[kaltura-widget uiconfid=”39952882″ entryid=”0_1pnwhxlh” responsive=”true” hoveringControls=”false” width=”100%” height=”75%” /] Hace dos años Susana Rodríguez se enteró que tenía cáncer de mama, y a pesar de que en su familia se presentaron tres casos antes que el de ella, reconoce que al principio fue muy difícil.
“Es duro porque aunque has vivido la experiencia por parte de tus familiares, cuando te toca a ti es más complicado”, comenta quien es mamá de un pequeño de 7 años al que llama “su motorcito” porque le da el empuje para seguir adelante.
La también diseñadora gráfica padece el tipo de cáncer más frecuente entre las mujeres latinoamericanas y su incidencia está aumentando en la región.
En 2012 se diagnosticaron aproximadamente 152 mil nuevos casos y, si la tendencia continúa, cerca de 240 mil mujeres serán diagnosticadas para 2030, lo que representaría un aumento del 57 por ciento.
La gran diferencia entre nuestro país y Estados Unidos, que tiene la misma incidencia, es que allá 80 por ciento de las pacientes se diagnostican en la primera etapa y aquí, el mismo porcentaje lo hace pero en etapas avanzadas.
Gracias a un diagnóstico oportuno Susana se encuentra en remisión con un tratamiento posterior a las quimioterapias y radioterapias y está próxima a una cirugía de reconstrucción mamaria porque ella sufrió una mastectomía bilateral.
“Mi problema fue del lado izquierdo y le pedí al médico si me podían operar ambos senos por prevención, para reducir el riesgo de volver a tenerlo. Hay que aprender a querernos, si tú te quieres y te aceptas es más fácil que lo puedas afrontar y es muy importante que te cheques. Gracias a la prevención puedo platicártelo”, asegura Rodríguez.
Demasiadas veces pensó en desertar del tratamiento por lo pesado que es, pero en esos momentos su familia estuvo presente para motivarla. Ahora planea su futuro, quiere ver a su hijo crecer y aportar un poquito de lo que aprendió de esta experiencia para hacer conciencia en la gente y que no digan “a mí no me va a pasar”.
Al igual que ella, varias mujeres más cuentan a Reporte Índigo cómo es vivir con esta enfermedad y los principales obstáculos que el cáncer de mama les ha hecho enfrentar.
Una lucha con buena cara
A finales de mayo de 2018 a Catalina Soto García, odontóloga de 45 años, le diagnosticaron cáncer de mama. Cuando se lo confirmaron fue un momento complicado porque ella iba con la esperanza que no fuera nada. Una sensación de vació llegó junto con preguntas como ¿por qué a mí? O ¿qué voy hacer?
“Vengo de una familia que es muy fuerte, muy pequeña, pero cuando nos pasan situaciones así nos apoyamos por muy difíciles que sean. Me dijeron ‘sabes qué, abrázalo, es lo que hay y tienes que hacer algo y hazlo ya, existen los medios, las posibilidades y las medicinas’”, cuenta “Cathy”, como la llaman sus amigos.
Soto ya pasó por cirugía, era necesario quitarle un seno, además le retiraron ganglios para realizarle estudios. Actualmente está en quimioterapia, le mandaron 18 y apenas va en la 10. Confiesa sentirse bien, sí con malestares normales del tratamiento, pero “los abraza”.
“Es muy importante que platiques con tu cuerpo, lo haces con todo el mundo, pero no con él. ‘Vamos a estar bien’, le digo siempre. Es como cuando iba al zumba, terminaba toda adolorida y le decía, ‘ya chiquito, ya, es por tu bien’. En este proceso no hay que pensar tanto en qué es lo que va a pasar, sí se te cae el pelo, pero no lo veas con dolor, es algo que no puedes evitar”, explica Cathy.
Ahora dice que se siente más guapa y la falta de cabello la ve como una oportunidad para ser pelirroja, rubia o de todos los colores, y no pasa nada, porque asegura que de esto no se va a morir, “es más fácil que me muera en un temblor o en alguna otra cosa, pero de esto no, entonces también es parte importante la seguridad que muestra uno ante la gente”.
