Quedarse en casa por la pandemia es un lujo que la mayoría de los comerciantes de mercados sobre ruedas no pueden darse. A pesar de saber que se arriesgan cada día, ellos salen ofrecer sus productos con el propósito de obtener ganancias para vivir.
Es el caso de los tianguistas de Chimalhuacán, Estado de México, quienes desde hace más de 20 años trabajan en el mismo lugar. Afirman sentirse preocupados por el golpe a su economía debido a la falta de clientes por la cuarentena, medida preventiva para evitar el contagio del Covid-19.
Para ellos no hay un plan B. El hecho de no contar con un salario fijo, seguridad social o un apoyo gubernamental, es uno de los aspectos que los hacen ir a trabajar. Además de las bajas ventas registradas por el aislamiento social, otra de sus mayores preocupaciones es que no se les remueva en días próximos como una acción más severa para contener la propagación del virus.
Poca clientela para los comerciantes
Con la venta de quesadillas y antojitos mexicanos, la familia de José Luis sale adelante desde hace 25 años.
El joven, quien atiende el puesto con sus padres, comenta que, aun cuando toman las medidas sanitarias como el uso de cubrebocas y gel antibacterial, la clientela bajó a partir de que las autoridades de salud iniciaron la medida “quédate en casa” a mediados de marzo.
“Siempre estábamos llenos antes de todo esto; ahora es suerte tener un solo cliente. A pesar de eso lo único que queremos es que nos dejen trabajar ya que desde la semana pasada corre el rumor de que nos van a cerrar 15 días. Aunque no lo han confirmado, nos da miedo que se vaya a emplear esa medida, nos daría en la torre a todos”, menciona José Luis.
El puesto que hace semanas estaba repleto de comensales quienes pedían quesadillas de tinga o huitlacoche, luce vacío y sin sus bancos de plástico. La comida solo se vende para llevar. Las ollas que antes se vaciaban en horas, en estos días de cuarentena pasan casi todo el día tapadas.
En esta zona de Chimalhuacán, muy cerca del Bordo de Xochiaca, la mayoría de los comerciantes hacen uso de cubrebocas. En contraste, los compradores caminan y preguntan el precio de los artículos sin usarlo. Tampoco respetan que solo un integrante de la familia se encargue de las compras y se observa que pocos acatan la sana distancia.
Ante la indiferencia de los clientes por las acciones de protección, Severino Miranda, vendedor de flores, argumenta que para ayudar a que no cierren el tianguis la gente debería ser más responsable y consciente de la labor de los locatarios.
“Nos sentimos espantados por la situación pero tenemos la necesidad de venir a trabajar porque tenemos que salir adelante por nuestra familia, por ellos lo hacemos ya que no recibimos ayuda del gobierno ni por otros medios pero nosotros tampoco molestamos a las autoridades.
“Lo único que queremos pedir es que nos dejen trabajar y a los clientes que tomen medidas por ellos y por nosotros”, agrega Severino mientras arregla un ramo de rosas para ponerlo a la venta.
De acuerdo con el comerciante, la importancia de dejarlos trabajar pese a que ha disminuido la gente es de brindarles la oportunidad de llevarse aunque sea un poco de dinero a casa, señala que con esos pesos pueden vivir.
“A nosotros en particular nos han dicho que cerremos porque dicen que las flores no son de primera necesidad; pero no ven que detrás de nosotros están los que siembran, los que transportan, están hablando de negarle ingresos a mucha gente con este puesto”, explica.
Jueves y viernes son los días en que los comerciantes salen a trabajar con la esperanza de regresar a casa con lo suficiente para la comida y otras necesidades básicas, para que a sus hijos pequeños o sus padres no les falte nada.
Con la clientela al 50 por ciento de lo habitual, José Luis Monroy ofrece por igual piernas, muslos, pechugas o huacales –con o sin alas–. Con apoyo de dos ayudantes más atiende a sus marchantes quienes lo buscan por la calidad del pollo que vende.
Los sonidos de sus tijeras suenan con mayor intensidad en algunos momentos de su jornada, es el paso apresurado para aminorar el tiempo de contacto cuando se le juntan los pocos clientes.
“Desde que se declaró que ya no salga la gente nosotros hemos tomado medidas como no comprar mucho producto porque tenemos miedo de que se nos quede y se eche a perder. Sabemos que debemos adquirir poco porque puede ser que cerremos de un día a otro”, dice.
Con su cubrebocas por debajo de la nariz, José Luis ríe ante la posibilidad de resguardarse en casa y renunciar a su trabajo, para él los únicos que pueden hacerlo son “los que tienen lana” y agrega que es porque tienen la vida asegurada. Añade que las personas que se encuentran en la misma situación solo les queda cuidarse.
Para Elsa, vendedora de ropa de primera y segunda mano, vivir al día no le causaba problemas antes de la llegada del coronavirus pero ahora, la señora de más de 50 años teme que los pesos que saca, a veces únicamente para las tortillas, desaparezcan.
“No cuento con ningún tipo de apoyo externo que me permita sobrevivir a esta crisis que golpea más fuerte a nosotros los de abajo, he intentado probar suerte en otros lugares como el Distrito (CDMX) pero ya no nos dejan poner el puesto que porque no es de primera necesidad como la comida”, apunta.
Con blusas y pantalones en su puesto de más de 18 años, Elsa afirma sentirse asustada no solo por ella sino por todos sus compañeros comerciantes para quienes no es opción dejar de trabajar.
“Necesitamos el esfuerzo y el apoyo de todos, que después de esto la gente siga consumiendo productos locales, que las autoridades de verdad hicieran conciencia y que voltee a ver a todos porque por ejemplo acá la mayoría somos gente mayor, a nosotros ya no nos da trabajo ninguna empresa aunque tengamos alguna especialidad o experiencia; ya no somos productivos para ellos, por eso le suplicamos al gobierno que nos apoye, que no nos deje en el olvido y desamparo”, pide, mientras termina de poner su puesto.