Cruzadas violentas

En las últimas nueve décadas, sólo dos presidentes de México optaron por emplear la fuerza del Estado como la mejor estrategia para hacer respetar la ley y combatir a quienes ellos definieron como los principales enemigos de México. 

Uno es Plutarco Elías Calles; el otro, Felipe Calderón.

Félix Arredondo Félix Arredondo Publicado el
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En las últimas nueve décadas, sólo dos presidentes de México optaron por emplear la fuerza del Estado como la mejor estrategia para hacer respetar la ley y combatir a quienes ellos definieron como los principales enemigos de México. 

Uno es Plutarco Elías Calles; el otro, Felipe Calderón.

En 1925 Calles le declaró la guerra a los católicos en un episodio que hoy la historia reconoce como La Cristiada. Sus funestos resultados dejaron 250 mil muertos. 

La guerra contra los católicos la perdió el gobierno callista. Y su sucesor se vio obligado a pactar con disimulo. Si Calles viviera, se volvería a morir cuando recibiera la invitación a la misa que ofició Benedicto XVI en Guanajuato. 

Felipe Calderón es el otro presidente “bélico”. Desde el primer mes de su mandato, en diciembre del 2006, el presidente anunció una ofensiva militar en Michoacán. 

Su estandarte no era religioso como el de Calles. Decidió declararle la guerra frontal al narcotráfico y contra lo que llamó después delincuencia organizada. 

Sin embargo, al igual de lo que le sucedió a Calles, a medida que la fuerza del Estado se aplicaba, también crecía  el número de muertos y desaparecidos. 

Y lejos de disminuir, el consumo de drogas también aumentó. Lo mismo que los índices que miden la criminalidad. 

Se estima que al final del presente sexenio habrán muerto mas de 65 mil mexicanos entre militares, policías y civiles. Se calculan 20 mil los desaparecidos.  

El fracaso es tan evidente que hasta algunos notables panistas como Santiago Creel insisten en la necesidad de que Calderón cambie su estrategia por una en la que se  aplique “mas inteligencia y menos violencia”. 

Sin embargo, cuando casi todo mundo esperaba que el candidato del PRI anunciara un cambio en la estrategia de la violencia, sucedió lo contrario. 

El pasado martes 24 de abril, Enrique Peña Nieto manifestó en campaña su intención de duplicar los efectivos de la policía federal. 

Fox le dejó a Calderón 11 mil 989 policías. Y Calderón le dejará a su sucesor 36 mil efectivos. 

Si Peña Nieto llega a ser presidente, ¿Podría hacer que le  funcione eficazmente el camino de la violencia con 72 mil policías? Analicemos. 

1924-1928: La Cristiada Callista

“Le dije al presidente que no debía combatirse la violencia con la violencia…”, consignó Emilio Portes Gil en su Autobiografía de la Revolución.

Portes Gil fue secretario de Gobernación del presidente  Plutarco Elías Calles y después su sucesor en la presidencia de la República. 

Eran los últimos días del cuatrienio del presidente que pasó a la historia como el fundador del PRI. Y es que para todos estaba claro que la cruzada violenta contra los católicos había fracasado.

Además de los cientos de miles de muertos, ese mismo año, el 14 de julio de 1928, el presidente electo Álvaro Obregón era asesinado por León Toral, un “asesino solitario”.

La sospecha de los obregonistas recayó inmediatamente sobre el presidente Calles. Lo señalaban como el autor intelectual. Y si no, al menos como el responsable de haber propiciado las condiciones para que ocurriera el atentado. 

Si se le preguntara a los mexicanos que no han ido a ver la película “Cristiada” si saben algo sobre esa guerra civil  ocurrida durante el gobierno de Calles, seguramente la mayoría responderá que no tiene la más remota idea sobre el tema.

Y es lógico. Los libros de texto gratuito de la Secretaría de Educación Pública apenas contienen un par de párrafos del tema. 

