Empezar de nuevo

A un mes del sismo, 60 familias que habitaban el multifamiliar Tlalpan continúan viviendo en tiendas de campaña en lo que era una cancha de baloncesto, tratan de organizarse lo mejor que pueden a pesar de los primeros conflictos vecinales que ya comenzaron a surgir
Carlos Salazar Carlos Salazar Publicado el
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María Ascensión, una mujer pensionada de 58 años, sabe que podría perder su único patrimonio, un departamento en el multifamiliar Tlalpan que compartía con su esposo, dos hijas, dos yernos y dos nietos.

Un mes después del sismo que azotó la Ciudad de México, cientos de familias que vivían en estos edificios no tienen certeza sobre el futuro, no saben si podrán volver a sus hogares o cuándo lo harán. Algunas más vieron derrumbarse su edificio y tampoco saben qué les depara el porvenir.

Mientras come su desayuno en el comedor del improvisado campamento a los pies del multifamiliar, María Ascensión relata que su mayor preocupación ahora no es la incertidumbre sobre su vivienda, que adquirió hace 28 años, sino que a raíz del sismo su familia ha vivido separada y no deja de preocuparse por sus nietos.

Sus dos hijas y sus dos nietos están viviendo con una de sus hermanas, aunque ella se quedó con su esposo en el albergue temporal.

“La vida sigue, hay que seguir trabajando. Empezar de nuevo”.

Aproximadamente 60 familias más viven en las tiendas de campaña o en los “cuartos” habilitados de lo que era una cancha de baloncesto, tratan de organizarse lo mejor que pueden, tienen sus áreas bien delimitadas: comedor, servicio médico, ludoteca, centro de acopio de víveres, pero el periodo de adaptación apenas va comenzando para muchos.

“La vida no nos dio una cachetada, nos rompió toda la madre, y estamos curando heridas, tratando de levantarnos y seguir adelante”, relata Ivonne, una vecina del edificio 3B; el que presenta más daños.

Ivonne compartía un departamento en un tercer piso con su madre, la pareja de su madre, su hermano, la pareja de su hermano y seis perros. Antes del sismo trabajaba como cuidadora geriátrica para una agencia, pero tras la emergencia no pudo reportarse en días y perdió su empleo, ahora lleva tres semanas trabajando en una lavandería.

“Apenas estoy poniendo los pies sobre la tierra, retomando mi rutina poco a poco. Muchas veces el ser humano se cree más poderoso que la naturaleza pero la naturaleza nos recuerda que no es así de una manera muy difícil”.

El campamento cuenta con un área destinada para las herramientas, otra para el agua embotellada, un pequeño comedor, un área de servicio médico a donde acuden voluntarios de organizaciones civiles y una ludoteca para los 15 niños que viven en el albergue.

Hay un espacio habilitado para que quien desee un corte de cabello lo reciba de manera gratuita, y son los mismos vecinos quienes se encargan de la vigilancia interna y de la limpieza de las áreas comunes.

Lo único que no hacen ahí es guisar por el tema sanitario aunque todos los días llega comida preparada de parte de diversas organizaciones o de los propios vecinos y familiares.

Golpe de realidad

“Al principio estábamos acoplándonos, las primeras dos semanas fueron de mucha adaptación, de echarle ganas todos, estuvimos unidos, tomando en cuenta toda la adrenalina que traíamos”, comenta Adriana, otra vecina del multifamiliar.

Sin embargo, con el paso de los días comenzaron a surgir los primeros conflictos en medio de la adaptación a la nueva dinámica.

Ivonne también reconoce que los problemas han comenzado a surgir, algo propio de una convivencia con tantas personas con posturas tan diferentes, pero por encima de los problemas ha imperado, hasta el momento, la persecución de un fin común: salir adelante.

“Es como una familia grande, si con tu misma familia tienes roces imagínate con 80 personas a tu alrededor, no es fácil, pero lo estamos intentando. Estamos en el proceso, cada quien tiene sus formas, pero con mucha paciencia, mucha tolerancia y siempre tratando de verle el lado positivo”.

Algunas familias cuyos edificios no tienen daños visibles o cuyas afectaciones fueron menores ya quieren regresar a sus viviendas, aunque otros se resisten hasta que no haya una completa revisión estructural y de los cimientos, algunos más ya no piensan regresar y esperan que el gobierno les de una alternativa, y hay quien incluso pide una reconstrucción total de la unidad.

La autoridad podría entregar el dictamen de evaluación de daños entre finales de noviembre y principios de diciembre y a partir de ahí trazar una hoja de ruta para los vecinos, aunque entre ellos crece el desánimo por la divergencia entre las posturas, lo cual les dificulta presentar un frente unido.

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