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El incendio de los Palacios

¿Acaso el gobierno federal y el local podía esperar una conducta distinta de los guerrerenses ante la inexplicable desaparición de 43 jóvenes estudiantes llamados, además, a ser maestros en un país de reprobados? 

La presente tragedia se puede resumir en una sola palabra: corrupción. 

60
millones de mexicanos están en la miseria
"Cuidémonos todos de despertar otra vez a México bronco. Sin embargo, todo parece indicar que lo vamos despertando..."

¿Acaso el gobierno federal y el local podía esperar una conducta distinta de los guerrerenses ante la inexplicable desaparición de 43 jóvenes estudiantes llamados, además, a ser maestros en un país de reprobados? 

La presente tragedia se puede resumir en una sola palabra: corrupción. 

En realidad nos encontramos ante la dramática presencia de la gota que derramó el vaso. Lo que aconteció el día de ayer cuando un grupo de estudiantes, maestros y padres de familia incendiaron el palacio de gobierno de Chilpancingo, Guerrero, en realidad, podría repetirse en todo el país. 

Año con año, día con día, instante por instante, se han venido repitiendo los atentados en contra de la sociedad mexicana sin que ningún político haya tenido la sensibilidad de detener estas terribles agresiones que empiezan a agotar la paciencia ciudadana, según lo podemos comprobar en el Estado de Guerrero y en otras latitudes nacionales.

¿Cuales atentados? No creo que sea insignificante el hecho de constatar como en los estados de Coahuila, Nuevo León, Aguascalientes, Veracruz, Puebla, Chiapas, Oaxaca, Puebla, Michoacán, entre otros tantos más los gobernadores y las auténticas pandillas que integraban sus gabinetes han defraudado escandalosamente las arcas estatales y materialmente saqueado los ahorros públicos, sin que por ningún lado se vea la presencia de la autoridad ni se recluyan en las prisiones del país a los responsables de estos desfalcos. 

¿Dónde está el Estado de derecho? ¿Era válido incendiar los palacios? ¿Dónde quedan los juramentos de los mandatarios cuando con la mano derecha colocada encima de la Constitución, protestan guardar y hacer guardar las leyes y si no que la patria se los demande y bla y bla bla…?

¿Más atentados? 

Además de que el electorado y la nación en su conjunto está verdaderamente harta de los políticos corruptos que entienden su gestión pública como la gran oportunidad para enriquecerse desvergonzada y cínicamente, el 98 por ciento de los delitos que se cometen en el país quedan impunes, lo cual, sin duda alguna constituye una fuente de malestar y de rabia de la ciudadanía que tarde o temprano tendría que quemar los palacios de gobierno, en la misma forma en que las masas enardecidas de franceses incendiaron y tomaron por la vía violenta la cárcel de la Bastilla. 

¿Cuánto tiempo iba a tardar antes de que los mexicanos hartos de la corrupción, de los atropellos y los atentados decidieran hacer justicia por su propia mano? ¿Alguien puede estar de acuerdo con lo que aconteció el día de ayer en Chilpancingo? Por supuesto que no: lo que sí cabe es una reflexión para explicar lo que sucedió y por qué sucedió.

¿El hecho de que existan 60 millones de mexicanos sepultados en la miseria, no constituye acaso otro atentado, y otra respuesta para explicar la desesperación social? 

En la existencia de 7 millones de Ninis ¿no se encuentra otra explicación de este actual estallido de violencia que puede proliferar por todo el país? Otro factor de irritación no descansa en la presencia de un 60 por ciento de la población económicamente activa que se encuentra en la informalidad, es decir, millones de parásitos que no cooperan con sus impuestos al sostenimiento del gasto público? ¿Todo lo anterior no implica un justificado llamado a la violencia cuando nos percatamos de que no solamente no se resuelven los problemas, sino que se complican ante un crecimiento económico paupérrimo, amenazador y frustrante, acompañado de un feroz y temerario endeudamiento público?

Pero no solamente constituye un atentado el hecho de que resulte inexistente el sistema de impartición de justicia penal, sino que la justicia, en general, también se encuentra corrompida, en la inteligencia de que las diferencias entre las contrapartes se pueden dirimir a billetazos o a periodicazos, invariablemente apartados de lo dispuesto por la ley. 