Y habiendo sido Plutarco Elías Calles el fundador del PRI, siempre se le ha venerado como la estatura que los  italianos todavía veneran a Musolini o los rusos a Stalin.  

Pero tampoco con ir a ver la película “Cristiada” pudiera quedar uno más o menos informado sobre lo que sucedió en aquellos años. 

Y es que si se les preguntara lo mismo a los que sí vieron esa película, probablemente responderían que Plutarco Elías Calles fue un tipo cruel y sanguinario, que persiguió  y torturó a los católicos de su tiempo.

Que los policías y militares de la época martirizaron y torturaron a niños como  “Joselito” – uno de los principales protagonistas del film- por mantenerse firmes en la fe de Cristo Rey. 

Probablemente nos dirían también que la actuación de Andy García fue tan buena, que por poco los espectadores nos conmovimos con las actitudes del general ateo Enrique Gorostieta en su lucha por la libertad.

Sin embargo, quienes vieron “Cristiada”, poco o nada nos podrían decir sobre las razones políticas que influyeron en Calles para que “de repente”, el dictador convertido en un moderno Nerón tuviera como obsesión el que se cumpliera al pie de la letra el artículo 130 de la Constitución.  

Más allá del análisis de los efectos electorales que la película podría tener en la intención de voto de millones de mexicanos, y de si se busca o no impedir que regresen al poder los sucesores del malvado Calles, podía ser útil aprovechar la ocasión para repasar algunos aspectos que no se tocan en “Cristiada”. 

Y es que si bien es cierto que de 1924 a 1928 murieron 250 mil mexicanos, la causa tiene dos explicaciones:

Una, la del discurso oficial de Calles acusando a los obispos mexicanos y hasta al Papa de que “conspiraban y complotaban en contra del Estado Mexicano”.

Otros dicen, sin embargo, que esas víctimas lo fueron no por asuntos estrictamente religiosos, sino por una intensa lucha que se libraba entre los máximos caudillos de la Revolución Mexicana.

Por eso hay quien piensa que la estrategia de Calles para hacer efectivo el cumplimiento del artículo 130 de la Constitución sólo fue un pretexto que el general sonorense utilizó para frenar a su rival, el general Álvaro Obregón, en su intención por perpetuarse como el Jefe Máximo de la Revolución.   

Y es que por una parte estaban los callistas encabezados por Luis N. Morones, el anti clerical líder obrero de la CROM, y por la otra los obregonistas que buscaban que su caudillo Álvaro Obregón volviera a ser presidente. 

Los historiadores refieren que el gobierno de Calles, a través de Morones, alentó al cismático presbítero Joaquín Pérez Budar, mejor conocido como “El Patriarca Pérez”,  para que se hiciera del templo de la Soledad de la Ciudad de México y de esta manera provocar a los católicos.

Los hechos ocurrieron en febrero de 1925 y fueron tan trascendentes que Calles se refirió a ellos en su primer informe presidencial. 

La estrategia violenta adoptada por Calles para combatir a quienes consideraba los enemigos del Estado Mexicano, trajo también como consecuencia una violación cotidiana de los derechos humanos. 

Inclusive el Gobierno llegó al extremo de fusilar a mexicanos y mexicanas, fieles católicos, sin que mediara juicio alguno. Como ocurrió en el caso del sacerdote jesuita Agustín Pro el 23 de noviembre de 1927. 

Para 1928, el último año del gobierno de Calles, era urgente que terminara aquella pesadilla violenta. 

Al menos eso creía su secretario de Gobernación, Emilio Portes Gil, quien en lugar de “darle por su lado” al nuevo  Jefe Máximo de la Revolución, le aconsejó cambiar la  estrategia de la violencia.

