Ximena tiene 7 años y no sabe lo que es vivir en una ciudad sin presencia militar.
Ella es parte de esa generación de niños que ha crecido viendo soldados y escuchando balazos. Vive en Reynosa, una de las poblaciones más vapuleadas por la inseguridad en Tamaulipas.
La violencia que abraza esta zona fronteriza es común y es cotidiana. Es tema de conversación en cualquier lugar. Es un tópico que se habla entre murmullos.
Por la carretera, antes de llegar a la ciudad, hay un letrero verde con enormes letras blancas que dice: Bienvenidos a Reynosa.
Sin embargo, no hay que confiarse.
Basta transitar por sus maltrechas calles para saber que eso no es cierto.
Desde hace al menos 10 años, este territorio del noreste del país ha tenido cualquier cantidad operativos contra el narcotráfico. Intentos de “rescates” han ido y venido, pero la violencia se ha quedado.
En enero de 2001, el entonces presidente Vicente Fox lanzó la Cruzada Nacional Contra el Narcotráfico y el Crimen Organizado. Reynosa estaba incluida.
En 2004, formó parte del Plan Estratégico de Combate al Narcotráfico; en el 2005, en el Operativo México Seguro; en el 2006 –ya con Felipe Calderón como presidente- la ciudad vio desfilar militares como parte de la Estrategia Nacional de Combate a la Delincuencia, con la cual se unificó el mando de la AFI y el de la Policía Federal Preventiva conformando una sola Policía Federal.
En el 2007, Calderón relanzó su estrategia con la Cruzada Nacional contra la Delincuencia, con la que prometió ganar la “guerra” al crimen organizado.
En cuanto intento para recuperar la seguridad se ha hecho, Reynosa ha estado presente. En todos, el discurso ha sido más o menos el mismo:
“La misión es disminuir el índice delictivo, reforzar la seguridad, mantener la presencia de la autoridad y proporcionar tranquilidad a la población”.
Todo ha fracasado.
La semana pasada, el presidente Enrique Peña Nieto decidió utilizar el arma militar para restituir la autoridad del Estado.
Para frenar esta escalada de violencia, Peña Nieto ordenó un nuevo despliegue que supone poner bajo control militar la seguridad de Tamaulipas.
De acuerdo a cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), durante el primer trimestre del año, Tamaulipas se ubicó como el segundo lugar nacional con mayor incidencia de secuestros, con una tasa de 1.97 denuncias por este delito por cada 100 mil habitantes; en el cuarto lugar de extorsiones, con una tasa de 2.57; y en décimo sitio en homicidios, con 4.03 por cada 100 mil habitantes.
¿Cuántos de esos delitos suceden en Reynosa? Eso es casi imposible saberlo. Y es casi imposible porque ahí los rastros de sangre en las calles son la única evidencia de los asesinatos que escapan a las estadísticas.
El veterano corresponsal de The Dallas Morning News, Alfredo Corchado, lo comprobó en 2010, luego de estar apenas un par de horas en la ciudad que acababa de vivir una jornada más de intensas balaceras.
“Hay regiones donde el silencio domina, donde el miedo se siente y se ve entre la gente. Y eso lo vi en Reynosa, me impresionó mucho”, dijo el periodista en una entrevista para Proceso hace cuatro años.
Y el tiempo, que todo cambia, con eso no ha podido.
El silencio mantiene su dominio en esta zona en donde la disputa interna por el liderato del Cártel del Golfo se une a la añeja guerra emprendida contra Los Zetas. En donde cada vez es más común ver a adolescentes –casi niños- cargando armas más grandes que ellos.
En Reynosa las palabras han ganado un significado distinto. Así, en esta ciudad lo que para todos es una balacera ahí es una “contingencia” o una “situación de riesgo” o una escueta “SDR” puesta en Twitter.
En esta frontera, hasta el crimen organizado se desorganiza. Las pequeñas células internas de los cárteles actúan cada vez más como “franquicias” independientes.
En septiembre del año pasado, el periodista experto en narcotráfico, Malcom Beith, escribió en el sitio ‘Combatiendo el Terrorismo’.
“Lo más probable es que los Zetas se hayan convertido en una operación dispar y desordenada (‘ragtag operation’), resuelta a la violencia y dispuesta a entrar en cualquier actividad ilícita que le reporte ganancias, pero cada vez más desorganizada”.
La violencia cotidiana
En Reynosa, la escena de hombres armados comprando atún y galletas saladas en un Oxxo, mientras convoys del Ejército recorren la ciudad, son comunes.
El sonido de helicópteros que sobrevuelan la ciudad día y noche es pan de todos los días.
Los reportes de enfrentamientos en sus diferentes variantes –Ejército contra narcos, narcos contra narcos, narcos contra Marinos– son tan cotidianos que se han vuelto una buena excusa hasta para faltar a clases.
La naturalidad con la que hablan de la violencia también asusta.
Mientras, el gobierno municipal otorga becas para contrarrestar la deserción escolar y redobla esfuerzos para pavimentar las colonias.
Entre marchas y masacres
A días de la visita del presidente Enrique Peña Nieto a Tamaulipas, 16 cadáveres fueron encontrados en Tamaulipas en menos de 24 horas. Nueve en un ejido del municipio de Hidalgo y siete en el interior de un vehículo abandonado en Tampico.
Este hallazgo se dio horas después de que miles de tamaulipecos salieron a las calles para exigir la renuncia del gobernador, el priista Egidio Torre Cantú.
“Queremos vivir sin miedo”, “No más muertes, no más secuestros”, “Exigimos paz”, “Egidio, entiende, protege a la gente”, gritaron los manifestantes durante la movilización pacífica.
Miguel Ángel Osorio Chong ya confirmó la visita del mandatario al convulsionado estado.
El titular de la Segob dijo que el mandatario estará en la entidad, tal como lo ha hecho en otros estados con problemas de seguridad.
Destacó que el proceso en Tamaulipas no ha sido fácil, pero en poco tiempo se han logrado varios objetivos.