Con la muerte bajo sus pies

El olor a muerte no se ha disipado del aire de Nueva Rosita, Coahuila. A casi 10 años de la tragedia de Pasta de Conchos, las viudas de los mineros siguen en la vana espera de que alguien les devuelva los restos de sus maridos.

Nadie las escucha.

El reclamo de los mineros se mantiene vivo, a veces, solo por el terco recuerdo de saber que dentro de la mina están abandonados 63 cuerpos que claman justicia.

J. Jesús Lemus J. Jesús Lemus Publicado el
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750,000
pesos le dieron por la vida de su esposo
"Les costaba mucho dinero, por eso mejor decidieron dejarlos allí. Y allí se va a quedar, porque dentro de poco van a comenzar a trabajar de nuevo la mina"
María de Lourdes AguilarViuda
Las viudas de los mineros sepultados en Pasta de Conchos están divididas. Lo que un día las unió, es lo que hoy las ha separado
“La mina es el lugar más digno que pueden tener nuestros maridos como tumba”, explica con la rabia contenida en sus palabras. “¿Qué nos van a entregar si llevan a cabo el rescate? ¿Cómo voy a estar yo segura de que lo que me entreguen son los restos de mi esposo? La sepultura de él es la mina”
Aída Griselda Farías GonzálezViuda
“Gil era un hombre precavido”, dice con la certeza de quien conoce a alguien de toda la vida, “se sabía bien la mina. Estoy segura que pudo racionar por mucho tempo alimento y agua. Pudo haber comido animales y mojarse solo los labios para aguantar la sed”
Elizabeth Castillo RábagoViuda
Oficialmente no hay fecha de inicio de actividades de la mina, pero se ha filtrado que el sitio podría estar activo a partir del año entrante
https://www.youtube.com/watch?v=1vGtdS04GCI

El olor a muerte no se ha disipado del aire de Nueva Rosita, Coahuila. A casi 10 años de la tragedia de Pasta de Conchos, las viudas de los mineros siguen en la vana espera de que alguien les devuelva los restos de sus maridos.

Nadie las escucha.

El reclamo de los mineros se mantiene vivo, a veces, solo por el terco recuerdo de saber que dentro de la mina están abandonados 63 cuerpos que claman justicia.

El movimiento de protesta se desgastó. Lo ha oxidado el tiempo. Nadie escucha el reclamo amoroso de las que quieren tener de vuelta los restos de sus maridos para poder estar en paz.

Ni el Gobierno Federal ni la minera del Grupo México han manifestado la intención de cumplir el ofrecimiento hecho en el 2006.

Próximamente volverá a operar la mina que hoy sirve de tumba a los mineros. Grupo México ya contrató 300 trabajadores para nuevas excavaciones en el sitio.

Por eso ninguna de las viudas está sosiega.

La empresa –que solo cambió de razón social pero que sigue siendo operada por Grupo México– ya inició negociaciones con el sindicato minero, que encabeza Napoleón Gómez Urrutia, para la contratación colectiva de por lo menos 300 asalariados, los que eventualmente estarían reabriendo la mina de Pasta de Conchos.

Dobles víctimas

La reapertura de la mina de Pasta de Conchos ha causado malestar entre los deudos de la tragedia, principalmente entre las viudas, en donde sigue intenso el dolor por los mineros sepultados.

No hay resignación. La mayoría de las viudas no quieren que se reabra la mina. Nadie quiere que los cuerpos de sus esposos sean eternamente tragados por la tierra. Los gritos de ayuda de ese sector ni llegan a ninguna parte. No hay instancia oficial que atienda el reclamo de las viudas que claman por el regreso de los restos de sus mineros.

tEl abandono oficial ha empujado a este grupo de dolor a tirarse a los brazos de cualquier organización que les ofrezca un gramo de esperanza. El anhelo de recuperar los restos áridos de sus maridos, está por encima de todo. Por eso no han faltado las organizaciones no gubernamentales, algunas carroñeras, que medran con la desesperanza y las lágrimas.

La imagen de los 63 mineros sepultado en Pasta de Conchos, se comercializa como souvenir, generando fondos que van a todos lados, menos hacia las viudas.