“Le hice ver al presidente la necesidad ingente que había de reprimir los incontables y escandalosos  abusos que se venían cometiendo por agentes del Distrito Federal, de la Judicial del Fuero Común, de la Judicial Federal y de la Secretaría de Gobernación, que a diario realizaban saqueos en los hogares de personas calificadas como fanáticos y aún en los templos y, con pretexto de buscar cómplices de los rebeldes se apoderaban de reliquias de alto valor religioso o histórico, pinturas, alhajas, dinero, etc”, refiere Portes Gil en su libro Autobiografía de la Revolución.

Y agrega el sucesor de Calles: “en mi concepto, aquella política intransigente había conducido al país a una sangrienta lucha fratricida, que tanto había desprestigiado al régimen, y que consideraba yo que el problema de México, en lo tocante a cultos, muy lejos de ser de carácter legal, era esencialmente de fanatismo en las masas y que no debía combatirse la violencia con la violencia, sino con medios educativos, principalmente.”

Portes Gil relata en sus memorias que el presidente Calles le contestó “que ya estaba cansado de tanta imbecilidad que se había cometido por alguno de sus colaboradores en la cuestión religiosa, y que, desde aquel momento me autorizaba para que obrara con toda libertad y desarrollara la política de conciliación que yo juzgara pertinente”. 

A partir de ese momento, la violencia disminuyó sensiblemente en el país. Para el 1 de diciembre de 1928, Portes  rendía protesta como nuevo presidente de México. Y casi siete meses después, el 21 de julio de 1929, hacía el anuncio del término de las hostilidades cristeras.

2006-2012: La Guerra Calderonista

Poco se puede decir que no se haya dicho durante los últimos seis años sobre la guerra del presidente Felipe Calderón en contra de la delincuencia organizada. 

Más allá de si lo hizo obligado por haber llegado a la presidencia bajo la sospecha del fraude, lo que se discute hoy es la eficacia de su estrategia. Y por ende si es conveniente continuar con ella.

Y es que al igual de lo que le pasó a Calles, esta cruzada violenta ha sido cuestionada no sólo por los  adversarios políticos de Calderón, sino también por sus correligionarios de partido.

Ahí está el caso del ex presidente Vicente Fox, quien le ha recomendado a su sucesor cambiar la forma de combatir al narco.

“La estrategia que decidió el presidente Calderón es poner toda la fuerza del Estado frente a toda la fuerza de los narcotraficantes y del crimen. Mi evaluación es que la violencia no acaba con la violencia y que, por el contrario, nos ha llevado a una escalada del problema por ambas partes”, señaló Fox casi parafraseando a lo que en su momento escribiera Emilio Portes Gil.

Y sí. A lo largo de más de cinco años Reporte Índigo ha sido testigo fiel de esta historia al documentar e informar cómo fue evolucinando esta guerra. 

Cómo crecieron, por ejemplo, los efectivos de la Policía Federal bajo el mando del secretario de Seguridad Publica Genaro García Luna. Y con ese incremento en el gasto de seguridad, los índices de criminalidad lejos de bajar se dispararon. Y con ello las violaciones a los derechos humanos.

Pero también es cierto que la salida del ejército a las calles para suplir las incompetencias de una policía incapaz, en el mejor de los casos, o corrupta y cómplice en el peor, registra un importante saldo de civiles muertos en el fuego cruzado o en la confusión.

2012: Peña Nieto por la continuidad

Aunque ya corrían algunos rumores sobre la intención de Peña Nieto de anunciar que resolvería el problema de la inseguridad con una nueva cruzada violenta, no fue sino hasta el pasado martes en que fue explícito en el tema. 

“Yo estimaría que el crecimiento que deberían tener las fuerzas civiles debe ser casi de un tanto más de lo que hoy se tiene en tamaño de este número de 36 mil”.

Todo indica que, por alguna razón especial, Peña Nieto estaría tratando de hacer realidad el sueño largamente acariciado por el muy cuestionado secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, de contar con el más poderoso ejército disfrazado de Policía Nacional, Gendarmería, Guardia Civil o como se le quiera llamar. 

La duda que no resolvió reside en si ratificará en su puesto a García Luna.

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