El humo del copal en el que se envuelven los habitantes de La Conchita en busca de protección apenas alcanza a disimular el olor de las verduras podridas que se encuentran bajo los escombros.
La Conchita es uno de los 26 barrios que se encuentran dentro del pueblo de San Gregorio Atlapulco en la delegación Xochimilco. Este lugar que forma parte de la zona chinampera conecta con San Gregorio por medio de un puente y está dividido en tres avenidas principales: la avenida central conocida como calle Azalia, la calle Bugambilia a la izquierda y la avenida Calistemo a la derecha. Todos nombres de flores que se cosechan ahí mismo.
A los habitantes de la zona se les conoce como los chilacayotes en honor a planta que únicamente se da en la región y se caracteriza por ser agridulce, un sabor idéntico al que se siente en el paladar al recorrer las calles y ver las condiciones en las que quedaron los pobladores después del terremoto del 19 de septiembre.
Los habitantes de la región, conformados principalmente por campesinos, agricultores y comerciantes son personas que nunca han gozado de lujos. Sus vidas colmadas de dificultades los han hecho resilientes y solidarios, una actitud que demuestran a la hora de enfrentarse a la tragedia que ahora los cobija.
“Nosotros hemos aprendido a comer en la mesa o en el piso, podemos dormir en una cama o en un petate; tenemos que curtir el cuerpo” comenta Filiberto Enríquez mientras una abeja que le camina por la mano se rehúsa a clavar su aguijón en la piel morena de este hombre de 52 años.
“Ya ven, hasta la abeja se niega a picarme. Debe de ser porque llevo más de tres días sin poder darme un baño”, bromea mientras arranca de entre las ruinas que alguna vez conformaron su casa una silla para sentarse.
Hasta el día de ayer, el barrio de La Conchita se encontraba sin agua ni luz. Los habitantes cuentan que después de que el delegado Avelino Méndez estuvo a punto de ser linchado por los pobladores del lugar, se negó a brindarles cualquier tipo de ayuda. El primer acto de venganza del funcionario que representa al partido de Morena, de acuerdo a los pobladores, fue negarles el envío de pipas de agua o cualquier otro tipo de apoyo que necesitan.
“Fuimos a la casa del delegado en el poblado de La Asunción para pedirle ayuda. Al llegar al lugar salió su esposa y nos dijo que después de lo sucedido no nos iban a ayudar con nada”, relata Catalina Delgado, una mujer que se enorgullece de haber abofeteado junto con otro grupo de mujeres al delegado y que asegura no arrepentirse de haberlo hecho a pesar de las consecuencias que ésto provocó.
“Las acciones de Avelino, a quien nosotros pusimos en el poder nos han afectado gravemente”, reitera Ernestina Fuenleal, cuya casa, donde habitaban seis personas además de ella quedó hecha añicos.
Ernestina, quien viste un delantal a cuadros rojos y unos pants cuyas manchas y desgarres dan fé de los duros días que han pasado tuvieron que adaptar la cocina, única parte de su vivienda que quedó en pie tras el sismo para que los siete integrantes de la familia tengan un lugar donde dormir.
Sobre el piso de tierra y a un lado de los sartenes que todavía registran manchas de grasa y suciedad adaptaron una cama improvisada con colchonetas en donde duermen tres niños de no más de siete años.
Junto a la mesa que usan para cocinar, la cual se encuentra repleta de las pertenencias que lograron rescatar del derrumbe descansan sobre un par de petates los hijos mayores de la señora Tomasa Saavedra y Leonardo.
Ernestina y su esposo duermen en el centro de la habitación sobre un petate desgastado. Sus mascotas: 3 gatos y un par de perros se acurrucan bajo la mesa o entre sus amos. Esa será la dinámica hasta que logren reconstruir el resto de las habitaciones. Una tarea que podría tomarles años.
A unos cuantos metros de la familia Saavedra se encuentra un terreno que alguna vez sirvió de base para sostener cuatro casas que albergaban a poco más de 18 personas. En ese terreno lo único que quedó en pie fue una puerta sostenida por un marco de metal oxidado.
Al cruzar el umbral metálico el panorama se torna desolador. El verde del campo se convierte en una escenario gris que simula una zona de guerra.
Niños y animales corren por igual entre los escombros. El olor a humedad se mezcla con el de la basura y el paisaje sonoro se alimenta del golpeteo de los mazos que con cada estruendo debilitan una barda de concreto que más que proteger se ha convertido en un peligro para las personas que ahí residen.
“Lo único que quedó intacto fue mi motocicleta”, cuenta Javier Jiménez, un hombre que a sus 34 años lo perdió todo.
“Durante el sismo los tanques de gas salieron volando, los muros y los techos se desplomaron y el piso se cuarteo, cuenta mientras una de sus sobrinas se distrae coloreando un cuaderno de caricaturas todo de un mismo color, pues la crayola amarilla es la única que permaneció dentro de su caja después del temblor.
La situación poco difiere para el resto de los habitantes de la zona chinampera que durante años han surtido a la Central de Abastos y gran parte de los supermercados de la Ciudad de México de diversas verduras como lechuga, acelga, rábano, brócoli o coliflor.
Sin embargo, a pesar de la desolación que invade a los pobladores éstos no se han olvidado de agradecer a los voluntarios que le han brindado su ayuda y apoyo.
A lo largo de las rejas que cercan las cosechas y en las paredes improvisadas de los centros de acopio han colgado pedazos de cartón y papel con mensajes de agradecimiento donde las personas que se han avocado a la tarea de ayudar pueden escribir sus nombres para ser recordados como parte de las personas que alguna vez colaboraron para poner en pie a una población que hasta la fecha permanece olvidada para las autoridades y para la mayoría de las personas que se han encargado de repartir los acopios entre los damnificados.