Cathy señala que así como hay mucho apoyo también se ha encontrado con “vecinas chismosas” que le preguntan “oye y ¿por qué ahora eres rubia, por qué bajaste de peso? Oye, ¿por qué te pasa esto?”, a lo que ella contesta firmemente “tengo cáncer, pero es como si fuera una gripa, se me va a quitar”.
La odontóloga exhorta a las mujeres a quitarse la pena y el miedo para que vayan a realizarse los estudios necesarios y así evitar tragedias.
Por su parte Gloria Araceli Reyes Rodelo, de 45 años, fue diagnosticada en enero de este año y siempre estuvo segura de que esta enfermedad no la iba a matar.
En enero le hicieron una biopsia, en febrero la mastectomía, le retiraron por completo la mama derecha y posteriormente la sometieron a 15 sesiones de radioterapia. Ella no sufrió de quimios porque su cáncer fue detectado en una etapa muy oportuna.
“Constantemente, cada año, me hago mi revisión y de un año a otro me salieron unas microcalsificaciones. Yo no sentía ningún tipo de síntoma, hacía mi vida normal, no tenía ninguna alteración y fue gracias al chequeo que me lo detectaron a tiempo”, indica Reyes Rodelo.
Cuando Gogis conoció su diagnóstico, se comprometió a hacer lo necesario porque ella quería vivir, así que ante la mastectomía nunca se mostró temerosa o dudosa.
La vida de Gloria Araceli Reyes Rodelo dio un vuelco, en lugar de hundirse ella resurgió y siempre tuvo una muy buena actitud. Ayer se sometió a una cirugía para colocarse un implante, lo que quiere decir que ya está libre de cáncer.
Enfrentar la pena y un mal diagnóstico
Enfrentarse a sus juicios y a los de la sociedad fue una de las mayores dificultades a las que tuvo que sobreponerse Matilde López Aguilar, de 47 años, cuando le diagnosticaron cáncer de mama.
Sin embargo, tuvo que entender que a pesar de contar con el apoyo de su familia y amigos, si uno no pone de su parte, la depresión complica la enfermedad.
Lo más duro para Matilde fue ver cómo se le caía el pelo, porque la ponía triste saber que terminaría pelona, pero cuando llegaba a sus tratamientos a Fucam y veía a todas las mujeres caminar sin pena y orgullosas, su ánimo se levantaba.
Lo que López Aguilera quiere demostrar con su experiencia es que uno debe tener valor y que si el día de mañana les llega a dar cáncer de mama, no tengan miedo y sepan cómo enfrentarlo.
“Esto te puede pasar a ti, a tus hijas, a tus nietas, y siempre debes mostrare valiente y sin pena”.
Sus hijos y su marido, en sus peores momentos, le ofrecían a Matilde quedarse en casa para cuidarla, pero ella se negaba y les aseguraba que se sentía bien, aunque por dentro estuviera mal, porque reconoce que era una lucha personal.
“Ahorita ya terminé mis radios y mis quimios. En septiembre pasado me dijeron que tengo que hacerme mis estudios cada año, porque primero son cada tres meses, luego cada seis y ya ahorita cada año. Me siento bien, gracias a Dios no me quitaron la mama porque lo detecté a tiempo cuando el tumor a penas tenía el tamaño de un frijol”, recuerda Matilde.
Ella estaba mentalizada a que le iban a quitar un seno, ya les había dicho a su marido y a sus hijos “ahora sí seré una mujer despechada, pero no se lo quitaron y ahora asegura que se siente bien, completa y que el cáncer para ella ya es cosa del pasado.
Matilde platica con la gente y la invita a que se hagan sus estudios, porque un cáncer detectado a tiempo es vida. López Aguilera se ha encontrado con mujeres que dicen que el papanicolau y la mostografía les dan pánico, sin pensar que es peor o más peligroso no hacérselos.
En la muerte fue lo primero en que pensó cuando el médico le explicó a Marisol Eva Meza Hernández que padecía cáncer de mama.
