El COVID-19 es la segunda causa de muerte en México. Entre las 108 mil 658 defunciones registradas de enero a agosto de 2020 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) está la de Aurelio Rueda.
“Mi tío falleció el 10 de mayo de 2020, pero una semana antes tenía como resfriado e infección en la garganta. Estuvo con calentura unos cinco días”, relata su sobrina, Ariadne Rueda.
La cifra preliminar de este órgano autónomo es 68 por ciento mayor que el conteo oficial de muertes de la Secretaría de Salud (SSa) en los primeros ocho meses del año pasado. El Comunicado Técnico Diario del 31 de agosto de 2020 registraba 64 mil 414 defunciones.
Los decesos por COVID-19 registrados por el Inegi incluyen tanto a los positivos confirmados como a los sospechosos. Por ejemplo, el caso de Aurelio, quien nunca tuvo la certeza de una prueba de coronavirus.
“Al sexto día le empezaba a faltar el aire. Conforme transcurrían las horas ya se le iba más la respiración. Entonces le dijo a Jerónimo, mi otro tío, que si le hacía el favor de llevarlo al hospital porque ya se sentía muy mal, muy débil”, explica Rueda.
Los hermanos recorrieron los consultorios cercanos a su casa, en la alcaldía Iztapalapa, pero no querían atender a Aurelio porque presentaba síntomas de COVID-19. Los médicos de la zona no querían arriesgarse a ser contagiados y tampoco tenían el oxígeno que él necesitaba.
“En cuestión de horas se empezó a deteriorar demasiado su pulso, su respiración. Tuvieron que llevarlo a La Raza. Lo ingresaron, le dio un ataque de tos, ya no se alcanzó a despedir de mi tía, lo metieron a urgencias”, detalla Ariadne sobre la atención en el hospital que pertenece al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
El jueves 7 de mayo, alrededor de las cinco de la tarde, Aurelio fue hospitalizado. No lo iban a subir a piso porque no había camas disponibles y a Blanca, su esposa, le avisaron que toda la información se la iban a dar vía telefónica.
“Teníamos que estar esperando a ver a qué hora sonaba el teléfono. El sábado hablamos en la noche, como a las 12:00, porque no nos decían nada y nos avisaron que ya estaba en piso, que lo habían intubado después de estar dos días en urgencias”, dice su sobrina.
Los informes del personal de salud indicaban que Aurelio tenía una presión arterial y temperatura estable, sin embargo, en cuestión de horas su estado de salud empeoró.
“Nos fuimos a dormir pensando que iba a mejorar, pero el domingo como a las 7:30 a.m. nos dijeron que mi tío estaba a punto de fallecer, que todo se había complicado en sus pulmones.
A las 9:00 a.m. murió, nadie se despidió de él. El cuerpo lo pasaron a reconocer, llegó la funeraria y la carroza, pero nosotros ya no lo vimos”, lamenta Ariadne.
Sin poder quedarse en casa ante el COVID
Aurelio Rueda trabajaba dando mantenimiento a fotocopiadoras e impresoras. También fue hijo, hermano, tío, esposo y padre. Como miles de mexicanos que han perdido la batalla contra el COVID-19, él dejó un vacío que nadie podrá llenar.
Era quien cubría los gastos de sus hijas de 18 y 13 años, y de su hijo de 13. Su sobrina lo describe como un pilar importante para la familia.
Murió de 44 años en la Ciudad de México, entidad que ocupa el segundo lugar en defunciones en el país, después del Estado de México. Formaba parte del tercer grupo de edad más activo económicamente, según datos del Inegi.
El técnico en fotocopiadoras e impresoras era uno de los 12 millones 367 mil 373 mexicanos de 40 a 49 años de edad que integraban la población ocupada al primer trimestre de 2020, según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE). En plena pandemia tenía que trasladarse a las oficinas donde estuvieran los equipos que instalaba y reparaba.
“Qué más quisiéramos acatar el ‘quédate en casa’, pero la mayor parte de la población tiene que salir a proveer ese plato en la mesa”, asegura Ariadne Rueda.
Aurelio no sólo se ponía en riesgo por salir a trabajar. Su empleo era informal, ya que no contaba con el contrato de ninguna empresa y tampoco tenía seguridad social.
El primer médico que lo atendió cuando empezó a sentirse mal le recomendó continuar con su tratamiento de antibióticos. Murió en menos de los 14 días de cuarentena recomendados en pacientes COVID-19.
Además de la sospecha de coronavirus, su sobrina piensa que la exposición a sustancias químicas como parte de su trabajo fue un factor que complicó su salud. Él no presentaba ninguna comorbilidad, como diabetes e hipertensión, ni padecía enfermedades crónicas.
“En La Raza le habían sacado unas radiografías y le preguntaron a mi tía que si fumaba mucho, pero él no fumaba nada. Le dijeron que en la placa salió que sus pulmones estaban muy afectados, aunque quizá era porque trabajaba con tóner”, argumenta.
Han pasado casi nueve meses desde la muerte de Aurelio. México registra oficialmente más de 150 mil fallecimientos y será hasta el mes de octubre que la SSa confronte las cifras del Inegi.