Ellas lo saben. Son dobles víctimas de una tragedia a la que desde el primer día se trató de sepultar igual que a sus mineros. Por eso la rabia en algunos rostros. Por eso el rencor acumulado de casi una década. Porque a pesar de la esperanza, la realidad las sacude: ni el Gobierno Federal o estatal, menos el municipal, pueden hacer nada ante los intereses del Grupo México que se niega a la recuperación de los cuerpos.

Para ellas, las viudas, se ha congelado el tiempo. Nada ha curado la distancia. Todos los días repiten el sentimiento que vivieron la madrugada del 19 de febrero del 2006, cuando en la Mina 8, de la Unidad Pasta de Conchos, se generó una explosión en punto de las dos de la mañana.

Era el tercer turno. Setenta y tres trabajadores laboraban, de los cuales ocho fueron rescatados vivos, golpeados y con serias quemaduras. Sesenta y cinco mineros quedaron atrapados, de los que solamente fueron rescatados dos cuerpos.

Hace mucho tiempo que las viudas de los mineros dejaron de tener interlocutores. Hace 9 años que no tienen contacto con la minera que no les supo dar respuesta a sus reclamos. Hace también 9 años que el Gobierno Federal rompió cualquier posibilidad de diálogo para atender las necesidades de los deudos de los mineros. Ellas se debaten en el dolor de no poder siquiera llorar a sus muertos sobre la tierra que los guarda. La minera no les permite el acceso a donde los mineros quedaron sepultados.

La Federación no ha querido –o no ha podido- interceder ante el grupo minero para que permita el acceso a las viudas que quieren vaciar el corazón sobre la árida tierra de sus maridos. Solo una vez al año, justo en el aniversario luctuoso, se les permite visitar la mina-tumba de Pasta de Conchos, en donde como único recuerdo se oficia una misa y se sienten los llantos de dolor por los que no han podido regresar del fondo de la tierra.

Consumida en el dolor

A Elizabeth Castillo Rábago todos la conocen en su colonia como “La viuda”. La califican despectivamente. A sus 50 años de edad dice que no encuentra la paz. No está conforme porque sabe que la minera y el Gobierno Federal dejaron morir a su esposo. Tiene la certeza de que Gil, su marido, duró vivo al menos 3 meses. Si el rescate lo hubieran comenzado cuando los dieron por muerto, asegura Elizabeth, seguro lo encuentran con vida.

“Gil era un hombre precavido”, dice con la certeza de quien conoce a alguien de toda la vida, “se sabía bien la mina. Estoy segura que pudo racionar por mucho tempo alimento y agua. Pudo haber comido animales y mojarse solo los labios para aguantar la sed”.

Tiene la seguridad de que no murió a la semana como lo decretó el Gobierno y los técnicos pagados por la minera.

Por eso Elizabeth permaneció más de un mes haciendo guardia noche y día en la mina. Tenía la esperanza de ver salir a su esposo. Ella no se creyó la versión oficial del fallecimiento de los 63 a la semana de la explosión. El coraje fue lo que le dio la fuerza para salir de su espasmo de dolor y lanzarse contra el gerente de la mina Fermín Escudero, al que quiso sujetar por el cuello, cuando decretó la muerte de los mineros.

No pierde la esperanza de que le entreguen los restos de su esposo. Lo quiere tener de nuevo en su casa. Allí lo reclaman también sus tres hijos, Gil, Agustín y Pablo. Todavía le lloran cuando lo recuerdan montando a caballo, cuando los llevaba a la fiesta Charra de Sabinas. Esa era la forma de celebrar en familia. A Elizabeth le festejaba cada cumpleaños llevándola a las fiestas donde hubiera charreadas y jinetes.

Hoy Elizabeth se muerde el dolor de la ausencia. La mina se comió todo lo que tenía en su vida. Vive solo de la pensión de 2 mil 500 pesos mensuales que recibe del seguro social. La minera no quiere voltear a ver sus necesidades. A la distancia de casi 10 años ya se terminó la ayuda humanitaria de 750 mil pesos que le dieron por la vida de su esposo.

“Es poco, con eso no se paga una vida”. Asegura que nadie vendería por eso ni por más la vida de su marido.

Pasteles de tristeza

Como instructora de repostería Aída Griselda Faría s González trata de matar el tiempo. Asume su dolor, pero lo afronta con fortaleza. Todavía se le hace un nudo en la garganta cuando habla de su marido, Eliud Valero, un ingeniero tipógrafo que también quedó atrapado en la mina.

