En la frontera entre México y Estados Unidos, primera zona de impacto de la relación entre ambos países, ya se prepara un movimiento para hacer frente a la presidencia de Donald Trump.
Activistas norteamericanos que durante años han defendido a los migrantes, ya velan armas en espera de lo que, consideran, será una oscura etapa para la migración.
Obstáculos que hoy enfrentan quienes buscan llegar a Estados Unidos se potenciarán. Desde la visión de estos líderes sociales, la presidencia de Donald Trump empeorará el panorama.
La detención de migrantes cuyo delito solo fue cruzar sin papeles la frontera podría crecer exponencialmente. Lo mismo la muerte de migrantes indocumentados que buscan cruzar por cualquier zona que sea posible, así les vaya la vida en ello.
Desde Tucson, Arizona, Isabel García encabeza la Coalición de Derechos Humanos, una organización que desde los años 70 se ha dedicado a la defensa de los migrantes y que ahora aprieta el paso ante la amenaza abierta del que será el nuevo ocupante de la Casa Blanca.
Abogada de formación, García ha sido testigo de cómo el sistema de justicia está lastimando los derechos de quienes solo buscan una mejor oportunidad en Estados Unidos, país al que lo mueve más el negocio que la humanidad.
“Trump dice que va a dar 5 años de prisión a cualquier persona que regrese y sea deportado. Trump ha prometido esto a las empresas privadas que manejan las cárceles, que sus acciones ya venían bajando, ahora ya subieron, porque bien saben que van a tener mucho dinero. Ese es el negocio. El criminal internacional le va a dar mucho negocio a estas personas”, asegura.
La mitad de los casos criminales que se siguen en Estados Unidos, lamenta García, no son por narcotráfico, robo o violaciones; son por delitos de migración.
La otra amenaza velada que enfrentarán cada vez más migrantes será la muerte.
Enrique Morones, presidente y fundador de Ángeles de la Frontera (Border Angels, en inglés), una organización con base en San Diego, California, advierte sobre el aumento en las muertes que se presentarán en la frontera, pues las personas buscarán seguir pasando aunque se construya un muro o se aumente el número de agentes de la Patrulla Fronteriza.
“Lucrecia Domínguez quería cruzar. Contrata un pollero que le dice: ‘Mañana voy a cruzar un grupo, pero no traigas a esos dos niños porque nos van a demorar’. Son Jesús, de 15 años, y Nora de 7. Ella llega ese día y claro que los trae, son sus dos hijos; su punto (por lo que quería cruzar) era reunión familiar, ni modo que deje los hijos atrás.
“Se enoja el pollero, pero le cobra más y le dice: ‘Ok, vamos’ y cruza al grupo por el desierto de Arizona. Mientras están cruzando, los niños sí demoran al grupo y el pollero los abandona y deja a Lucrecia con sus dos niños. Y Lucrecia Domínguez, literalmente, muere en los brazos de Jesús; de su hijo Jesús, de 15 años. Esto está pasando todos los días, gente que busca trabajo, que quiere estar con su familia”, narra Morones.
Ambos activistas nacieron en Estados Unidos, pero sus padres fueron mexicanos. Los dos ya rebasan los 60 años y más de la mitad de su vida la han dedicado a ayudar a los migrantes y defender sus derechos en distintas partes de la frontera.
Hoy, ambos están conscientes del reto que les espera. Saben que nadie llegará a salvar a la comunidad de migrantes indocumentados en Estados Unidos, y lo único que pueden hacer es ayudarles a estar preparados para que ellos y sus familias sufran lo menos posible en un entorno tan adverso.
Las dos organizaciones ya realizan talleres, brindan asesoría jurídica y preparan a más voluntarios para auxiliar a quienes, piensan, han ayudado a construir Estados Unidos desde sus cimientos a pesar de ser maltratados y discriminados por aquellos que creen en la supremacía de los blancos.
La insurgencia contra Donald Trump ya se gesta en la frontera, con la defensa de los migrantes indocumentados.
¿Repetir la historia?