La mujer de 47 años cuenta que le apareció una manchita en su seno izquierdo, como un salpullido, como un pequeño roce en la piel pero muy pequeño. Por lo que fue al Instituto Mexicano del Seguro Social donde le dijeron que no era nada.
“Dejé pasar algunos meses y me doy cuenta que esa nada, esa mancha, empieza a crecer, después de unos estudios vuelvo a ir al Seguro Social y me dicen que no es nada, hasta que voy a hacerme otro tipo de estudios y resulta que tengo, según ellos, una fibrosis quística. Entonces es ahí cuando me mandan a hacer una biopsia y se dan cuenta que es cáncer, pero el IMSS fue lento”, recuerda Marisol.
Al conocer su diagnóstico y ver lo deficiente que había sido el Seguro Social, Meza Hernández decidió buscar alternativas y encontró a Fucam. Lo que tardó meses en hacer el IMSS la fundación se lo hizo en un mes.
Para ella es importante que los doctores estén mejor preparados para que no den un mal diagnóstico. También recalca que su experiencia le ha permitido entender que el cáncer no significa muerte porque hay muchas probabilidades de vivir gracias a todos los tratamientos que existen.
“Hemos hecho un grupo padrísimo en Fucam y todas nos damos la mano, es un grupo maravilloso el que hemos formado”, platica Marisol al referirse a sus amigas que la ven dar la entrevista.
Batalla contra la mutilación
Lo más difícil no son las quimioterapias. El mayor duelo que enfrentan las suprevivientes es mirarse al espejo y sentirse incompletas por haber perdido una parte de su cuerpo.
“Para mí fue más difícil la operación por la pérdida de un seno que la quimioterapia. Verme al espejo y tener sólo una cicatriz fue muy fuerte. Quizá tiene que ver con lo estético y la importancia que le damos a los senos. Me sentí, no quisiera decir que menos mujer, pero pues sí, me falta algo que era muy mío y que me hacía sentir muy bien”, menciona Karla Barajas en entrevista con Reporte Índigo.
El 6 de marzo de 2018, Karla sintió un bulto en su mama izquierda. Una semana después, el día 13 de ese mismo mes, le hicieron la mamografía de urgencia. Le diagnosticaron cáncer en etapa dos, tenía un tumor agresivo de seis centímetros que podía crecer muy rápido pero la detección temprana le dio ventaja.
Karla es pastelera. Estudió la carrera de chef repostera pero dejó su profesión en cuanto supo de su padecimiento para poder concentrarse en su tratamiento y recuperación. No dejó para después su salud física ni mental.
“En el momento en que me confirman que tengo cáncer lo primero que pensé fue: no me quiero morir, no me puedo morir, estoy muy joven, tengo 45 años y además tengo un hijo de 11 años, aún no es mi momento”, afirma la jalisciense que trata de recuperar su vida normal.
Ella misma reconoce que sigue en duelo. Equipara la pérdida de un seno a la muerte de un ser querido. Su rostro se llena de lágrimas pero también de sonrisas.
“Tengo muchos momentos en los que lloro y me tumbo pero hago fiestas cada que los doctores me dan una buena noticia. Mi tumor bajó casi a tres centímetros, se redujo a la mitad y convoqué a una reunión con puras mujeres. Les dije a mis amigas que iba a coleccionar chichis porque me iban a quitar la mía y me llevaron regalos como llaveros, collares, un pastel y cojines con esa forma. Me puse un escote muy pronunciado para lucirlas por última vez y despedirlas como se merecían”, narra.
Desde la primera quimioterapia sintió dolor en el cuero cabelludo. Su melena rubia empezó a caer y tomó la decisión de ir a la estética.
“Decidí portar mi cabeza con orgullo, nunca me puse peluca ni nada. Tener cáncer no es algo que me avergüence ni que tenga que ocultarle a nadie”, presume con seguridad.
Antes de que le extirparan su mama izquierda, Karla se tomó fotografías desnuda. Admite que es vanidosa y le gusta verse bien. En sus fotos resaltan sus ojos verdes, sus labios rojos y su tatuaje en el pecho.