Cuando Séneca se preguntaba ¿qué hace un pueblo antes de morir de hambre…?  Yo parafraseándolo me cuestionaría, ¿qué hace un país cuando las instituciones de impartición de justicia no funcionan y la sociedad incendiada y furiosa tiene que dirimir sus diferencias con las manos como en el paleolítico tardío? ¿Acaso no era previsible otro estallido de violencia cuando hace ya 5 años se encendió involuntariamente una guardería, en donde murieron calcinados casi 50 pequeñitos sin que hasta la fecha se encuentren en prisión los responsables de este oprobioso crimen? 

Se trataba de quemar documentación comprobatoria que demostraba los desfalcos cometidos por el gobernador Bours de Sonora y al prender fuego a dichas evidencias delictuosas las llamas acabaron con la vida de dichos menores y, sin embargo, hasta hoy no han sido arrestados los responsables de dicha tragedia. 

Por supuesto que después de cierto tiempo también era explicarle que los padres de esos menores se instalarán en una huelga de hambre o que, en su desesperación, quemaran el Palacio de Gobierno de Hermosillo. ¿No…? Asesinados imprudencialmente 50 infantes y nadie hace absolutamente nada…

¿Y la masacre de Aguas Blancas de 1995 ejecutada también en Guerrero, hace ya muchos años por orden del gobernador Figueroa, quien decía no tener enemigos porque todos estaban muertos…? A casi 20 años de distancia jamás se aplicó asimismo la justicia. ¿Y los retratos de las mujeres muertas en Juárez que produjeron escalofríos en todo el mundo? ¿Y las masacres de San Miguel Canoa y las de Villas de Salvárcar y las de Goliad y la de San Fernando en 2011 y los cientos de periodistas asesinados sin que nunca se encarcelara a los asesinos? ¿Y la interminable cadena de políticos rateros que jamás pisaron una prisión y ostentan su riqueza mal habida ante la nación? ¿Y el hecho de que sea un mejor negocio entrar a robar al gobierno en lugar de trabajar dignamente? ¿No es irritante?

El pueblo de México está harto de que se contaminen los ríos y de que éstos mueran por culpa de empresarios irresponsables o indolentes sin que jamás se le sancione. Ahora un nuevo grupo de políticos corruptos van a comprar Oceanografía, empresa que defraudó a los bancos y al gobierno mexicano, operación financiera ciertamente descarada irritante que en nada ayuda a aplacar la furia nacional. 

El pueblo de México está harto de subsistir en el semi analfabetismo, harto de ser un país de reprobados, de frustrados, de resignados que ven como en una vitrina delinquen abiertamente quienes tienen el privilegio de administrar los ahorros públicos y disponen de ellos a su antojo para estimular su desesperación y coraje. México está harto de los cobros asesinos de la telefonía, harto de que los bancos cobren el 50 por ciento en las tarjetas de crédito y pague únicamente el 3 por ciento de interés, harto de los sobornos y de las mordidas que exige el gobierno a cambio de ventilar los trámites burocráticos que deberían ser gratuitos y harto de los inspectores venales. Harto, harto, harto…

Imposible olvidar en este breve recuento aquello de “Mátalos en caliente” o de “Fusílalos y luego averiguamos”, que se remonta a la catastrófica dictadura de Porfirio Díaz, que, ocioso resulta precisarlo, tampoco existió jamás el Estado de derecho. 

¿Cuando ha existido en México el Estado de derecho, el respeto al derecho ajeno, la aplicación de la ley y la instrumentación oportuna de la justicia? 

Nunca ni tampoco lo disfrutamos durante los años depresivos de la dictadura perfecta que empezó a funcionar exitosamente durante la gestión de Lázaro Cárdenas, el fundador del autoritarismo moderno en México. 

Los terribles acontecimientos que se viven en este momento en el país, la adhesión temeraria de escuelas, universidades y tecnológicos que se suman para exigir justicia ante la desaparición de los 43 jóvenes mexicanos sin que hasta la fecha se conozca su integridad física ni su condición, los crímenes recientes en Tlatlaya, son los detonadores de un nuevo estallido social en México, un México harto de la corrupción, harto de la ineficiencia, harto de la ignorancia, harto de la resignación, harto de la inacción de los políticos alto del atraso y harto del gobierno. 

La mejor prueba de todo ello es que ya empezamos a quemar los palacios de gobierno. Cuidémonos todos de despertar otra vez a México bronco. Sin embargo, todo parece indicar que lo vamos despertando ante la incompetencia y la frivolidad de la autoridad. 

¿Qué esperaba el gobierno? ¿Están equivocados los más de 30 millones de mexicanos que huyeron a Estados Unidos? ¿Huyeron antes de que se volvieran a incendiar los palacios?

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