Estados Unidos repite con los mexicanos las conductas que hace más de un siglo tuvo con otra comunidad del exterior.
A mediados del siglo XIX, la principal migración que llegó a Norteamérica provenía de China. Las comunidades orientales en Estados Unidos comenzaron a expandirse con celeridad, lo que era bien visto por los estadounidenses, pues era mano de obra barata que contribuía a la construcción del país.
En 1873, sin embargo, una crisis económica que tuvo su origen en los bancos hizo que cundiera el desempleo. Los chinos, organizados en asociaciones, lograron obtener los pocos trabajos disponibles a cambio de una paga más modesta.
Esto provocó que los estadounidenses se inconformaran contra la comunidad china. Comenzó entonces una era de rechazo a esa población, que incluyó hasta la quema de sus negocios o ataques contra ellos en las calles.
En 1882, Estados Unidos decidió limitar el número de migrantes chinos que eran aceptados para trabajar en el país; las autoridades decidían a qué ciudades los enviaban y estaba prohibido aceptar mujeres –pues no querían que se reprodujeran en su territorio-.
Para obtener el permiso, los ciudadanos que llegaban de China eran sometidos a un duro interrogatorio sobre su pasado, sus intenciones de entrar al país y sus cuestiones personales. Eran detenidos en San Francisco, puerto al que llegaban. En 1885, la prohibición fue total.
Ya a principios del siglo XX, las autoridades de Estados Unidos prohibieron a los chinos casarse con norteamericanos y obtener la ciudadanía.
Todas las medidas contra la comunidad china desaparecieron gradualmente en la década de los 40, después de que China ayudó a Estados Unidos a vencer a Japón, en la Segunda Guerra Mundial.
¿Le suena conocida la historia?
Para Isabel García, activista y defensora de migrantes en Tucson, Arizona, el episodio no solo es reflejo de la similitud de lo que está haciendo ahora Estados Unidos contra los mexicanos, sino que es la causa de que hoy se viva una crisis de migración.
“Estados Unidos tiene más de 100 años invitando al pueblo mexicano a venir a trabajar. Cuando hubo una gran ola de trabajadores chinos en Estados Unidos, se les comenzó a culpar de todos los problemas – igual que hoy Trump culpa a los mexicanos-, y se hizo que las empresas pagaran un impuesto por cada trabajador extranjero que tuvieran.
“Pero necesitaban gente para ser la mano de obra que construyera Estados Unidos. Así que cabildearon en Washington y lograron una excepción para pagar por cualquier trabajador extranjero excepto por los trabajadores mexicanos. Así surgió el Programa Bracero y otros”, narró.
Ahora que Estados Unidos ya pasó su etapa de desarrollo, criticó, los trabajadores mexicanos no son bien vistos y todo indica que se repetirá una situación similar a la de aquellos años.
Isabel García criticó además que el debate migratorio en Estados Unidos no sea visto de forma integral y se oculte a la gente la información de que la intervención de ese país en naciones de Centroamérica ha provocado crisis internas que obligan a la gente a emigrar.
Otra situación histórica que se ha repetido con los mexicanos es el uso del sistema de justicia penal para controlarlos. Igual que como ocurrió con la comunidad afroamericana cuando se libró del yugo de la esclavitud.
Crimen: Dar un paso hacia EU
La primer acusación que lanzó Donald Trump contra los migrantes mexicanos fue que se trata de personas criminales. La frase iba acompañada de la amenaza: los indocumentados serán deportados.
Para los migrantes ilegales, ser indocumentado es en sí un delito. A partir del 2005, con el inicio de la Operación Streamline, miles de personas han sido juzgadas por cometer un solo delito: entrar o permanecer en Estados Unidos de forma ilegal.
Este solo hecho es considerado un delito federal por el que una persona puede pasar entre 30 y 180 días en prisión.
En caso de que una persona sea deportada y vuelva a entrar ilegalmente, el crimen se convierte en grave. La pena de prisión puede ir de los dos a los 20 años.