“Ahí estaba el nombre de mi hijo con un corazón que refleja el amor que siento por él, pero cuando me quitaron la “chichi”, ese pedazo de piel se fue ahí, en la operación”, lamenta sobre la marca que ahora tiene un nuevo significado.
Confiesa que platica con su cuerpo y le pide a sus células sanas que ayuden a curar a las malas. Espera la reconstrucción de su seno en un año, según el diagnóstico de su médico.
Implantes de tela y semillas
No todas las supervivientes llegan a la fase de rehabilitación. Algunas por cuestiones económicas, otras porque no son aptas al tratamiento y unas más por decisión propia de ya no someterse al quirófano. Por eso, Myriam Loredo se solidariza con las mujeres que ganaron la batalla contra el cáncer pero siguen luchando contra sus estragos.
Desde hace 18 años es trabajadora social en la Unidad de Medicina Familiar número 40 del IMSS, en Reynosa, Tamaulipas. En 2010 formó parte de un programa de cancerología dentro del Centro Oncológico, donde aprendió a hacer prótesis caseras con tela y semillas.
“Viví muy de cerca el cáncer por una prima hermana. Ella falleció sin tener sus implantes y fue lo que me marcó para solidarizarme. Veía cómo hacía bultitos de papel y se los ponía dentro del brasier y ahí fue que yo agarré amor por esta causa para empoderar a las mujeres no nada más de manera física, también en lo emocional”, comenta en entrevista con Reporte Índigo.
En menos de una hora las mujeres aprenden a hacer un producto que les dura seis meses. Sacan un molde de tela calcando su propio brasier, lo cosen, lo recubren con una funda y lo rellenan de arroz, frijol o lenteja.
“Como es una zona muy cálida se utiliza mucho la semilla de mijo, que no tiene picos, sus bordes son redondeados y se adapta muy bien a la tela y la piel, se pega y se mueve como tú te mueves sin calentarse y no sudas mucho. De un kilo salen dos o tres prótesis y pesan sólo algunos gramos” ex-
plica.
La Secretaría de Salud establece el acceso a prótesis o reconstrucción mamaria para mejorar el autoestima de las pacientes con respecto a su cuerpo, pero no siempre se da abasto.
“Las prótesis de silicón, y hasta las pelucas, son muy caras, cuestan alrededor de 5 mil pesos y es muy difícil pagar ese dinero. En el Seguro las donaciones no alcanzan para todas las pacientes. Hace ocho años, cuando empezamos a ver que había mucha necesidad, hicimos el primer taller y desde esa fecha no hemos parado, sobre todo en el mes de octubre tenemos más demanda”, comenta.
Cada que se acaban los implantes, Myriam programa una nueva sesión. Su trabajo se ha vuelto itinerante, ha llegado hasta el Instituto Municipal de la Mujeres víctimas del cáncer de mama en el taller que imparte Myriam Loredo para aprender cómo hacer prótesis del seno que perdieron con semillas y tela.
“Imparto talleres para que las pacientes aprendan a hacer sus implantes. Asisten, sobre todo, adultas mayores, de hasta 85 años, que deciden ya no ponerse nada porque están muy cansadas de quirófanos, y jóvenes, como de 23 años, porque no tienen la solvencia suficiente. Pero hay mujeres que de manera voluntaria se quieren involucrar y acuden a realizar prótesis para después donarlas”, platica con entusiasmo.
Myriam no cobra a las pacientes por el material ni la clase. Para las voluntarias, la cuota es de 50 pesos para que después puedan realizar un
convivio y platiquen sobre esta enfermedad.
“Después se sienten contentas. Terminan la prótesis y se la están poniendo luego luego para verse como eran antes, con su ropa ajustada y sin la
mutilación de un seno. Su autoestima se fortalece porque ya no son diferentes a las demás mujeres, se ven lindas con la blusa pegadita que les gusta.
Hay veces que hasta juegan, dicen que quieren las prótesis un poquito más grandes, como siempre las quisieron tener”, concluye.