Hay en la actualidad, sostiene el filósofo esloveno Slavoj Zizek, una conspiración del sistema económico para obligar a las personas a ser felices.
La oferta para mejorar nuestro bienestar personal es inagotable hoy en día y accesible… claro, si uno tiene dinero.
Cada día aparecen nuevas tendencias que prometen a sus seguidores ser felices. Desde el Feng Shui –la filosofía china que busca el equilibrio en la vida- hasta el Hygge, la fórmula danesa para ser dichosos que se extiende por Europa.
Desde el Lagom sueco –claro acompañado de un mueble Ikea- hasta el acogedor koselig noruego. Desde el budismo hasta el coaching personal, muy de moda actualmente en México.
Todos estos estilos de vida ofrecen lo mismo: una felicidad personalizada, empaquetada y por supuesto alcanzable si uno dispone de algunos miles de pesos para alcanzar la plenitud soñada.
“La ciencia de la felicidad ha alcanzado la influencia que hoy ejerce porque promete aportar esa ansiada solución. Para empezar los economistas de la felicidad son capaces de cuantificar y poner precio al problema de la tristeza y la alineación”, escribe William Davies en el libro “La Industria de la Felicidad”.
¿La felicidad es medible? ¿El grado de bienestar de las personas, de una nación, se puede cuantificar?
Para la ONU sí.
Desde hace algunos años el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas mide la felicidad de 150 países. El año pasado Dinamarca, el país inventor de la filosofía Hygge, encabezó este ranking.
Este año fueron sus vecinos de Noruega los que lograron el título del país más feliz del mundo.
En cambio los países africanos como Burundi y Tanzania son los países más infelices.
La empresa especializada en encuestas de opinión Gallup ha estimado que la infelicidad de los empleados representa un costo de 500 mil millones de dólares para la economía estadounidense por una baja productividad laboral consecuencia de la tristeza y la depresión.
La felicidad no es una aspiración reciente por supuesto. En la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, la búsqueda de la felicidad es junto -con la vida y la libertad- de los principales derechos que protege este documento firmado en 1776.
Pero hoy en una sociedad cada vez más propensa al hedonismo y al consumismo, donde se arraiga el estilo de vida light (café sin cafeína, endulzantes sin azúcar, cerveza sin alcohol, carnes sin grasas) la felicidad se impone como una tarea obligada alcanzable.
¿Es malo buscar la felicidad?
Por supuesto que no.
En un mundo que está dividido entre los que ven el vaso medio vacío o medio lleno, el ser feliz se convierte en un fin, en una necesidad de las personas para sentirse plenos. Tan sólo hay que revisar las fotos que se publican en Instagram. El hashtag “happiness” es uno de los más utilizados por los usuarios de esta red social.
El principal problema de la felicidad es su definición y la subjetividad que la acompaña. Está claro que para algunas personas ser feliz puede significar algo muy distinto que para uno.
¿Qué es realmente la felicidad? ¿Es -como dicen los daneses seguidores del Hygge -leer un libro en tu casa, solo o con tu pareja, en un ambiente confortable iluminado con velas?
¿O es como la plantean los suecos con su Lagom (una palabra que se puede traducir como justo lo necesario) que la marca Ikea aprovechó para producir una línea de muebles?
La misma pregunta se hacía el escritor y filósofo inglés Bertrand Russell en 1930.
“¿Que pueden hacer un hombre o una mujer, aquí y ahora, en medio de nuestra nostálgica sociedad, para alcanzar la felicidad?”, se preguntaba en su ensayo “La conquista de la felicidad”.
En lo personal no creo que la felicidad sea un término absoluto, sino que en la vida –como decía el poeta Pablo Neruda- la felicidad no existe, sino que existen momentos felices.
Eso de mirar la vida a través de un cristal rosa como que no se entiende en un mundo desigual e injusto como el nuestro. Uno prefiere adoptar una actitud más pessoaniana frente a la felicidad.
“Esos son los felices porque les es dado el sueño encantado de la estupidez. Pero a los que, como yo, tienen sueños sin ilusiones”, escribe Fernando Pessoa en “El Libro del Desasosiego”.
En torno a la felicidad, hay hoy en día toda una ciencia que sostiene que la dicha plena es alcanzable para cualquier ser humano. Detrás de esa idea existe claro todo un negocio montado.
Es irremediable: la felicidad, como el amor, está socavada por el dinero y los bienes del consumo en la actualidad.
Algo así como “Be happy, smile and buy”.
El reto que genera una idea así es cómo conseguir el nivel de bienestar aceptable en un mundo como el que nos tocó vivir. Porque finalmente la felicidad está relacionada con el nivel de satisfacción o de insatisfacción del ser humano. A veces ocurre como le pasó con el aldeano de la leyenda china, que era el hombre más feliz del reino, pero que se convirtió en infeliz y amargado cuando se encontró en el jardín de su casa 99 monedas de oro y vivió desde entonces con la insatisfacción porque creyó que alguien le había robado la moneda faltante para que fueran 100.
Como van las cosas no está lejano el día en que en el supermercado se oferten píldoras o un kit que garanticen ser felices como cantaban hace algunos años Palito Ortega: “La felicidad, ja, ja, ja, de sentir amor, jo, jo, jo…”.
O será, como asegura Zizek que en realidad no buscamos ser felices a pesar de que lo deseamos.
Pero mientras tanto bienvenidos al mundo de Soy Feliz, luego existo. Bienvenidos a la dictadura de la felicidad. No te resistas.
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