Isabel García, quien dirige la Coalición de los Derechos Humanos, en Tucson, destaca que casi la mitad de los procesos criminales que Estados Unidos lleva a cabo, se trata de casos por delitos de migración, lo que le cuesta miles de millones de dó- lares a EU y destruye la vida de muchas familias de migrantes.
Más muro = más muertes
En 1994, la migración se vio impactada no solo por el levantamiento zapatista, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, y la propuesta 187 – que buscaba negarle servicios médicos, educativos y sociales a los indocumentados, sino por el inicio de la construcción del muro fronterizo.
La Administración de Bill Clinton decidió que era buena idea construir un muro en la frontera de México y Estados Unidos. Como parte de la Operación Guardián, se construyó un muro de mil 123 kilómetros en varios tramos de la frontera.
Esto potenció las muertes, al empujar la migración por zonas más peligrosas, como el desierto de Arizona o el profundo Río Bravo.
“Ese muro, que cubre aproximadamente un tercio de la frontera, ha causado la muerte de más de 11 mil personas (…) Nosotros hablamos de 11 mil personas, de ambos lados de la frontera, muchos de los cuales no están identificados, no los han encontrado. Nosotros hemos encontrado muertos, pero hay muchos desaparecidos.
“La gente que cruzaba por Tijuana, sin muro. Después la gente empezó a pasar por los ríos, canales, por el desierto, y en lugar de una o dos personas muriendo al mes, ahora era al día a veces una, a veces dos, a veces más”, comentó Enrique Morones, presidente y fundador de la organización Ángeles de la Frontera, en San Diego, California.
Con la construcción de un muro más amplio, las muertes podrían potenciarse, consideró, pues la migración pasaría por zonas más inhóspitas y peligrosas.
Hay quienes intentan brincar el muro que existe hoy día. El salto les toma 20 segundos. Arman escaleras con cuerdas o varillas de metal para llegar a lo más alto y dejarse caer. La altura varía entre los 3 y los 5 metros.
Muchos de ellos pagan con su salud el intento. Al caer pueden lastimarse o hasta quedar incapacitados.
Hay quienes deciden intentarlo a nado. En la esquina que une a ambos países, en San Diego y Tijuana, el muro se interna algunos metros en el Océano Pacífico. No todos son tan buenos nadadores para vencer al mar.
Pocos días antes de la entrevista, Enrique Morones y su equipo habían encontrado los cuerpos de dos personas que fallecieron ahogadas, intentando burlar esas vallas que rompen las olas y dividen a ambos países.
Morones piensa que nada, ni el muro ni las amenazas, van a frenar la migración indocumentada, porque la gente tiene objetivos claros de por qué dejar su lugar de origen y dónde puede encontrar un mejor futuro.
“Ahorita le estamos diciendo a las personas que vamos a protegerlos. Las personas que no tienen papeles, tienen que poner sus papeles en orden, en el sentido de quién va a cuidar a sus hijos si los deportan, que tengan el poder del abogado, que tengan cómo responder a las autoridades si les están preguntando. Es una situación en la que tenemos que estar más unidos que nunca.
“Tenemos un servicio de abogados gratis, tenemos tarjetas donde se dicen sus derechos, le informamos al público sus opciones. (…) es muy importante que estemos informados, preparados, y unidos porque vienen unos tiempos difíciles”, sentencia.
La organización es famosa en la región por llevar agua a zonas del desierto por donde cruzan los indocumentados; otro de sus logros más recientes es la apertura momentánea de la puerta de emergencia del muro fronterizo.
Ya por varias ocasiones, la Patrulla Fronteriza ha accedido a abrir esta puerta, para que las familias separadas por la frontera puedan reunirse y abrazarse al menos unos minutos.
Antes de que termine enero, Morones se reunirá con los mandos de la Patrulla Fronteriza para saber si ya con el nuevo presidente en la Casa Blanca se podrá repetir la hazaña el 30 de abril próximo, cuando se tiene planeado abrir la frontera en California, Arizona, Nuevo México y Texas.
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