacer, de igual forma deberé desgarrarte a ti, sí, a ti, a quien tanto debo y a quien tanto agradezco, para poder demostrar a propios y extraños las verdaderas dimensiones de mi capacidad…

Si yo no me defiendo con mis propias armas, las mías, sí, las únicas a las que podré recurrir en mi futuro; si yo sigo divorciado de mí mismo, de mi ideología y de mi propia plataforma política; si yo sigo subordinado sin proponer cambios a mi vez respecto a lo que, desde mi punto de vista, tampoco “funciona”; si yo no impongo mi criterio y denuncio y propongo y critico y señalo y prometo y me comprometo y me desmarco y nazco y sentencio y acuso y descubro, si yo sólo sigo leyendo los discursos redactados en los Pinos; si yo continúo sometiéndome a unas directrices que de sobra sé no son las que necesita el país dentro del presente contexto político, económico y social; si sigo maniatado, reducido, secuestrado en mis propias ideas, amordazado, petrificado e inmóvil en función de diversos intereses políticos que hasta ahora han gozado de mayor jerarquía que los supremos intereses de la nación que yo supuestamente he estado obligado a defender desde la aceptación de mi candidatura; si sigo renunciando a lo que yo creo por respetar una tradición política, un juramento implícito; si sigo traicionando mis convicciones y principios en aras de una lealtad mal entendida desde el momento en que va por encima de los intereses del país; si mis oponentes empiezan a superarme en popularidad y aceptación mientras mi silencio es entendido como cobardía y mi disciplina institucional se explica como parte de un complejo sistema de intereses creados, entonces mi partido y tú, hermano, y más tarde la nación en su conjunto tendrán que pagar el precio de mi indefinición, de mi obsecuencia y de mi equivocado concepto de la nobleza.

Debo matarte políticamente hermano.

Es irrelevante en esta dolorosa coyuntura política el importe de la deuda moral que tengo contraída contigo.

Para que yo triunfe y el país se salve tengo que matarte hoy mismo. Y tengo que matarte de frente, jamás por la espalda, de acuerdo a la más pura tradición de los patricios romanos. Heme aquí frente a ti con la espalda desenvainada.

Pregúntame: ¿Tú también Bruto…?

Mi marcha es incontenible. Ya nadie podrá detenerme. Lo he entendido todo. Se trata de tu desaparición política o la desaparición de las estructuras de nuestro país: el tuyo, el mío, el de nuestros hijos.

Sujeto entonces firmemente el mango de la hoja desenvainada, la hoja reluciente que pronto penetrará en tus carnes igualmente nobles. Estoy decidido. Debo denunciar y denunciarte. Debo sancionar y sentenciar. Debo ajusticiar y someter.

Debo cambiar, reformar y modificar todo lo que no funciona y ya no funcionará en el futuro del país, comenzando por tí mismo, muy a pesar de los enormes beneficios que tu gestión exclusivamente económica -que ya es mucho- le ha reportado al país.

Debo detener a los opositores, unos envenenados enemigos del progreso y de las mejores causas de México y otros simplemente enemigos del sistema que le ha reportado a México ya 65 años de paz, opositores de cualquier signo, en todo caso nuestros enemigos, quienes denunciarán, sancionarán, sentenciarán, ajusticiarán, reformarán y modificarán sin límites ni compasión ni consideración posibles: La sed de justicia que devora a este país es insaciable como insaciable será su crueldad contigo y todos sus líderes presentes y pasados si no me adelanto y acabo contigo: yo al menos te daré una muerte dulce y cariñosa como la que te mereces con todo mi agradecimiento y amor fraterno.

… Raro, muy raro hermano, pero mientras me acercaba a tí con la espada desenvainada y empezaba a hundirla en tus carnes volteando al cielo con los ojos húmedos en busca de perdón y comprensión ya que sólo me movía un inmenso amor a México, entendí igualmente que una voz lejana y meliflua me decía al oído: Húndela pronto, Donaldo querido, hunde la espada por lo que más quieras, de otra suerte bien pronto te la hundirán a ti por la parte baja del vientre hasta salir la hoja perfumada de democracia por el lado izquierdo del cuello, exactamente a un costado de la yugular… ¿Recuerdas, hermano la muerte de Nerón…?

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