El engaño del voto efectivo

El “voto efectivo” no corresponde al más preciso de los porcentajes; no solo deja a un lado a los indecisos, sino que estadísticamente es el menos representativo.

El porcentaje de votación efectiva generalmente ocupa las portadas de los diferentes diarios que llevan el seguimiento de las preferencias electorales en esta contienda presidencial.

Esta preferencia no es la adecuada si se trata de ser efectivo.

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El “voto efectivo” no corresponde al más preciso de los porcentajes; no solo deja a un lado a los indecisos, sino que estadísticamente es el menos representativo.

El porcentaje de votación efectiva generalmente ocupa las portadas de los diferentes diarios que llevan el seguimiento de las preferencias electorales en esta contienda presidencial.

Esta preferencia no es la adecuada si se trata de ser efectivo.

Y es que estos porcentajes asumen que el voto de los indecisos será equiparable al de los encuestados que sí dieron su voto a alguno de los candidatos, al momento de ser encuestados.

Es decir, asumen que estos votantes potenciales tendrán la misma preferencia que los que ya están decididos.   

Esto es un error por el simple hecho que los indecisos pueden inclinarse por cualquiera y no necesariamente seguir la misma tendencia.

En este sentido, incluir el porcentaje de indecisos, de los que no contestaron y de los que no quisieron compartir su voto conlleva a las preferencias reales.

Cambio de percepción

Pero, ¿por qué tanta importancia a esta distinción? Porque los números cambian mucho, la percepción cambia y las brechas entre los candidatos también. Además cuando las encuestas tienen prácticamente en empate técnico a los contendientes, como la de Reforma, los indecisos son los que deciden al final.

Un ejemplo. En las últimas encuestas publicadas por Grupo Milenio, El Universal y Consulta Mitofsky, por mencionar algunas de las principales, la ventaja del puntero se achica, si se toma en cuenta a los indecisos.

En las cifras “efectivas” de Milenio, Enrique Peña Nieto vence con un 45. 9 por ciento, mientras que López Obrador está en segundo lugar con 25.9 por ciento. Es decir, la brecha asciende a 20 puntos porcentuales. Si se considera las preferencia bruta, o aquella que incluye a los indecisos, ésta se reduce a 16.7 puntos.

En el caso del Universal, la brecha pasa de 16.1 considerando el “voto útil”, a 13.9 en las preferencias brutas.

En Mitofsky pasa de 17.5 a 13.9 puntos porcentuales, entre los mismos candidatos.

En todas, la brecha entre los aspirantes se acorta.

Aquí también entra la polémica encuesta de Grupo Reforma, en donde el candidato de izquierdas aparece a escasos cuatro puntos del priista. Claro, esto considerando la votación efectiva.

De haberse considerado la preferencia bruta, los lopezobradoristas hubieran celebrado aún más, porque la distancia se reducía otro punto.

Más allá de los números, lo significativo para los ciudadanos es conocer la importancia de este grupo de indecisos, de switchers, de cambiantes, porque ellos pueden darle el triunfo al próximo presidente.

Considerar únicamente el voto efectivo para decir quién va a la cabeza en las encuestas, o quién sube, o quién baja, es asumir que los indecisos ya decidieron, y que lo hicieron igual que los encuestados ya decididos, aunque parezca trabalenguas.

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