Entre el abandono y el olvido

Más allá del debate nacional sobre el estado de peligro en el que ejercen los periodistas en México, se asoma la condición en la que viven muchos comunicadores. Viejos, abandonados y sin garantías sociales, tienen que sobrevivir de la caridad pública. 

El caso del michoacano Jaime Tena, que tocó la cúspide del periodismo en sus años jóvenes y que murió en el más absoluto de los abandonos, evidencia la realidad que afrontan decenas de periodistas. 

Sufren el dolor de no tener a veces ni que llevarse a la boca. 

J. Jesús Lemus J. Jesús Lemus Publicado el
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"No basta con que se atiendan los agravios de agresiones y amenazas(...). Se requieren acciones que garanticen una vejez digna para todos los periodistas”
Martha Durán de HuertaCorresponsal
de Radio Nederland

Más allá del debate nacional sobre el estado de peligro en el que ejercen los periodistas en México, se asoma la condición en la que viven muchos comunicadores. Viejos, abandonados y sin garantías sociales, tienen que sobrevivir de la caridad pública. 

El caso del michoacano Jaime Tena, que tocó la cúspide del periodismo en sus años jóvenes y que murió en el más absoluto de los abandonos, evidencia la realidad que afrontan decenas de periodistas. 

Sufren el dolor de no tener a veces ni que llevarse a la boca. 

A Jaime Tena no le valió ni su cercanía con los gobernadores Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano ni con Ausencio Chávez Hernández. Su cuerpo fue encontrado tres días después de su muerte. Murió en el silencio de su habitación, abrazado por la angustia de su pobreza.

Las organizaciones más importantes del periodismo, como Artículo 19, Reporteros Sin Fronteras o La Casa de los Derechos de Periodistas, no cuentan con un programa de apoyo a periodistas abandonados. Ni siquiera atienden ese tipo de casos. La ayuda a estos periodistas queda siempre en manos altruistas, muchas veces, de compañeros de profesión. 

“México requiere de manera urgente un programa de atención a periodistas retirados”, dice la doctora Martha Durán de Huerta, periodista corresponsal de Radio Nederland, representante en México de los programas de ayuda a comunicadores de la Comunidad Europea en nuestro país. 

“No basta con que se atiendan los agravios de agresiones y amenazas a los periodistas activos. Se requieren acciones que garanticen una vejez digna para todos los periodistas”.

La periodista y activista pro derechos de los comunicadores reconoce que no existe un padrón oficial que apunte a saber cuántos periodistas abandonados existen en México. 

Se estima que por cada estado existen cerca de cinco a 10 casos que merecen ser atendidos de manera urgente.

José Cuauhtémoc García Pineda, en Michoacán, es uno de los periodistas más desamparados. “El Matador”, como lo conocen en el gremio, fue el que siguió el caso en contra del ex presidente Luis Echeverría Álvarez y su responsabilidad en la matanza de Tlatelolco. Hoy no tiene ni qué comer.

Vicencio Ortiz Libreros, de Teziutlán, Puebla, fue uno de los fundadores del periodismo moderno. Dio todo para sacar todos los días la primicia en primera plana de La Opinión. Hoy vive de limosnas de algunos funcionarios. Ni siquiera puede trabajar, porque se quedó ciego.

También Alfredo Morales, se encuentra en el abandono. A sus 70 años de edad y más de 50 en el ejercicio periodístico, se mantiene de la venta de dulces que intenta hacer todos los días en la plaza principal de Huauchinango.

“Es injusto lo que hacemos como sociedad con los periodistas que nos dieron tanto”, explica la activista Claudia Martínez Sánchez, enlace de la Casa de los Derechos de Periodistas. 

“Pero es más injusto lo que hacen algunas organizaciones sin siquiera voltear al ver el estado de precariedad en el que viven aquellos que nos marcaron el camino del periodismo”.

Por eso se ha gestado una iniciativa nacional, para convocar a la creación de un asilo para periodistas abandonados, a los que se les pueda ofrecer un retiro digno, como una aportación social. La iniciativa está siendo gestionada ante diversas embajadas en México, que están preocupadas por el ejercicio periodístico en nuestro país, dijo la activista.