Es de las voces más intensas del grupo de deudos de la mina Pasta de Conchos. Es la que encabeza el movimiento que reclama que la mina sea la tumba de los mineros. No quiere rescate de restos áridos.

“La mina es el lugar más digno que pueden tener nuestros maridos como tumba”, explica con la rabia contenida en sus palabras. “¿Qué nos van a entregar si llevan a cabo el rescate? ¿Cómo voy a estar yo segura de que lo que me entreguen son los restos de mi esposo? La sepultura de él es la mina”.

La postura de Griselda Farías choca frente a la de la mayoría del grupo, que insiste en que se haga un rescate de los restos áridos de los mineros sepultado. Eso a ella no la acaba de convencer. Sabe que de todas formas los restos que le pudieran entregar ya no representan al hombre bueno que fue su marido.

No siente odio. Dice estar tranquila. La perturba a veces el amor que no deja de sentir por su marido. Ha crecido espiritualmente. Sabe que Dios nunca desampara a las viudas, menos a los huérfanos. Por eso está segura que el trabajo de instructora de repostería en el sistema de capacitación para el trabajo del estado de Coahuila es una bendición. Allí enseña a hacer pasteles, que aunque no dice, bien los amasa con la tristeza que se le nota en los ojos al hablar de Eliud Valero.

Griselda es de las pocas viudas de Pasta de Conchos que han sabido administrar el fondo de ayuda humanitaria que les otorgo la Minera Grupo México como indemnización. Por eso dice que no trabaja por necesidad. El apoyo otorgado por la minera le ha sido suficiente para sacar adelante a sus dos hijos. El mayor ya es profesor de primaria y el más chico estudia el bachillerato. Ella prefiere batir la masa para no amasar el pensamiento. Le duele imaginar que su marido pudo sobrevivir dos o tres días dentro de la mina, en espera de un rescate que nunca llegó.

‘No quisieron rescatarlos’

María de Lourdes Aguilar está convencida que a los mineros los dejaron morir. Ella tiene la certeza de que si el Gobierno Federal hubiera sido enérgico con la minera, hoy no habría 65 viudas, sino 65 milagros de vida.

La realidad es otra: se le estruja el corazón al recordar que simplemente los mineros no fueron rescatados.

“Les costaba mucho dinero, por eso mejor decidieron dejarlos allí. Y allí se va a quedar, porque dentro de poco van a comenzar a trabajar de nuevo la mina”, asegura.

Las viudas de Pasta de Conchos ya saben que la mina-tumba de sus maridos volverá a operar, por eso es más grande el dolor. Los casi 10 años que distan de la tragedia no han sido suficientes para apagar el reclamo. Ellas están dispuestas a no dejar que la mina vuelva a abrir, pero el Grupo México ya comenzó a gestionar no solo a nivel sindical, sino a nivel federal, la reapertura de los trabajos para la explotación de ese manto carbonífero.

A la minera no le interesa que los cuerpos de 63 mineros sigan en las entrañas de la tierra. María de Lourdes cuenta que su padre, que también fue minero, perfectamente les decía a los técnicos que presentó la minera como especialistas en rescate el lugar exacto en donde estaban los que aún seguían con vida.

“Estaban en los polígonos 17 y 19, siempre estuvieron allí. Sí había forma de llevar a cabo un rescate, pero nunca quisieron hacerlo”.

Las viudas de los mineros sepultados en Pasta de Conchos están divididas. Lo que un día las unió, es lo que hoy las ha separado: el amor. Hay reproches entre ellas porque algunas han dejado la viudez y han encontrado el amor en brazos de otro hombre. La felicidad es algo que no se perdonan. Ellas se sienten destinadas a sufrir eternamente.

María de Lourdes dice que en la mina no solo se quedó sepultado su esposo. También dejó toda esperanza de ser feliz. Se le nota en la mirada. Su madre le aconseja que busque un compañero de vida. Ella se sujeta a la fotografía de Fermín Tabares Garza, del que lamenta que haya muerto tan joven. Mira su foto. Le quita el polvo. Parece que habla con él. No es todo lo que le queda de él; también un hijo de 11 años le recuerda todo el amor que le prometió hasta el último día de su vida.

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