El reto de reducir el ozono en la capital
La cantidad de partículas contaminantes de este gas no bajó durante el confinamiento a pesar de que el uso de automóviles disminuyó, lo que prueba que reducir el tránsito vehicular no es suficiente para mejorar la calidad del aire
David MartínezLa pandemia por COVID-19 dejó ver que el gran reto para la calidad del aire y el combate a la contaminación ambiental en la Ciudad de México es el ozono.
El monitoreo de la calidad del aire de la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) indica que aunque con la contingencia sanitaria por el nuevo coronavirus el tránsito vehicular se redujo más de 70 por ciento, el ozono persistió.
Datos del Índice de Calidad del Aire por Estaciones de la Sedema muestran que del 23 de marzo, cuando se decretó formalmente la contingencia con el comienzo de la Jornada Nacional de Sana Distancia, al 1 de junio, fecha del inicio gradual de actividades, se presentaron valores máximos de ozono de 103 partículas por millón. Esto significa que la concentración del contaminante fue elevada y la calidad del aire empeoró de regular a mala por el ozono.
Especialistas externan su preocupación, pues aunque no hubo contingencias atmosféricas de marzo a junio, la época del año con mayor concentración de ozono, es un indicador de que disminuir el uso del automóvil no es suficiente para tener una buena calidad del aire. Además, obliga a las autoridades a tomar medidas urgentes para que en el contexto del reinicio de actividades, la pandemia por COVID-19 no cobre más vidas.
Durante el conversatorio virtual “Hallazgos Científicos Sobre la Calidad del Aire durante el COVID-19” de la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) que tuvo lugar el 22 de septiembre, a través de una transmisión en vivo en Facebook, el director de Salud Ambiental del Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), Horacio Riojas, informó que existen estudios que demuestran que un microgramo de partículas finas PM 2.5 por metro cúbico aumenta ocho por ciento la tasa de mortalidad en las personas que contraen COVID-19 en las ciudades.
De esta manera, detalló Riojas, se correlaciona con evidencias científicas que a mayor contaminación del aire, más riesgo de fallecer por COVID-19. Además, explicó que está demostrado que el ozono agudiza las enfermedades respiratorias y disminuye las defensas del organismo.
La tesis más importante
El ozono en la atmósfera no disminuyó durante la contingencia sanitaria por el COVID-19 porque existen otras fuentes emisoras que aumentaron de marzo a junio de 2020, señala Astrid Riaño, directora de la Asociación Interamericana en Defensa del Ambiente (AIDA por sus siglas en inglés).
Riaño detalla que de marzo a junio de cada año, durante la primavera, la radiación solar y la falta de vientos, complican la dispersión de contaminantes. En consecuencia, el ozono y sus precursores, como el dióxido de nitrógeno, permanecen más tiempo. Por eso a ese periodo del año se le conoce como la “temporada de ozono”.
Sin embargo, en este 2020 a pesar de la reducción de 70 por ciento del tránsito de automóviles, principal fuente de contaminantes según la Sedema, la generación de ozono no disminuyó.
Riaño explica que entre las principales tesis y estudios preliminares respecto a este fenómeno está que el aumento de emisiones de los compuestos orgánicos volátiles generó una reacción química que no permitió que el ozono disminuyera. Lo que convirtió a los compuestos en el principal generador de ozono, en lugar de los óxidos de nitrógeno, provenientes de los automóviles.
La directora menciona que la concentración de compuestos orgánicos aumentó porque la mayor parte de la población se quedó en su casa y comenzó a usar más gas natural, licuado de petróleo e incluso cloro durante el confinamiento.
“Como parte de la cuarentena, la gente se quedó más en casa y eso hizo que usara más el gas o aerosoles desinfectantes, también el cloro, que aparte de emitir compuestos orgánicos volátiles afecta las vías respiratorias”, dice.
En consecuencia, considera que las autoridades deben tomar medidas para no sólo reducir las emisiones contaminantes de los coches, también de los hogares para evitar que haya más contaminación y más muertes durante la nueva normalidad.
“En primer lugar se debe empezar a supervisar el cumplimiento de las normas de instalaciones de gas como NOM-001-SECRE-2010 y NOM-003-SECRE-2002 sobre las instalaciones y distribución del gas, para evitar fugas”, dice Riaño.
Además menciona que se deben contemplar opciones energéticas para sustituir a los combustibles domésticos.
Y considera que también hace falta la intención por parte del Gobierno federal pues ha intentado detener el desarrollo de las energías limpias con el acuerdo publicado en mayo pasado por el Centro Nacional de Control de Energía (CENACE).
COVID-19 frena temporada de ozono
La temporada de ozono pudo ser peor por las condiciones climatológicas de este 2020, dice Arón Jazcilevich, investigador del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“De no haber contingencia hubiéramos tenido días mucho peores en niveles de contaminación”, explica.
El investigador refiere que este 2020 es de los más calurosos y, sin reducción del tránsito vehicular, se hubieran declarado varias contingencias ambientales.
En febrero de 2020, el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) informó que este año sería más caluroso que el promedio del año pasado, cuya temperatura fue de 22.4 grados.
Jazcilevich comparte que existe una investigación de Graciela Raga, académica del mismo instituto, que señala que sin la emergencia por COVID-19, las condiciones meteorológicas habrían provocado al menos siete contingencias por contaminación en el aire.