Ni para el cajón de muerto

El cuerpo de Jaime Tena fue encontrado en el interior de su humilde habitación. Tuvieron que pasar tres días para que los olores nauseabundos alertaran a los vecinos. La última vez que estuvo en la reporteada se quedó a la espera de un diputado que le iba a “apoyar para el chivo”. 

Falleció a la edad de 65 años. Decía que el periodismo lo traía en la sangre. Se abrazaba a la frase estoica de Gabriel García Márquez: “aunque se sufra como un perro, el periodismo es el mejor de los oficios”. 

Aun cuando fue productor de Televisa y del Instituto Mexicano de Radio y Televisión, murió en la más completa de las pobrezas. Trabajó en su momento para el gobernador Cuauhtémoc Cárdenas y para la Secretaria de Agricultura y Recursos Hidráulicos. Todos lo abandonaron a su suerte. Solo recibió la solidaridad de algunos de sus compañeros que estuvieron al pendiente de su salud y de sus necesidades básicas.

La muerte de Jaime Tena sacudió al gremio. Su cajón tuvo que ser comprado por “coperacha”. Ninguna instancia oficial atendió sus reclamos de salud. Tuvo que hacer fila en los dispensarios médicos para tratarse un padecimiento crónico degenerativo, que terminó por matarlo.

Con el hambre en los huesos

Los ojos se le bañan de llanto. No puede ocultar su gratitud, cada vez que uno de sus compañeros de gremio se le acerca para extenderle algunos pesos. Dice que nadie –mucho menos un periodista- puede ser empujado al hambre. Él tiene que vivir con 500 pesos al mes que le otorga el Congreso de Michoacán, como apoyo por sus publicaciones.

Cuauhtémoc García Pineda ya es un hombre viejo. Está cansado y enfermo. Ha sido víctima de innumerables persecuciones. Su delito fue haber filmado la matanza de octubre de 1968, bajo las instrucciones del camarógrafo oficial de la Presidencia de la República, Ángel Bilbatua, en los tiempos de Gustavo Díaz Ordaz.

Hoy “El Matador” vive rodeado de la pobreza y el abandono. Escribe una publicación mensual. Se sienta paciente en una mesa del café de los portales de Morelia. A veces pasa algún conocido que le extiende una mano con unas monedas. Las atesora. Sabe que es un día más que le ha ganado al hambre.

Dice que la vida le ha quedado a deber. Que le ha quitado todo. “Lo único que no me va a quitar es el gusto de haber sido periodista”.

No basta con que se atiendan los agravios de agresiones y amenazas(…). Se requieren acciones que garanticen una vejez digna para todos los periodistas”

Un periodista  ciego… y solidario

Gumersindo Calderón Juárez, es un periodista ciego. Con sus limitantes intenta todos los días seguir siendo reportero. Su hijo mayor es su “lazarillo”. Lo guía de la mano por las intrincadas calles de Teziutlán. Lo acerca a algunos funcionarios públicos. No le importa el desprecio con el que algunas de sus fuentes lo tratan.

Como un niño atesora las grabaciones de las entrevistas. Su “lazarillo” es el que pacientemente escribe el texto que Gumersindo le dicta. 

Con el impreso en la mano, cada semana vuelve a recorrer las oficinas públicas. Visita a sus entrevistados. Hay valores entendidos: a cambio de lo publicado en su periódico Denuncia Ciudadana le entregan algunos pesos. Comparte lo que recauda con otro periodista invidente. La mitad de sus ingresos se la entrega a su amigo Vicencio Ortiz Libreros, también periodista ciego.

Gumersindo dice que mientras tenga vida, va a seguir siendo reportero. No quiere terminar como Alfredo Morales, que a sus 70 años tiene que vivir de la venta de sus dulces en la plaza principal de Huauchinango. 

Sueña con un apoyo del Gobierno federal. Algo que le permita al menos vivir sus últimos días con la seguridad de no tener que salir a la calle a jugarse la vida entre el tráfico vehicular y la indiferencia. 

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