El día en que el Metro Balderas se tiñó de rojo
Han pasado 9 años de los terribles asesinatos que se registraron en la estación por la que circulan millones de personas. El autor del crimen sigue encarcelado, los muros de los andenes continúan como mudos testigos de lo ocurrido y los puntos de seguridad, con detectores de metales, han dejado de funcionar
Indigo StaffFue un 18 de septiembre de 2009 cuando entre el bullicio cotidiano del Sistema de Transporte Colectivo Metro la muerte se hizo presente, y no por un suicidio, la forma más común de morir en los túneles de la Ciudad de México, sino por una balacera, desatada por un individuo cuyo enojo, derivado de la prohibición de pintar con un plumón en las instalaciones, detonó la desgracia.
En ese entonces Miguel Ángel Mancera, procurador de Justicia de la ciudad gobernada por Marcelo Ebrard, informaba que tras el atentado, que dejó dos muertos, el autor había sido detenido: Luis Felipe Hernández Castillo, de 38 años, quien tuvo la osadía de ingresar al Metro con una pistola y un plumón.
Con el plumón pintó en el andén de la estación Balderas: “este gobierno de criminales”; con la pistola asesinó a un policía bancario e industrial que lo reprendió verbalmente por la pinta y a un usuario quien intentó desarmarlo… “esto lo hago en nombre de Dios”, exclamó cuando fue detenido y trasladado a la agencia 50 del Ministerio Público.
El asesino, trastornado mental, declaró días después de ser detenido en el Reclusorio Preventivo Oriente que su único delito fue “repartir escritos de la manera más amable”, en los que demostraba los crímenes que “nos llevan por perjuicio a sufrir hambre y sed, por el calentamiento global del planeta”.
Por los asesinatos, Hernández Castillo no saldrá vivo de la cárcel pues fue sentenciado en 2010 a 151 años de prisión.
Al usuario del Metro que se vistió de héroe se le otorgó, de manera póstuma, la medalla al mérito ciudadano en 2010 en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, además de que el Consejo Mundial de Boxeo le entregó un cinturón especial a su familia pues en su juventud había sido boxeador amateur antes de soldador. Poco se sabía de él, vivía en Valle de Chalco y el gobierno ofreció a su familia apoyo institucional, aunque se negó a poner a un vagón de la Línea 12 su nombre.
A 9 años de la tragedia, el tren naranja sigue su andar y los puntos de seguridad, con detectores de metales incluidos y cámaras infrarrojas que se implementaron en algunas estaciones a raíz de los asesinatos, dejaron de funcionar mayoritariamente.